Cuando se trata de elegir los seres humanos se enfrentan con
su mayor responsabilidad. Elegir es un acto en el que nos encontramos con
nuestra realidad más humana, más difícil, angustiante y acuciante, la vida del
ser hablante. A veces, nos pone la vida en encrucijadas muy difíciles y la
solución solo depende de una buena decisión. No siempre tenemos la potestad de
hacer buenas elecciones porque las circunstancias nos constriñen a alternativas
reducidas. A veces simplemente, aunque el malestar nos consuma, no podemos
tomar decisiones y es en esas circunstancias donde podemos morir porque se nos
muere el deseo. Se para el reloj de nuestro devenir. Ya no somos libres para
escoger nuestro destino, para decir quien queremos ser y cuáles serán nuestras
circunstancias en las cuales desplegaremos el camino a recorrer. Hay decisiones
impostergables para romper cadenas. Hay decisiones que hay que tomar
irremediablemente si no queremos quedar reducidos a objetos en manos de sujetos
o circunstancias mortales. El poeta francés
Verlaine, pudo decir: “La vida simple y tranquila es obra de la elección (…)”. El que no decide no vive, su lenguaje se reduce a la repetición
quejumbrosa y al extrañamiento de la responsabilidad.
No caigamos en un voluntarismo, no todo se puede, hay
limitaciones. Bien porque los otros no te dejan o bien porque no se tiene la
valentía de limitar un goce propio. Pero tampoco podemos sentarnos en la
imposibilidad de la sobredeterminación absoluta, en la inmovilidad. Como seres
hablantes tenemos la capacidad de elegir, de reconocer nuestros gustos, de
marcar las pautas de nuestro devenir, de reconocer las trazas elegibles en
relación a las novedades que las experiencias traen consigo. Podemos ser
creativos y este es el arte de un buen vivir. Cuando las circunstancias se
reducen abrimos un boquete inspirador por el que se cuelan las luces de la
posibilidad y de la liberación. Solo nos afirmamos en las elecciones propias,
en la voluntad de conseguir las salidas decisivas, de haber logrado lo que a
otros les parecía imposible, de haber encontrado la brecha apropiada para
comenzar con paso firme a reconocernos en los contornos que comienzan a
trazarse. Si la felicidad es tan difícil de describir y amarrar en conceptos
definitivos, cuando tropezamos con nuestras certezas decisivas la sentimos como
una ráfaga arrebatadora.
Como sujetos y como país estamos vivos; somos sujetos del
impacto que produce lo simbólico sobre lo real y por ello estamos eligiendo. No
lo podríamos hacer si no es porque nos apropiamos de un lenguaje. No el
empobrecido y embrutecedor que nos quisieron imponer, sino el que nosotros
mismos decidimos hablar, con nuestro léxico, con nuestro tono, con nuestras
metáforas, con nuestro ritmo. Fuimos poco a poco llegando a lo que queríamos
sin titubeos, con incertidumbres pero con firmeza. Nos encontramos en lo que
sabemos, en lo que entendemos y lo que nuestro raciocinio nos determina.
Acudimos a un plebiscito y pudimos manifestar nuestra voluntad, marcamos
nuestro destino, elegimos. Ya no se trata de una elección privada, sino la que
como país escogimos, la alegría fue compartida. Sin muchas palabras y con un
máximo de reconocimiento volvimos a reencontrar al país que conocíamos, al que
estamos decididos a rescatar. Lo logramos y la alegría se entronó nuevamente en
nuestros hogares. Es el comienzo del final de una dictadura que debemos guardar
como la peor atrocidad en la que caímos. Ahora es nuestra propia aventura y
nuestra propia identidad la que se comienza a perfilar. La libertad ya no es un
sueño es nuestro ejercicio diario y con disciplina.
No nos redujeron a esa vida precaria, no tragamos el anzuelo
de esos enunciados repetidos y sin contenido, no hubo propaganda que nos
redujera las ganas de vivir, no pudieron llevarnos a la barbarie y a un estado
de nulidad. Ahora quedaron ellos solos sin país. Quedaron perseguidos por sus
actos criminales, reducidos a la inhumanidad que es peor que la naturaleza de
los animales salvajes. Ellos no pueden ya escoger, quedaron reducidos a una
vida miserable, sin inteligencia y sin afectos. Una vida precaria aunque hayan
engordado sus arcas y sus cuerpos con el dinero de todos. Se despojaron de los
símbolos y lo real los devora. Se creyeron dueños y se descubren devorados por
sus propios fantasmas que los persiguen. Ese es el infierno y esa nuestra
justicia. Nos falta terminar de despojarlos pero el paso decisivo lo dimos con
firmeza, con la alegría de elegir, con la certeza de la posibilidad y de la
libertad. Los actos se precipitan pero ya estamos ligados a un discurso
civilizado, poético, lleno de entusiasmo. Encontramos nuevamente nuestro
rostro, encontramos nuevamente al país en las colas del sufragio, encontramos
nuestro espacio común anhelado. Nos desligamos de algo y necesariamente
quedamos ligados a otro algo (Heidegger). Falta un tramo que traspasar, pero
quedaremos…
Quedaremos ligados a la reconstrucción. A la tarea ardua de
volver a armar lo que hoy ya son escombros. Volver a armar la Republica, las
instituciones, el respeto al ciudadano, los servicios públicos, la seguridad y
el respeto por la vida. Volver a armar nuestras vidas privadas, nuestros
movimientos, nuestros trabajos, los esparcimientos, los afectos, los rituales
privados. Volver a armar la armonía, la tranquilidad, el buen trato, la
cortesía, el respeto. Recuperar esa sensación perdida, la alegría de elegir desde una simple pasta
de diente hasta nuestra forma de vivir. Tenemos el ímpetu, las ganas, el
domingo lo demostramos y allí nos encontramos.
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