25 de octubre de 2017

Tan solo un grito




Es tan duro lo que nos pasa que a veces es preferible no decírselo con claridad. Duele en lo más profundo admitir que nos equivocamos y que confiamos en seres que no lo merecían. En la vida muchas veces se nos revierten las percepciones y el pensamiento brinca, se hace pedazos y nos obliga a replantear todo desde el principio. Caemos realmente en un vacío que hay que volver a llenar con tímidas cavilaciones, tanteando, buscando en lo más profundo, tratando nuevamente de encontrar sentido. Ese sentido de la existencia tan escurridizo, tan precario, tan difícil de mantener. Ese sentido que a las primeras de cambio se evapora, lo pulveriza la realidad. Es todo tan incongruente en nuestro entorno, tan imprevisto, tan áspero, tan hiriente al sentido común que solo un grito lo expresa con claridad. Grito desde lo más desgarrado de mi ser, grito por no encontrar asideros ni explicaciones, grito por lo banal de los discurso, grito por haber caído en un abismo al que nos vienen empujando por largos veinte años. No quiero hablar desde la rabia sino desde el dolor.

La memoria de nuestra historia son marcas corporales, las heridas sangran y no son precisamente esas vendas mal puestas las que van a detener las hemorragias. Ya no bastan las palabras; las acciones honorables, dignas, contundentes no aparecen, se escondieron en las componendas y en las ignominias del poder. La lucha ahora es en solitario, la lucha para no sucumbir en la impotencia, para seguir viviendo en la precariedad y ver si podemos reinventar lo que irresponsablemente echaron por la borda los náufragos de la democracia, en sus antiguos juegos de poder. No es justo que en este sinsentido se le quiera achacar a la ciudadanía otro fracaso más. Una vez más hicimos lo indecible y no se nos respetó, una vez más quedamos burlados. Un hombre solo lucha con pruebas en mano un triunfo que no se reconoce y se le arrebata. Una vez más se incumplen las garantías ofrecidas, una vez más se nos mata impunemente, ya no con balas en las calles, sino con ausencia de entereza y gallardía. Una vez más caen velos de inocencias.

Es un quiebre de los parámetros identificatorios, ya no nos parecemos y nos negamos a que nos deshumanicen, que nos reduzcan al hambre y se nos siga maltratando con esta violencia donde se buscan culpables en el más sufriente. Fuimos a votar en condiciones vejatorias, se nos atropelló con todas las artimañas imaginables y sorprendentes. No se alzó  la voz, no se protestó. Se montó la ciudadanía en jeeps para ser transportados a barrios desconocidos y a los que se les teme. No es juego, vivimos con miedo, no nos conocemos. Contra todos los obstáculos la ciudadanía respondió en un porcentaje bastante aceptable. Y todavía el culpable es el que estando en su derecho decidió no votar. Basta ya, no hay culpables, lo que hay es una oposición inerme, que aún no ha entendido la gravedad de adversar a delincuentes.

La realidad habló, y fueron gritos de impotencia lo que se oyó. Duro, pero más desgarrador es no admitirlo. Se sabía que estas no eran unas elecciones normales y el no estar preparados para demostrar la delincuencia electoral es realmente patético. Los cambios de timón de una dirigencia perdida se hicieron más que evidentes. No se puede seguir justificando lo que el más mínimo sentido común no puede digerir. Un sinsentido imperdonable de discursos tardíos, vacilantes, temerosos que ofenden aún más. Un solo hombre, estuvo a la altura, Andrés Velásquez, y se lo dejó solo.  Solos estamos todos de aquí hasta que podamos reorganizarnos como grupo cohesionado, solo con los parámetros internos no negociables, esos principios sobre los cuales no se puede ejercer poder. Solos y con esos valores internos nos tenemos que sostener a pesar de la orfandad en que nos deja una oposición incoherente. Estaremos más vulnerable ante el ataque externos de los malhechores.

El absurdo se hizo presente, como señaló alguna vez Camus, ese absurdo que expresa una desarmonía fundamental, una trágica incompatibilidad. No es la ausencia de paradojas, incongruencias y confusión intelectual como está plagado el mundo, es algo más, es el quiebre del sentido. Se impuso el silencio simbólico y apareció el rugido del absurdo. ¿Quién en su sano juicio puede entender al mapa de Venezuela nuevamente teñido de rojo? ¿Quién con un mínimo de sensibilidad puede creer que la mayoría fuimos a las urnas electorales a depositar nuestra confianza en el torturador? Ya no juguemos al “buenismo”, a lo excesivamente comprensivo. Los políticos tienen su responsabilidad y deben sentirla con toda su carga cuando no están a la altura de las circunstancia. Y sencillamente no estuvieron. Solo un hombre es digno de respeto.

Es inmanente al hombre la exigencia de claridad y hasta ahora reina solo una incongruencia pasmosa entre el discurso ya gastado, mediocre y la acción temerosa, balbuciente, espasmódica de esta irresponsable oposición. Así que nos toca rearmarnos y continuar con los escombros a cuesta, rendirnos sería un suicidio colectivo. El camino se nos hizo más largo e incierto pero hay que inventarlo. Será nuestra próxima y ardua tarea. Fracasamos al no entender que esta es una dictadura de delincuentes dispuestos a todo porque huyen de la justicia y quizás, también, por razones aún más difíciles de admitir. Veremos

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