Cuando éramos niños y nacía otro hermanito llegaba una
enfermera a la casa para ayudar a mi mamá. Era una mujer fantástica que nos
contaba cuentos en la hora del almuerzo. Había uno que tenía que repetir hasta
el cansancio por petición del público y por supuesto el que se me quedó
grabado. “En un país muy lejano existe una montaña de arroz donde viven unos
duendecitos cuya misión es satisfacer
todos los deseos de los niños” Allí comenzaba la retahíla de deseos que albergábamos,
a todos nos contestaba “Ah, eso
también”. Éramos felices y se nos abría el apetito, comíamos sin protestar,
todo nos gustaba. Hasta que decía ya basta por hoy mañana continuamos y se
paraba con una sonrisa a ver como estaban las cosas con mi mamá y su bebé. Al
nuevo bebé no le prestábamos mucha atención, no sé si sería por celos o por
costumbre, dado que era muy frecuente la aparición de un nuevo vástago en la
familia. Tiempos maravillosos la de una infancia feliz.
Mi papá siempre presente, disfrutaba de su prole aunque a
veces se quejaba. “No estaba preparado para tener tantos hijos” clamaba cuando
nos poníamos rebeldes. Una vez soñó que Dios le decía “bueno escoge a los que
quieres que yo me encargo de los demás”. Horrorizado y arrepentido contaba ese
sueño repetidamente quizás para exorcizar lo que llamaba su infeliz expresión.
Y nos decía “sepan que los quiero a todos felices”. Mi mamá si tenía bien
asumido su papel de madre, encargada de poner orden en la tropa era implacable
en sus normas que imponía sin distinciones. Una mirada de ella era suficiente
para paralizarnos. Disfrutamos de una casa que marchaba con amor, protección y
alegría. Fuimos privilegiados sin lugar a dudas. Precisamente por ese ambiente
en el que no tenía lugar el desamparo nuestra imaginación de niños podía
entretenerse en un mundo de fantasías ilimitado.
Las fantasías y el mundo imaginario es una de las facultades
esenciales que no deberíamos perder jamás. Si bien es mucho más libre en la
infancia cuando adultos es un tesoro inagotable de creatividad, arte y
entretenimiento. Estar anclados en una cruel realidad enloquece al más cuerdo
de los hombres, aunque compitamos por ver quién es el más racional en un mundo
fascinado con la ilusión científica. Eso que a veces denominamos locura, muy
peculiar y única en cada quien, es lo que nos convierte en seres fascinantes. Recuerden
la película de “Atrapados sin salida” ese Jack Nicholson interpretando a Randle
McMurphy que fascinó a una audiencia por su lucha a no ser tratado despóticamente
por un espíritu tirano. Un espíritu libre que luchó por apegarse a la vida y a
sus placeres. Le costó la vida pero quedar reducido a ser objeto de perversos
hubiese sido igual su muerte.
Diciembre, el último mes del año ha sido revestido con
caracteres mágicos. Llega el niño Jesús que como los duendecitos satisface los
deseos de los niños. Decoramos las casas con objetos fantásticos, pinos
con luces y adornos y a veces con nieve.
Un San Nicolás de la cuadra que desde lejos viene con su “jojojo” característico
y su saco de juguetes. Por últimos el fin de año, las fiestas ruidosas y una
alegría desbordada por la fantasía que el año entrante será mejor que el que
está por terminar. Hermosas expresiones de una celebración por la vida que no
podemos reducir a una simple supervivencia sin matar algo esencial del encanto.
Porque la vida puede ser encantadora o pude tomar matices de espanto. Cuando la
realidad se torna cruel se van apagando las luces, las risas, las fantasías y
las fiestas particulares intimas que cada quien alberga en su imaginario.
Si, queridos amigos, otro año más atascados en una tragedia y
mermadas las fuerzas para hacer nuestras propias fiestas internas. No hay
fiesta en Venezuela, el país se apagó. Un Diciembre más sin nuestros seres queridos,
solo con la alegría de que ellos la estén pasando bien una vez asumido, que no
superado, el duelo por su tierra y la familia. El año pasado me despedí con un
“Perdón por la tristeza” Hoy me despido con un ánimo vacuo, vacío, ya no es
tristeza es una pérdida de un mundo mágico. Hoy despido el año sabiendo que el
entrante será peor. No me gusta vivir sin fantasías pero la realidad se nos
hizo contundente y muy dura. Tomarse este Diciembre como otro mes cualquiera es
lo que nos toca con sus nostalgias siempre más a flor de piel, es inevitable.
Sin embargo mis deseos no están disminuidos, sigo queriendo
como cuando era niña todo lo que los duendecitos me puedan satisfacer. A ellos
hoy les pido cosas distintas que en aquel entonces. Les deseo a mis hijos y nietos
sigan felices y prosperando en los países donde hoy viven. Les pido porque mis hermanos
ya desperdigados y aislados no nos olvidemos de que fuimos felices cuando niños
y nos gustaba compartir nuestras alegrías particulares. Pido para mis amigos que
nunca les falte esa celebración por la vida con el choque de unas copas y sobre
todo les pido a esos magnánimos duendecitos que podamos rescatar a nuestro país
en un futuro cercano.
Feliz Navidad y Año Nuevo. Nos volvemos a encontrar por
Marinando Ideas en Enero.