12 de abril de 2016

Al filo de la navaja


Transitamos por un borde incierto porque nuestro destino se encuentra suspendido. Aún no sabemos hacia qué lado se moverá el péndulo. Umbral de la libertad o de la esclavitud, nuestra historia no se define y vivimos con la incertidumbre de donde terminaremos. Unas interminables coincidencias, casualidades, golpes de suerte o mala suerte nos arrojarán en cualquiera de estas dos direcciones. No hay claridad, no se percibe dirección, no hay sentimientos unificadores, desapareció la certeza, el entusiasmo de sabernos mayoría. Somos aplastados por la imparable maquinaria de depredadores que nos quitan el alma, que nos vacían de intimidad, que nos arrojan a la peor angustia, a una crisis identitaria. Ya no somos lo que fuimos.


Hermosa película de Edmund Goulding, Al filo de la Navaja, basada en la novela de William Somerset publicada en 1944. Este clásico del cine, que es oportuno recordar en estos momentos aciagos, trata de la historia de una búsqueda, del viaje espiritual de un hombre que, insatisfecho con el tiempo y la vida que le ha tocado vivir, emprende un viaje para encontrar el sentido de su vida. Protagonista de su historia encuentra los asideros propios en los cuales reconciliarse consigo mismo y vivir a su manera. Es la tarea que nos toca en esta guerra que nos inventaron, donde participamos sin querer de un total sinsentido, del despojo de nuestros referentes que nos constituyen como sujetos, de la imagen ominosa de la muerte cruel. Heridos nos encontramos e instintivamente nos protegemos para no enloquecer. Hacemos intentos diarios por volver a encontrarnos, intentos desesperados que nos recuerdan la difícil tarea de comenzar nuevamente a buscar nuestro sentido, esa aventura que nos hace andar por el filo de una navaja.

Experimento macabro que podemos ver magistralmente relatado en Houseland. Tome Ud. A un hombre bueno y manipúlelo hasta ponerlo a su servicio para las funciones más crueles. Comience aislándolo, torturándolo, separándolo de todos sus afectos y referencias vitales. Cuando ya esté al borde de la locura hágalo enamorarse, trátelo bien y ofrézcale nuevos referentes. Introduzca una ideología en su cabeza y hágale sentir un perenne agradecimiento. Ya lo tenemos, el plato está servido. Buen apetito digiera al hombre nuevo. Están allí y por montones después de diecisiete años; faz inexpresivas, mirada perdida, acciones automáticas, mismo andar y misma manera prepotente, soez de relacionarse con los otros. Despersonalizados, ya no son sujetos humanos y no se plantean ni se plantearan jamás volver a comenzar el viaje por su identidad. Son marionetas y su ser se sacia de tragar todo lo que este en compra y venta. Devorar es su divisa.

Pero también hay una población muy grande que resolvió no pertenecer al mundo del mercado, ni sus cuerpos ni su ser se han puesto a la venta. Poseen sus representaciones sobre el mundo que no les pueden ser arrebatadas, poseen criterios para jerarquizar lo importante, su núcleo central por el cual luchan pertenece a la “lógica identitaria” que nos describió Castoriadis. Pero han sido expulsados de las constelaciones organizadoras que permiten la operacionalidad de sus vidas, se activan las defensas para no ser desintegrados y se busca ese regazo familiar donde esperar que la tempestad amaine. Es individual la salida, unos optarán por religiones que los apacigüen, otros recurrirán a la escritura, la música, el cine, la lectura. Sus casas aun con posibilidades de un cierto confort, pero sin agua y sin electricidad. Las redes sociales se constituyen en aquellos sitios públicos que nos ofrecían un encuentro con los otros. A los que ya no podemos ir por miedo a que nos asalten o nos maten. El ágora de nuestros días.

Ese gran inconsciente el lenguaje que nos arropa y que nos esperó en el mundo, cambió radicalmente, no encontramos los mismos símbolos con los cuales pudimos conformarnos en sujetos conscientes y con intenciones. Los nuevos no los queremos, no son nuestros, no pertenecemos a esta barbarie, no estamos en sintonía. Nuestros deseos no coinciden con este estado de cosas. Rafael Cadena llama desesperadamente a la unidad, y tiene razón es nuestra mayor fortaleza y nuestra única arma para poder trascender tanta tragedia. Pero debemos preguntarnos por qué es tan difícil. Pareciera que todavía no hemos encontrado un factor unificador fuerte que nos aglutine. Cuando creemos que lo tenemos se va diluyendo por el tiempo inerme y la desesperación de seguir en el filo de la navaja.  Un enemigo común, que lo tenemos, no ha sido suficiente. Hemos sido desubjetivizados y arrancados de la socialización, el malestar es único en cada individuo.

La subjetividad regula los destinos del deseo al articular los enunciados que hacen sintonía con una realidad. Las modalidades discursivas vehiculizan la virtud y sin ello somos seres desalmados. Volveremos a encontrar nuestro destino articulado y volveremos a ser sujetos de nuestras vidas pero mientras tanto es la incertidumbre la que reina y la que no hace lazo social al mantenernos desintegrados. Somos los seres humanos los que articulamos la realidad pero al mismo tiempo ella nos articula a nosotros y aquí tenemos que empezar de nuevo. El arsenal subjetivo con el contamos producto de nuestra experiencias pasadas es realmente nuestra única arma. Huecos, filtraciones, errores, contradicciones hay y a montones, si somos hábiles es por allí que debemos colarnos en la búsqueda de nuevas subjetividades, nuevos modelos discursivos, nuevas posibilidades de relacionarnos con la sociedad. Si en algo estamos claros es que queremos cambiar esta terrible y mortal realidad.

Es la expresión de una “crisis” que Hannah Arendt definió como el lugar de reunión conflictivo entre el pasado y el futuro. Este es el momento, aun no estamos ni aquí ni allá. En el filo de la navaja y en plena crisis.

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