Nos
hace falta que nos narren una buena historia de amor. Volver a aquellos tiempos
en que no nos perdíamos un solo capítulo de la telenovela de turno y de moda.
Aquellas en las que se abría una puerta y el encuentro entre dos personas
comenzaba a desentrañar los enredos y desencuentros del amor. O se enredaba más
la trama, todo dependía de que puerta se tratara. Las conversaciones giraban
alrededor de la historia emocionante que José Ignacio Cabrujas nos contaba. Alimentaba
nuestro imaginario al mismo tiempo que nos reconocíamos en las costumbres, en
los acontecimientos diarios. Para mantener el interés en un largo cuento es
indispensable un relato de amor, cruzamos dedos y esperamos ansiosos el
encuentro justo del amor. Ese que se da entre dos personas y que es
indispensable para poder vivir y mantener las esperanzas. No ese amor abstracto
a todo el mundo, ese “lo hice porque amo a mi pueblo” que aburre, que suena
hasta obsceno; ese que no produce emoción sino rechazo. Porque te quiero te
aporreo pareciera ser el hilo conductor de esta nuestra tragicomedia. La estructura
ausente de la que nos habló Umberto Eco.
Al
mismo tiempo que seguíamos las complicaciones de algún amor concreto, podíamos
apreciar una interpretación de lo que acontecía en nuestro país, la dinámica
social. La denuncia de las injusticias, la banalidad diaria para afrontar las
dificultades y perfilar una mejor sociedad, el descuido por lo que iba mal y no
remediábamos, estuvieron magistralmente expuestas por Ibsen Martínez en “Por
estas calles” y el sabrosón Eudomar Santos con el famoso “como vaya viniendo,
vamos viendo”. Así seguimos, operando sin ningún tipo de planificación y
estrategia y así nos va. Nadie se perdía esta novela lo que producía un
encuentro frente a las pantallas, las identificaciones con los acontecimientos
cotidianos, el tropiezo con la simbología que producía las imágenes e ideas del
sentido común del venezolano. La canción de Yordano con la que comenzaba cada
capítulo y la gente caminando hacia su destino, se convirtió en la imagen y en
el sonido de fondo de la conciencia nacional. “Por estas calles la compasión ya no aparece / y
la piedad hace rato que se fue de viaje / cuando se iba la perseguía la policía
/ oye conciencia mejor te escondes con la paciencia…”
Las telenovelas cumplían un papel importante en el debate
nacional, fueron activadores de conversaciones y de reflexión interesante entre
los miembros de la familia y en la reunión con los amigos. Contábamos con
pensadores de primera línea para exponer las ideas políticas en una inmejorable
plataforma de divulgación masiva como lo es la televisión. Se fueron apagando
las pantallas, se murió Cabrujas, que tanta falta nos hace y Leonardo Padrón se
ha convertido en el mejor cronista de nuestro dolor. Porque esa estructura
ausente, realmente se ausentó. No hay substrato que nos sostenga digno de ser
pensado. De los sótanos solo brota maldad pura, por ello se han secado las
fuentes de la ideación, las imágenes son Ionescas, el teatro del absurdo. Somos
seres perdidos sometidos a una tragedia burlesca, a la soledad y a la incomunicación. Los códigos se extraviaron por estas calles,
realmente.
O será más bien que el amor se ausentó definitivamente de
esos códigos que nos definen, será que el amor ya no se contempla. ¿Será eso
posible? ¿Será posible que el ser humano pueda construirse un mundo sin amor?
Desaparecerían los poetas, los escritores, el arte en general. ¿Se puede vivir
en un mundo reducido a la maldad pura? Solo plagado de delincuentes, de
alimañas, un mundo no humano, un salvajismo más cruel que el equilibrio ecológico
propio de los animales. Moriríamos y de tristeza como ya nos está pasando.
Deberíamos comenzar a darle un poco de barniz humano a esta desgracia,
deberíamos comenzar a hablar de la mujer, de los hombres, la rutina del
matrimonio, la infidelidad, del divorcio. De los niños felices y bien cuidados.
De los temas propiamente humanos y no de nuestras angustias, de nuestros
llantos cuando vamos a un automercado, de la desnutrición de nuestros niños, de
la imposibilidad para poder mantenernos dignamente. Pero es esta realidad en la
que estamos sumergidos y no puede ser otro nuestro discurso. La descomposición
y la tragedia humana en su obscena y cruda presencia uniabarcadora. Es la única
imagen que tenemos de nosotros mismos.
Así como Cabrujas vivía obsesionado por la dignidad de la
gente, así mismo se manifiesta en nuestro día, con toda la rabia y dolor,
nuestra indignación por la falta de dignidad que estamos mostrando en todos los
órdenes. Vivimos obsesionado por la falta de dignidad. Manifestó Cabrujas en
una entrevista con Nelson Hippolyte “Sí, quiero reflejarme a mí mismo, mis
sensibilidades, mis opiniones; quiero reflejar la dignidad de la gente que es
un tema que me obsesiona. Quiero contar la historia de dignidades y no de
enseñanzas. Me importan algunos símbolos que en esta sociedad son efectivos y
emocionantes como la solidaridad. Supongo que lo que más tengo dentro de mí
cuando quiero escribir una telenovela es decir con orgullo: ¡Somos gente
estupenda!” Quiero que me vuelvan a narrar una historia de amor, quiero volver
a encontrar la solidaridad entre nosotros, quiero que podamos volver a afirmar
que somos estupendos, quiero para mi país un amor verdadero. Quiero nuevamente
a nuestros talentos contándonos historias de amor. Ese amor que en algún lugar
nos está esperando.
Excelente tema, Marina. Nos hace mucha falta lo cotidiano y sus banales y divertidos enredos. Ya eatamos a nivel de 1984 en muchos aspectos. Sin embargo, todavía hay gente como tú que estudia y escribe. Formas parte de esa reserva que evita que nos desestructuremos por completo. Saludos.
ResponderEliminarGracias mi estimado Alirio. Qué difícil se nos hace. Un abrazo
EliminarEl bienestar de una sociedad también se mide por el contenido de sus "banalidades". Cuando en un país cosas naturales como comer y curarse se convierten en una gesta cuasi heroica, las historias de amor quedan de lado en lo cotidiano. Eso es desolador. Yo también extraño la Venezuela que se encontraba todas las noches de 9 a 11 y compartía sus cuentos al día siguiente sabiendo que eran ficción y no debate de noticias
ResponderEliminarGracias Diego. La añoranza por la normalidad humana
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