A pocos días del evento que tanto ruido causó, es deseable el
silencio. Ese que se guarda cuando la realidad está a punto de gritar. Ese
acontecimiento que enmudece al confrontarnos con una verdad que de una forma u
otra nos vuelve a anunciar un porvenir. El irrebatible, el contundente, el que
produce cambios irreversibles y no sabemos para dónde nos dirige todavía. Se
requieren pausas, ausencia de ruidos para poder oír lo que estando lejos se
aproxima. Escuchar la diferencia, porque alguna habrá sin duda. Se van a
pronunciar las palabras verdaderas que son imperativas, hay que escuchar
atentamente. Ya no es el momento de tapar los discursos que no se quieren oír,
con ruido indiferenciado y repetitivo como esa música que repite y repite los
mismos acordes hasta el cansancio y que solo pretende acrecentar los pases
individuales en soledad. Nos aproximamos a un evento tenso, angustiante y
requerimos silencio.
Después vendrán nuevamente los análisis, las cátedras de
interpretaciones, los esfuerzos por el significado, la multitud de palabras
como los seres humanos tratamos de poner cierto concierto al insoportable caos.
Habrá de todo porque así somos, es muy difícil mantener el silencio cuando el
sol hiere y la luz energiza. Sin embargo esa tendencia a hablar sin parar y en
voz muy alta, casi gritar, hay momentos en que aturde. Cuando estamos
sobrecogidos con una emoción muy fuerte no hay peor tormento que una persona
verborreica a tu lado. Queremos que se calle aunque no lo digamos, aunque
siempre queda el recurso de escapar con la imaginación para quedar atrapados en
un “tú no estás escuchando”. La palabra que se calla y luego reaparecen en los
sueños, pasamos la noche soñando que tenemos la descortesía de mandar a callar.
El deseo se nos cumple.
El silencio ha servido para todo porque no es tan silente en
realidad. Callamos para molestar, si estamos enojados con alguien no le
hablamos. Se dice que es la peor agresión, no lo creo, yo a veces lo he
agradecido. Hay silencios que acarician, que respetan y hay silencios que
torturan como la voz de alguien amado que ha dejado de sonar. Hay silencios que
son verdades y hay silencios que son mentiras. Cuando callamos para poder oír
las palabras en su pleno significado y su sonoridad; cuando callamos para poder
escuchar al alma y nuestra propia voz estamos en una verdad que una vez
verbalizada puede conmover al otro. Cuando callamos como acto dedicado a otro
para fastidiar, estamos en una impostura generalmente estéril. Callamos ante
una obra de arte que no extasía, en un concierto, en una película. Debemos
guardar silencio en una biblioteca, en un concierto, en una conferencia. Se
pide un minuto de silencio cuando ha muerto alguien destacado socialmente y que
duele por sus virtudes que nos abandonan. Callamos cuando muere alguien
querido, los más cercanos porque el resto no para de hablar. En fin hay tantos
silencios como personas.
Los grandes poetas y cantautores hablan del silencio de los
amores idos, de la muerte, porque hay momentos en que no encontramos sentido
sino asaltos de metáforas. Privilegios de los que ponen a la humanidad a soñar
con sus hermosos o desgarradores versos “Silencio en la noche ya todo está en
calma, el músculo duerme, la ambición descansa” del inolvidable Gardel. O la
nostalgia del querido Sabina “Ahora que no estás, el dolor deja paso a una
antigua tristeza, va cayendo la noche, nadie llama a mi puerta y me duerme el
silencio como una madre buena”. Los filósofos parten de un silencio para ir
dando vida a sus entramados significados. Preguntarse por el ser en general es
partir de la nada, como comienza Heidegger su búsqueda por replantear la
filosofía moderna. Es muy placentera la buena conversación y sobre todo
aderezadas con un buen vino, pero la repetición incansable de los borrachos
pueden conducir al suicidio. Salir de la monocorde melodía, del hastío del
mismo tema y de las discusiones sin escuchas es ya de por si una buena
ganancia. Somos en realidad sobrevivientes de una catástrofe y después de un
trauma viene el duelo con su consabido silencio.
Todo esto para decir que a solo cuatro días volveremos a
traspasar una encrucijada y que requerimos de más de un minuto de silencio para
“caminar en solitario”. Buena suerte a todos los amigos, a los enemigos no, a
ellos mala suerte. Después seguiremos hablando.
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