Como en los western, en las cuales era clásico ver escenas
donde el forajido encañonaba al “chico bueno” y le colocaba en la elección
forzada “la bolsa o la vida”, así estamos. Por supuesto la elección no podría
ser otra que la vida entregando la bolsa. Sin la vida ya no habría nada y sin
la bolsa quedaría con una vida cercenada. Es el símil que emplea Lacan en su
Seminario XI a propósito de las operaciones de causación del sujeto, alienación
y separación, que implica esta elección forzada. La bolsa simboliza el todo, si
queremos tener vida debemos renunciar al todo.
No hay otra posibilidad o somos sujetos del deseo siempre en búsqueda de
lo perdido o pasamos a ser cosas redondas, repletos de significados y tragados
por el Otro de un goce voraz. Escojamos entonces en nuestra disyuntiva actual,
o seguimos siendo cosas al servicio de la voracidad sin límites o escogemos ser
sujetos dueños de nuestro destino.
De vez en cuando la vida nos pone en estas circunstancias
angustiantes, por la que pasamos todos en nuestros primeros pasos y que nos
condena a vivir siempre con un monto inquietante. Situaciones en las que somos
forzados a entregar lo que consideramos preciado para poder continuar con
nuestras vidas de alguna manera. Es precisamente la ética personal la que nos
guía en la difícil coyuntura. Podemos encontrarnos en el límite de que lo que
se nos conmina a entregar es más importante que la vida propia y entonces
elegimos perderla. Es el caso, por ejemplo, cuando se trata de la vida de los
que amamos. Esto en el caso de decisiones personales y de las vidas de cada
quien, cuando la ética nos guía. Pero estaríamos en otra realidad cuando las
decisiones son colectivas, cuando es el rumbo de una sociedad la que tenemos
que enrumbar entre todos. Allí nos guiará otro tipo de ética, la implicada en
la política.
Vivir en sociedad también tiene un precio que debemos pagar
si somos sujetos que construimos lazos. Lazos que nos enajenan, que nos limita
la libertad, que nos obliga a acatar normas, a obedecer leyes, a soportar a los
otros en sus diversidades. Cada quien hará sus elecciones como y con quien
desea vivir, pero esa persona a las que más amas, ese pedazo de tierra a la que
te aferras por raíces históricas, esas referencias esenciales demandan y
obligan. Por qué no decirlo también molestan y no pocas veces enfadan pero si
nos quedamos es porque es mayor el beneficio que obtenemos que las cadenas que
aprisionan; suponemos si no estaríamos en el terreno patológico. Siempre un
equilibrio que requiere flexibilidad y tacto. Así es la vida y no es necesario
darle más vueltas porque la conocemos.
La elección del esclavo es de otro orden, la disyuntiva seria
la libertad o la vida, en este caso la decisión es a muerte porque la vida
perdería todo valor. ¿Para qué queremos una vida sin libertad? no tendría
ningún sentido. En estas circunstancias ya la lucha es a muerte, se destruye al
malhechor o se pierde una vida, perdida de antemano. Aquí es cuando los
vestigios de humanidad quedan abolidos y no hay cabida para contemplaciones, se
entra en el campo de las guerras. O es uno o es el otro pero ya ambos no tienen
cabida en un mismo escenario. En ese límite nos encontramos, peligroso,
delicado, cegador. No tienen cabida los llamados a la calma, no es la sensatez
ni la civilización o buenos tratos los que rigen, es la furia, la desconfianza,
el temor al fracaso de propiciar el golpe certero que elimine al otro. O es el
tirano o somos nosotros no hay alternativas. Creo que en eso todos o mejor
dicho la gran mayoría coincidimos. Entonces no es ese el punto de nuestros
desencuentros el como no errar en el blanco lo que propicia debates. Es
cuestión de estrategias y oportunidades.
Un tirano desprecia el valor de la vida, no contemplan al
mundo de la subjetividad humana nos despojan de ella. No soportan la perseverancia
del deseo y no calcula la fuerza que posee la vida cuando es iluminada por las
decisiones éticas. Nos arrancan la humanidad de nuestras historias, nos separan
de los seres amados, nos cercenan forzadamente la vida y nos arrojan mendrugos
como animales. Estando así tratados es más que imprudente, es despiadado y
causa afrenta que se asomen tratos humanos hacia nuestros verdugos. No es el
momento, las propuestas son retadoras e inapropiadas. Causan daño y por ello
saltan los otros indignados. Peleas innecesarias por temas que podrían ser
tratados una vez que podamos recuperar la libertad. No veo muchas salidas a
nuestra situación si no utilizamos la fuerza. Sea esta armada que no la deseo,
o sea esta política, que es la deseable. Pero no acciones timoratas,
tambaleantes como las que han tenidos nuestros políticos hasta que se activó la
única institución democrática que tenemos.
Una autoridad está llamada a orientar el querer de los
sujetos. Cuando esa autoridad calla los sujetos comienzan a vociferar sus
deseos siempre forrados de oscuridades. Estamos bombardeados de multitud de
ofertas que provienen de diferentes latitudes más relajadas en su propio devenir.
Nosotros con la soga al cuello no las compramos fácilmente, provenimos de
oscuridades absolutas. Al comenzar a ver un pequeño resplandor en la lejanía no
queremos que se extinga por ráfagas de cantos de sirenas. Como dice Slavoj
Zizek cuando nadie encauza lo que queremos como sociedad y como alcanzarlo es
cuando más lejos estamos de verdaderas alternativas, “la capacidad de elección
se convierte en simulacro”. Algo comienza a fallar, falló el quiebre de las
FAN, falló la esperada intervención militar extranjera (hasta ahora), falló el
ingreso de la ayuda humanitaria ¿Cuál será el siguiente paso? No lo sabemos. No
lo tenemos todo.
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