El ser humano es repitiente, en cada una de sus acciones
podemos inferir un rasgo que se repite. Así por ejemplo el escritor de cuentos
y novelas deja deslizar soterradamente un transcurrir repetitivo, los poetas
repiten una misma atmósfera emocional y rítmica. El pintor dará su pincelada
personal, el fotógrafo captará con su lente siempre una imagen que cubre un
vacío. Repetimos en acción, decía Freud, lo que no podemos recordar. Sin duda,
recordamos los hechos y las personas involucradas pero lo que borramos es
nuestra participación y la sensación que despertó un hecho traumático. No lo
podemos admitir sin que veamos el lado oscuro que intentamos ocultar. Pero es
en vano, al actuar repetimos una y otra vez lo que no queremos ver. Todos
tenemos una locura particular que dejamos plasmada en cada una de nuestras
creaciones. De allí el pánico que invade al mostrar las obras, se trata del
pudor de desnudarnos ante miles de miradas. El pudor de quedar descubiertos en
lo más íntimo.
En la película danesa La Celebración (1989) se muestra
magistralmente esta particularidad de nuestra psique. Una hija es violada
reiteradamente por su padre en su infancia, ella puede soportar el recuerdo y
odiar a su progenitor. Pero cuando comienza a soñar con estas escenas no lo soporta
y se suicida. Durante el transcurrir de los hechos ella estaba anulada y sufrió
la perversión paterna como un objeto, pero al soñarlo queda comprometida como
sujeto a un goce que le es insoportable. En cada uno de nuestros actos
creativos estamos como sujetos comprometiéndonos con el goce que impele a
producir un objeto, estamos cumpliendo un deseo y demandando el deseo de otro.
Queremos que nos valoren, que nos quieran, por lo que mostramos de nosotros.
Nunca será suficiente y es por eso que repetimos. No es sin la mirada de otros
que nos podemos reconocer. Repetimos para encontrarnos y para que nos
encuentren. Los actos creativos requieren valor, son siempre un riesgo porque
al ser expuestos, sobre el sujeto creador, recaen los juicios.
Una experiencia muy traumática es la imposición a la
repetición; tenemos que repetir sin remedio pero que otro te lo imponga es muy
agresivo y despierta indignación. Repetir un grado en el colegio es una
experiencia infantil catastrófica pero que puede ayudar, ahora aquello de que
te pongan a ser planas repitiendo mil veces una frase como castigo es
totalmente incomprensible. Pregúntele usted a un escritor cuando va a dejar de
escribir sobre asesinatos, por ejemplo, bueno una respuesta puede ser “hasta
que me salga bien”. En lugar de poner a los niños a repetir una frase tonta que
ni siquiera se le ocurre a él por qué no ponemos al castigado a escribir un
cuento. Allí repetirá lo que le pertenece, lo que le interesa, lo que le
preocupa y Podremos descubrir un talento, que mientras más temprano se
desarrolle más brillante será. También el niño se descubrirá al ser el
protagonista de su historia. Todo el sistema torpedeando nuestro tiempo
particular y doblegando la autonomía del sujeto. Sentados en pupitres
repitiendo al profesor.
La pregunta interesante es saber si no quedamos atrapados
toda la vida en un sistema de órdenes que dificultan el desarrollo particular.
Hacernos de un lugar único, desde el cual entregamos al mundo nuestro quehacer,
es una tarea complicada y torpedeada. Hacer de nuestra locura algo maravilloso
requiere independizarse de las demandas. Quizás es lo que desespera de nuestra
terrible realidad, darnos cuenta que giramos en un círculo marcado por compases
externos. Nos marcan los tiempos, nos detienen en las iniciativas, nos cambian
la señal abruptamente y todavía pretenden que sigamos obedeciendo. Esta
repetición impuesta, como las planas escolares, infructuosa no está permitiendo
que descubramos como sociedad qué nos pasa. Como yo también repito, siempre
espero que nos asalte una locura creativa y nada me hace desistir de la idea
que tarde o temprano pasará. La vida puede pasar e incluso terminar y yo
seguiré atenta a estas señales que espero surjan, las que nos marcaran en
nuestra particularidad.
Una alteración del orden simbólico, una negatividad exterior
como lo plantea Zizek, un desorden, una no obediencia al orden. Desde esta idea
Zizek plantea la política y explica su crítica “La política actual es un olvido
(idealista) de la negatividad, de la imposibilidad constitutiva de las
relaciones”. Es cierto nunca será posible un entendimiento total entre
nosotros, pero sí podemos convenir una unión estratégica para defendernos de lo
que nos mata. El conflicto que representa un poder tiránico que se ha renovado
con los tiempos requiere de un combate renovado, distinto y es precisamente ese
el vacío que sufrimos, nuestro gran fracaso. La camisa de fuerza de lo
“políticamente correcto” la falta de estrategias y la repetición sin fin. ¿En
qué momentos nos perdimos? En el momento que no fuimos capaces de hacernos un
lugar sorprendente, inédito, nuestro. En cada repetición y fracaso algo debemos
concluir, algo debemos aprender. Sueño que podamos encontrar nuestra casa,
nuestro centro y saber quiénes somos. Un sueño que me ayuda a vivir y a
soportar las ausencias.
Ya queremos vivir nuestros vacíos particulares y no este gran
boquete que abrieron en nuestra sociedad. Un agujero negro que nos está
devorando.