Estamos luchando por retomar lo que un día dejamos escapar.
La democracia y la libertad no se negocian, ni se deja tan importante tarea a
otros, es lo más sagrado si queremos vivir con dignidad. Ahora bien, esto se
dice fácil pero que impactante es presenciar su magnitud, ciudadanos indefensos
en una lucha contra verdaderos monstruos armados. La grandeza de la gente en
Venezuela no debe dejar de decirse, de escribirse. A pesar del miedo
justificado porque nos matan, nos torturan, nos persiguen, en los momentos
precisos no se duda en volver a las calles a librar batallas heroicas. Multitudes
exhibiendo sus únicas armas, su determinación y su verdad. Se pide elecciones y
se nos contesta con amenazas de muerte. Se pide justicia y se nos contesta con
más hechos arbitrarios. Se pide equilibrio de poderes y se nos contesta con un
despliegue de bravuconadas bufas. Se pide civilización y las respuestas
provenientes de cavernas son rugidos emitidos por bestias. Con monstruos nos
topamos y a los monstruos combatimos.
Allí en la calle nos encontramos, allí nos volvemos a
reconocer como personas, allí nos volvemos a sentir hermanos y volvemos a ser
lo que siempre fuimos, generosos los unos con los otros. Nuestro gran capital y
lo que podemos reconocer como rasgo de nuestra identidad, nuestro gentilicio.
Rasgo del carácter venezolano que se había escondido por haber obedecido a los
empeños divisionistas, porque nos pusieron a pelear, a desconfiar, a envidiar,
a competir. Pero basta que estemos juntos en esta lucha contra la maldad, para
que surja inmediatamente lo mejor de cada uno de nosotros. Así que se vive un
contraste, la angustia y el dolor por cada uno de los que pierden la vida en
estas jornadas peligrosas y la emoción de volver a reconocernos, la emoción de
recobrar un sentido y no vivir aplanados en la inercia y el sometimiento.
Los hechos reales traumáticos no tienen eficacia si no hay
una participación del sujeto. Eso explica los diferentes efectos que causan las
malas experiencias. Así tenemos al que reacciona contra las causas del
sufrimiento y el dolor o el que reacciona contra sí mismo, entregándose,
rindiéndose, despreciándose en una impotencia, matándose. En las sociedades se
pueden observar los mismos mecanismos que se observan en las personas. Hay
sociedades que no parecen doblegables, que no se rinden y que continúan sus
luchas por más difíciles que se presenten las circunstancias. Hemos podido
observar los sube y los baja de las fuerzas anímicas que nos acompañan, los
cambios de guión abruptos que desconciertan y desaniman. Pero también hemos
observado como a la primera lucecita arrojada sobre el escenario enseguida y
sin titubeos se responde con energía al llamado por la libertad. Algo tiene el venezolano en su identidad que
luce fuerte para superar sus extravíos históricos. Sin duda, conmueve.
En ese goce de la maldad y la victimización no nos
instalamos, no es la queja sin fin lo que nos caracteriza. Sufrimos y mucho
pero no arrastramos cadenas, las tratamos de romper, la muerte nos sorprende peleando.
De allí que muchas veces nos criticamos por superfluos y frívolos, por no perder
la sonrisa en momentos que se supone debemos mostrar nuestra faz lúgubre. Ese
discurso de amenazas con el cual se manifestaron los matones causa
inmediatamente hilaridad de toda índole y no se trata de una locura, no se
trata de que no sintamos miedo, ni que
pensemos que no son capaces, es que el despliegue de esos “amos” de esas
autoridades despóticas no está inscrito en el cuerpo social, son ajenos a la
idiosincrasia del país. Aquí los niños nacen rebeldes y los padres los tenemos
que educar con amor porque de resto es mayor la rebeldía que despliegan.
Herramientas y fortaleza tenemos para recuperar las riendas
de nuestra existencia y esa es la lucha que se libra hoy en las calles del
país, nuevamente porque no ha sido la primera. Lo loable es que esas fuerzas no
han decaído, la mayoría de los que luchaban en el 2002 se han ido del país y
hoy se reincorporan los que en aquel entonces eran unos niños. Esto muestra que
el discurso predominante de libertad sigue vivo en la sociedad, que no ha sido
sustituido por la esclavitud a la que con empeño se nos ha querido someter.
Toleramos dolorosamente que las cosas no salieran como esperábamos, nos vimos
con problemas y limitaciones. Nos peleamos pero no nos dejamos de querer y de
reconocer, eso no es otra cosa que aceptar la incompletud inherente a nuestra
naturaleza. Saber posponer la satisfacción que esperamos, que no es otra cosa
que recuperar a Venezuela. En realidad nuestro símbolos no han cambiado y de
allí que no perdemos el sentido de lo que somos y lo que queremos.
Reconocemos nuestro líderes y agradecemos, pero sobre todo
nos reconocemos entre nosotros y nos queremos, allí esta nuestra gran
fortaleza. Venezuela no se rinde, siempre responde por la libertad.
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