Hay palabras que comienzan a utilizarse cada vez más seguido,
así como hay nombres que se les ponen a los niños que se convierten en
tendencia. Hace alrededor de una década que en la literatura psicoanalítica, en
su discurso como consecuencia de la práctica, vemos aparecer con más frecuencia
la palabra “desamparo”. Es referida a una estructura psíquica cuyo núcleo es el
vacío. Al fin y al cabo todos cargamos como esencia una incompletud que indica
que algo siempre falta. Por ello nos movemos, hacemos cosas, creamos,
inventamos, buscamos incesantemente. Rodeamos nuestros pequeños vacíos y le
damos formas, Lacan lo comparó con un jarrón que, al fin y al cabo, no es sino
un vacío bordeado por el barro. Hasta aquí todo normal es lo que nos conforma y
nos hace sujetos deseantes en una búsqueda permanente con un grado de
insatisfacción constante. Pero la estructura patológica que nos ocupa es otra
cosa. Es una donde el vacío se hace inabordable y provoca la desesperación por una
vida estéril, sin sentido, sin planes y sobretodo sin esperanzas.
Es en estas circunstancias cuando aparecen los síntomas diversos
pero que podríamos condensar en el cinismo. Una fachada que pretende ocultar el
terrible dolor de una existencia sin vida propia, sin existencia sólida. Es el
fenómeno que Zygmunt Bauman caracteriza como la vida líquida de la
postmodernidad. Seres que van transitando por la vida con la sensación de que
nada es suficiente para dedicarle mucho tiempo de atención. Nada vale la pena
todo es desechable hasta el propio sujeto es objeto de maltrato, no digamos los
demás. Vidas precarias, volubles y temerosas, sometidas a una exclusión por
voluntad propia. Desde afuera y con rabia tratan de desvalorizar a los otros
que se insertan en sus propias labores y batallas. Violencia como afirmación
social de seres que flotan sin amarres éticos ni afectivos. Cinismo como
respuesta al malestar. Madres muertas incapaces de provocar en sus hijos una
efectiva zambullida en el lenguaje y en los símbolos de la civilización.
Pulsiones a la deriva satisfaciéndose en la maldad.
Si, lo vemos en la clínica cada vez con más frecuencia,
cuadros borderline que no siempre tienen posibilidades de cambiar su destino
por la grave falla estructural. Pero también se observa en las sociedades
occidentales con cruda viveza. Una época, atravesamos, donde pareciera que no
hay temporalidad, no hay historia. Se desechan las costumbres, las tradiciones
se valoran como cosas de sentimentaloides, bobalicones llorones. Los apegos afectivos por lo niños o los
animales se catalogan como cosas de locos sin oficios. Las grandes preguntas
por nuestro porvenir como sociedades o como familias caen en un saco vacío, se
produce el silencio como respuesta. El silencio como respuesta al llamado del
Padre en el que tanto insistió Freud, ¿Padre por qué me has abandonado? Aparece
entonces el trueno furioso y el rayo exterminador de la barbarie. No la voz que
contesta con un “estoy aquí” tranquilizador, el mundo propio de la
civilización. Por el contrario lo que se observa es una ausencia de sublimación,
signo de la postmodernidad destacado por
Castoriadis.
Este es, ni más ni menos, el fenómeno que observamos con toda
su crudeza en nuestra sociedad actual. Porque es una sociedad altamente desestructurada
puede ser tomada como una visión ampliada y clara de las aberraciones que
provoca el abandono. No es posible bordear al vacío con bellas figuras de
contenido, no hay asideros, no hay oportunidades a menos que se tenga la
fortuna de construir un mundo rico en solitario, con lecturas, películas y
escritos y eso también tiene sus límites porque vivir aislado va minando,
acabando. Reduciendo las fantasías, limitando el pensamiento. Nos extrañamos,
nos preguntamos por qué cambiamos tanto, sacamos conjeturas y nos equivocamos,
no somos tan malos ni tampoco fuimos tan buenos.
Siempre hemos sido esa perfecta combinación de maldad y
bondad que somos los humanos. En mejores condiciones florecerá nuevamente
nuestro lado más amable. Ojalá que cuando esto suceda podamos hacer con nuestro
vacío algo más que salir para Miami al “ta barato dame dos”. Que como indica
Castoriadis nos lleva a un estado de angustia intolerable que nos empuja a
suicidarnos. Suicidios como salir a buscar botas firmes que nos salven, “firmes
y a discreción”, como indicó Zapata que le gustamos a este régimen. Podemos
ahora agregar a los “anti” a los que imparten lecciones sobre cual autor
debemos leer, a que autores admirar y a quien respetar. Los “anti” que también
nos quieren firmes y a discreción. El terrible vacío que nos conmina a abrazar
cualquier causa con pasión pero sin discernimiento.
Vacío, nuestra esencia que nos obliga a ser responsables con
qué lo llenamos. Como dice Fernando Mires al dejar algo atrás buscamos,
equivocadamente, algo que se le parezca. Si tuvimos esta terrible experiencia
con “algo” que se dice llamar (equivocadamente) marxista salimos corriendo a
suspirar por “algo” que sea igualmente tirano pero de signo contrario, pocos
los dados “…para ajustar cuentas con los mitos y los mitómanos”. En estos
ruidos desbastadores no es de extrañar que haya surgido lo peor de nosotros, no
hay, entonces, que pelar los ojos con asombro y salir a desconocernos en una lastimosa
batalla por saber quién es el más bueno o el más sensato. Quien es el que no se
vende, quien es capaz de nadar con un crucifijo en este mar de tiburones. Cual
son los gustos aceptados, que música o que alimentos debemos consumir, cuales
vicios nos están matando. Todos tratados como niños, pero en realidad niños
abandonados. La cruzada de los escandalizados en plena función y con sus
mochilas cínicas y descalificativas bien cargadas.
En el vacío cunden las sustituciones erráticas. Siempre enriquece leerte, Marina. Mis saludos.
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