Hemos pasado una semana con demasiado ruido. Una ciudadanía
alborotada que no cesa de gritar a los cuatro vientos y clamar por justicia. Se
entiende, haber detenido la marcha por rescatar al país de tanta barbarie es un
trago muy difícil de digerir. Nos detuvieron y nos dejaron en un silencio solo
interrumpido por un comunicado mal redactado, impreciso que opacó su contenido
importante. Se ha escrito y analizado hasta la saciedad este muy torpe proceder
de las personas en que mayoritariamente se confía, las que conforman la Unidad
Democrática. Se cayó, entonces, en un
vacío y apareció con todas sus fuerzas el temor de quedar atrapados sin salida.
Gritamos y gritamos manifestando, como cada quien sabe hacerlo, una indignación
por no ser tratados como adultos que sufrimos un Estado malandro.
Hay voces con gran sintonía y buena pluma que explayaron lo
peor que se puede hacer en estos casos, exacerbaron los ánimos, se unieron al
coro de insultos y juicios adelantados. Difamaron a los actores, torpes pero no
malandros. Gastaron su propia credibilidad en una pelea dura y descarnada que
solo manifiesta su desesperación mal tramitada. Embestir como un toro no es
precisamente la conducta de nadie sensato que se haya paseado por lo conveniente
que es suspender un juicio hasta contar con mayores elementos de análisis. Y
más si se tiene un lugar en la opinión pública. Se mandó a la basura la
responsabilidad y por supuesto ni que hablar el aplomo y la sindéresis. A veces
cabe preguntar ¿Si nos comportamos como niños, cabe esperar que nos traten como
adultos? A un niño se le va concediendo grados de libertad en la medida que
vaya demostrando responsabilidad en su uso. Porque a un niño también hay que
protegerlo.
Con que facilidad perdemos la sensatez, señal no solo de lo
insoportable que ya se nos hace no solo una vida de oprobios, la indignación de
sufrir tanta injusticia impune, sino de haber caído en una desconfianza
generalizada que debilita la seguridad personal. Si el otro es un ser que
engaña, que nos vende, que no cumple promesas, que actúa en la oscuridad de
espalda a sus aliados, entonces estamos solos en un mar de tiburones. La única
salida es terminar de saltar y dejar que nos coman, rogando que sea rapidito
para no prolongar la agonía. Sin otro en quien confiar hay un yo totalmente
desarraigado de toda sensatez moral. Nos convertimos así en “imbéciles morales”
perdemos todo criterio para dilucidar como promover el bien y evitar el mal,
que en mala hora y por falta de sensatez moral un día se eligió. Se quería “un
cambio” sin duda se consiguió pero ya vemos como cambiamos. Salir de este
laberinto se nos ha hecho muy difícil porque se escogió salir por la vía
constitucional.
Al parecer se quiere acabar con la dominación de la misma
forma que se entró, sin mucho razonamiento y con impulsos desbordados de
soberbia y prepotencia. No estuvo bien lo que hizo la MUD y menos como lo hizo,
pero peor aún ha estado el ruido desordenado que hemos generado. Muchachos en
un salón de clase cuando el profesor se retira al ser llamado a dirección. Los
taquitos volaron por todo el espacio nacional con mensajes soeces referidos a
los docentes. Hasta risa puede causar tantas infantiladas. Rasgo muy agradable
que se conserva en nuestro carácter nacional pero que, sin duda, la ocasión tan
delicada amerita controlar. Ese es el atributo que debe poseer un adulto,
control y sindéresis. Hay momentos que requieren silencio o críticas
argumentadas, que también las hay, por supuesto. Nos recordó en su oportunidad
nuestro querido Alexis Márquez la sindéresis: “Sensatez para formar juicios y
tacto para hablar u obrar” Al parecer esta virtud de la inteligencia es otro de
los productos que desapareció de nuestros anaqueles. Santo Tomás de Aquino la
consideraba como el puente de enlace entre la persona humana y su naturaleza.
Sabemos lo que queremos pero damos rodeos en el cómo porque
así es la dinámica en la política, un día a día para resolver las trabas y
actuar de la forma más certera, en la que a veces se falla. Una delicada
estrategia que requiere un tiempo que sentimos no tenemos. No puede ser la inmediatez
y la desesperación las que nos guíen
porque de lo que no tenemos tiempo es de comportarnos como “imbéciles morales”.
Fernando Savater define “al imbécil moral” de la siguiente forma: “El imbécil
sabe lo que quiere, pero no sabe cómo alcanzarlo o lo quiere sin esfuerzo, o
bien no sabe lo que quiere, o cree que no quiere nada o que quiere todo, ni
distingue lo bueno de lo malo. Tener conciencia pues, consiste en saber que se
quiere vivir bien, en fijarnos si lo que hacemos corresponde a lo que queremos,
en practicar el hacer las cosas que no nos repugnan hacer (el buen gusto moral)
y asumir que somos libres y responsables de las consecuencias de nuestros
actos” Ahora nada de esto es posible sin necesitar de los otros y no todo el
que nos rodea es un traidor. Cuidemos, entonces, el vocabulario. Cuando
emitimos una opinión debemos respetar al otro (cuando no se ha mostrado como un
delincuente) y a nosotros mismos.
La rabia tiene su origen apuntemos hacia allá
los dardos. Que los taquitos vuelen pero por ahora en una sola dirección.
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