El siglo XIX fue una era agobiada por multitud de problemas y
de cambios significativos en las organizaciones de las naciones y de las
sociedades. Se produce un cuestionamiento sobre las bases incuestionables hasta
el momento. Las ideologías, las divisiones de clases y las relaciones
económicas, la ciencia y los roles sexuales. Las bases morales predominantes
son cuestionadas y las creencias tomadas como ciertas son derrocadas por los
avances científicos y los nuevos descubrimientos. Las sociedades comienzan a
despojarse de camisas de fuerzas que restringían las libertades y ahogaban los
intereses particulares. Siendo el grupo femenino el de mayor relevancia porque
las mujeres eran las que se encontraban en condiciones prácticamente de
esclavitud. Todo se pone bajo sospecha y comienzan a surgir grandes pensadores
que darán contenido conceptual a los cambios que marcaran al siglo XX.
Ricoeur los denomina los filósofos de la sospecha a los
pensadores que desenmascaran con mayor rigor argumental las falsedades
escondidas bajo los valores ilustrados de racionalidad y verdad. Marx,
Nietzsche y Freud con sus diferentes intereses van a provocar, para siempre, un
cambio de la percepción de la realidad del hombre y el mundo. Nunca más veremos
a las reglas económicas y las relaciones laborales como estáticas e
incuestionables al advertir Marx que las ideologías son falsas conciencias. No
es por tanto la ideología la que va a orientar la realidad sino al contrario es
la realidad la que va a marcar las pautas de la concepción argumentativa y
teórica. Después de todo no es tan
difícil de entender y no hay que ser un experto en la materia. La economía que
nos quieren imponer con sus rígidos controles ha acentuado las relaciones de
sometimiento y esclavitud de las masas laborales. Todo lo contrario a lo que
pretendía Marx. Así, que lo queramos o no, no es el pensamiento marxista el
responsable de esta aberración de la que somos conejillos de indias.
Nietzsche cuestiona la hipocresía moral imperante a finales
del siglo XIX y denuncia los falsos valores. Aboga por una sociedad abierta,
libre y de respeto por las individualidades. Veía a la moralidad reinante como
un resentimiento contra la vida lo cual necesariamente va a conducir a la
decadencia de la humanidad al convertirse el ser humano en esclavos de sí
mismos. El dolor y la renuncia de los placeres como la vía regia a la
beatificación y al alcance de cierta superioridad. ¿Cuál superioridad? En
realidad, no sé. Otra denuncia de un hombre que sufrió en su propia vida la
restricción al libre ejercicio de una vida tal como la quería. Tuvo la grandeza
de no ceder en su pensamiento y de verter al mundo el producto de sus sabias
cavilaciones innovadoras. Los poderosos morales, el hombre impoluto en su
perenne inclinación al juicio ligero, de los señalamientos al otro, de los
discursos atorrantes dictados desde su propio púlpito a seres humanos que están
pidiendo respeto, no consejos. Lo queramos o no la valoración moral y la
responsabilidad de los actos pasa a ser un asunto individual.
Freud pone al descubierto nuestro submundo inconsciente y
saca a la luz la oscuridad pulsional que está constantemente empujando a una
satisfacción mortal. El hombre de ahí en adelante sabrá que no es dueño
absoluto de su racionalidad y eticidad, que él mismo se traiciona por lo que
debe estar atento de no sorprenderse actuando de tal forma que no pueda
reconocerse. La responsabilidad individual se acrecienta, ahora no es del otro
que debemos cuidarnos sino de nosotros mismos. Monstruos y demonios habitan en
nuestras casas y hasta Freud no lo sabíamos, no los veíamos. Fuerzas que no se
llevan bien con la vida en sociedad a la que estamos condenados, no podemos
hacernos daño pero tampoco debemos dañar a los otros. La maldad se entiende
mejor desde que conocemos de la “pulsión de muerte” y sabemos que el ser humano
que se entrega a una voracidad pulsional es muy peligroso. El poder es un deseo
pero puede estar al servicio pulsional y devorar con sus fauces siniestras al
que lo ejerce de forma despótica. De allí en adelante no será un hombre,
devendrá en un canalla, en un monstruo. Lo queramos o no estos bárbaros
despojados de humanidad infectan a los otros, el sistema inmunológico de una
población en riesgo debe ser reforzado.
El mundo cambió y ya desde hace un siglo la humanidad viene
entendiendo que la concepción cartesiana de un sujeto guiado por la
racionalidad y la comprensión cabal de la realidad por la percepción y su
interpretación directa puede estar equivocada. Somos víctimas fáciles del
pensamiento irracional, de lo ilógico, lo mágico. Indefenso como estamos ante
un mundo hostil y por las sombras propias que nos oscurecen, estamos siempre
bajo sospecha. La ingenuidad es propia en el mundo infantil, pero lo queramos o
no de ese sueño tranquilo tenemos que despertar para poder más o menos
sobrevivir y conocer nuestros intereses. Ahora bien, estar atentos es muy
diferente a ir por la vida jugando al detective e interpretar cada signo desde
el manto oscuro que nos habita. Así no es la cosa, no es arrasar con todo y
quedarnos en un limbo. Ricoeur el mismo que se avocó al estudio de los filósofos
de la sospecha, manifestó “Pongo mi confianza en una cierta historia, una
cierta tradición. Es una apuesta global sobre una palabra que no es la mía.
Tengo confianza” Así que también, lo queramos o no, tenemos que vivir con un
grado de confianza.
En particular tengo y he tenido confianza en nuestra
rebelión, en nuestras luchas contra las injusticias y en la denuncias de
nuestro sufrimiento. Tengo confianza en las fuerzas que tenemos aunque por
momentos las veamos decaer por tanta decepción, pero ellas de repente surgen y
no cesarán de surgir. Lo queramos o no somos el legado del pensamiento de la
sospecha y sabemos que no solo debemos entender lo que nos pasa sino estamos
obligados a revertir la situación y rescatar a nuestro país. Lo queramos o no
ese día llegará.