Estamos con una emotividad de emergencia. No es para menos se
entiende. Desesperados porque esta
pesadilla termine, los recursos para la defensa al sufrimiento se encuentran
exiguos, la vida suspendida reclama por sus espacios, el dolor consume y
estamos utilizando un último recurso: el grito. Esto ya parece una gallera,
todos contra todos, una sociedad desintegrada, sin miramientos, empujados a la
violencia. Todos somos vulnerables, nuestro ánimo lo es y la cortesía es
importante para mitigar el desencuentro y el malestar social (Savater). No
cuidamos ya las formas, nos entregamos a un “di lo que te pasa por la cabeza”
no importa los estragos que causes, no importan los ánimos que desinfles.
Desprestigia, sospecha, se espontaneo, no escatimes el peligro que eso
significa, como invades ni el daño que causes. Total tu sufrimiento te da
autorización, las buenas costumbres, la consideración por el otro no cuenta en
tiempos de guerra, tú quieres las cosas ya, pues ya tienen que ser si no el otro
es un traidor, un esquirol. La confianza desapareció, la incredulidad haciendo
sus estragos tal como conviene a la tiranía. Resultados de una ciudadanía
maltratada sin miramientos y despojada de su derecho a elegir sus gobernantes,
de elegir la vida. La ira desbordada.
Fuimos
despojados de nuestra arma fundamental como ciudadanos como enfatiza el
politólogo Sergio Fabbrini “en una democracia el poder de conceder
el poder reside sólo en los ciudadanos”. Fuimos
despojados del derecho a expresar nuestra opinión, sabiendo que es una opinión
entre otras, el poder cuestionar, analizar, emitir juicios sin sentenciar, sin
destruirnos los unos a los otros, sin despreciar al que piensa diferente.
Emocionalmente en emergencia y no parece que se esté considerando este síntoma
tan importante para poder llegar a nuestra meta con mejores posibilidades. La
emoción siempre ha sido desestimada y valdría la pena interrogarse por qué.
Pareciera que eso es cosa de mujeres y niños, de poetas; los seres racionales,
los del pensamiento, los “intelectuales”, la gente seria debe ser fría,
calculadora porque si no se pierde objetividad. La emoción es objetiva, si no
se canaliza hace estragos, arrasa. Al no reconocer al otro en su integridad no
se persuade, ni se emociona.
Ya no se
digieren los discursos moderados, la audiencia es hostil y dividida por ello el
orador debe ganarse el respeto, la confianza con solo demostrar reconocimiento.
Si las acciones en nuestra defensa, en estos momentos peligrosos, lucen tibias,
timoratas, retrasadas, es esperable la anarquía, la desorganización. Y eso sin
duda juega a favor de los verdaderos enemigos que tenemos. Ya no los
adversarios, ya se ganaron la denominación de enemigos al haber traspasado todo
limite éticamente aceptable. Abusaron del poder y perdieron toda legitimidad,
solo queremos que se vayan. Es en este punto donde la mayoría democrática no
tiene miramientos, no va a ceder, no va a negociar. Se puede negociar su
salida, para donde, como y cuando, otra posibilidad no existe a estas alturas.
Por eso el momento es muy peligroso porque se llegó a extremos intolerables. La
indignación, la desconfianza campanean a sus anchas y tienen efectos, es mejor
que los líderes lo vean y lo integren a las estrategias, posibilidades y
discursos.
Fernando
Savater en su “Ética de Urgencia” considera este aspecto que es necesario
enfatizar, hoy más que nunca “hay que mirar al otro, es esta una disposición
ética”. Fijarnos cómo son, qué necesitan porque si no el otro te va a gritar,
va a reclamar e incluso despreciar. Nos conviene estar bien entre nosotros es
una forma de pasarla menos mal. Hannah Arendt que dedicó gran parte de su vida
al entendimiento del ciudadano para que las tiranías no volvieran a repetirse,
argumentaba que las normas de convivencia deben crearse a partir de uno mismo
en un ámbito de acción ciudadana, en una esfera pública y en interacción con
las demás personas. No se puede mantener a una ciudadanía impotente, va actuar
de cualquier manera si no están los dirigentes en sintonía, si no tienen
miramientos, sobre todo en un proceso como el que se ha librado durante estos
largos tres meses. Les toca recomponer su autoridad porque disciplina hemos
tenido, pero no se trata solo de dar órdenes. No hubo sintonía con la emoción
que despertó el plebiscito y los ánimos se caldearon. Con adjetivar a los otros
no se sale del peligro que esto representa para nuestros fines.
La tendencia
de lo social en nuestros tiempos es el individualismo, seres aislados unos de otros,
con el error de creer que la libertad es solipsista, perdiéndose de este modo
la capacidad de verse y oírse entre sí. Nosotros tenemos que construir nuestro
espacio común y no volverlo a descuidar nunca más, por lo tanto esta capacidad
de reconocernos no la podemos descuidar, si nos desligamos perdemos. Tenemos
fuerza y lo hemos demostrado porque hemos estado unidos, después vendrán
mayores sofisticaciones, no ahora, no podemos. Como también lo señalaba Arendt
el individualismo nos vuelve impotentes, si hay algo que acaba con la política
democrática es la impotencia de la ciudadanía, la incapacidad para construir y
defender algo que nos es común. Si la élite política se aleja del ciudadano, si
no mira, si no escucha, la rabia se desborda y van a dejar de ser mirados y
escuchados. En estos momentos peligrosos a este factor hay que prestarle
cuidado, síntomas se vieron por una emoción en emergencia.
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