Transitamos por un borde incierto porque nuestro destino se
encuentra suspendido. Aún no sabemos hacia qué lado se moverá el péndulo.
Umbral de la libertad o de la esclavitud, nuestra historia no se define y
vivimos con la incertidumbre de donde terminaremos. Unas interminables
coincidencias, casualidades, golpes de suerte o mala suerte nos arrojarán en
cualquiera de estas dos direcciones. No hay claridad, no se percibe dirección,
no hay sentimientos unificadores, desapareció la certeza, el entusiasmo de
sabernos mayoría. Somos aplastados por la imparable maquinaria de depredadores
que nos quitan el alma, que nos vacían de intimidad, que nos arrojan a la peor
angustia, a una crisis identitaria. Ya no somos lo que fuimos.
Hermosa película de Edmund Goulding, Al filo de la Navaja,
basada en la novela de William Somerset publicada en 1944. Este clásico del
cine, que es oportuno recordar en estos momentos aciagos, trata de la historia
de una búsqueda, del viaje espiritual de un hombre que, insatisfecho con el
tiempo y la vida que le ha tocado vivir, emprende un viaje para encontrar el
sentido de su vida. Protagonista de su historia encuentra los asideros propios
en los cuales reconciliarse consigo mismo y vivir a su manera. Es la tarea que
nos toca en esta guerra que nos inventaron, donde participamos sin querer de un
total sinsentido, del despojo de nuestros referentes que nos constituyen como
sujetos, de la imagen ominosa de la muerte cruel. Heridos nos encontramos e
instintivamente nos protegemos para no enloquecer. Hacemos intentos diarios por
volver a encontrarnos, intentos desesperados que nos recuerdan la difícil tarea
de comenzar nuevamente a buscar nuestro sentido, esa aventura que nos hace
andar por el filo de una navaja.
Experimento macabro que podemos ver magistralmente relatado en
Houseland. Tome Ud. A un hombre bueno y manipúlelo hasta ponerlo a su servicio
para las funciones más crueles. Comience aislándolo, torturándolo, separándolo
de todos sus afectos y referencias vitales. Cuando ya esté al borde de la
locura hágalo enamorarse, trátelo bien y ofrézcale nuevos referentes.
Introduzca una ideología en su cabeza y hágale sentir un perenne
agradecimiento. Ya lo tenemos, el plato está servido. Buen apetito digiera al
hombre nuevo. Están allí y por montones después de diecisiete años; faz
inexpresivas, mirada perdida, acciones automáticas, mismo andar y misma manera
prepotente, soez de relacionarse con los otros. Despersonalizados, ya no son
sujetos humanos y no se plantean ni se plantearan jamás volver a comenzar el
viaje por su identidad. Son marionetas y su ser se sacia de tragar todo lo que
este en compra y venta. Devorar es su divisa.
Pero también hay una población muy grande que resolvió no
pertenecer al mundo del mercado, ni sus cuerpos ni su ser se han puesto a la
venta. Poseen sus representaciones sobre el mundo que no les pueden ser
arrebatadas, poseen criterios para jerarquizar lo importante, su núcleo central
por el cual luchan pertenece a la “lógica identitaria” que nos describió
Castoriadis. Pero han sido expulsados de las constelaciones organizadoras que permiten
la operacionalidad de sus vidas, se activan las defensas para no ser
desintegrados y se busca ese regazo familiar donde esperar que la tempestad
amaine. Es individual la salida, unos optarán por religiones que los apacigüen,
otros recurrirán a la escritura, la música, el cine, la lectura. Sus casas aun
con posibilidades de un cierto confort, pero sin agua y sin electricidad. Las
redes sociales se constituyen en aquellos sitios públicos que nos ofrecían un
encuentro con los otros. A los que ya no podemos ir por miedo a que nos asalten
o nos maten. El ágora de nuestros días.
Ese gran inconsciente el lenguaje que nos arropa y que nos
esperó en el mundo, cambió radicalmente, no encontramos los mismos símbolos con
los cuales pudimos conformarnos en sujetos conscientes y con intenciones. Los
nuevos no los queremos, no son nuestros, no pertenecemos a esta barbarie, no
estamos en sintonía. Nuestros deseos no coinciden con este estado de cosas.
Rafael Cadena llama desesperadamente a la unidad, y tiene razón es nuestra
mayor fortaleza y nuestra única arma para poder trascender tanta tragedia. Pero
debemos preguntarnos por qué es tan difícil. Pareciera que todavía no hemos
encontrado un factor unificador fuerte que nos aglutine. Cuando creemos que lo
tenemos se va diluyendo por el tiempo inerme y la desesperación de seguir en el
filo de la navaja. Un enemigo común, que
lo tenemos, no ha sido suficiente. Hemos sido desubjetivizados y arrancados de
la socialización, el malestar es único en cada individuo.
La subjetividad regula los destinos del deseo al articular
los enunciados que hacen sintonía con una realidad. Las modalidades discursivas
vehiculizan la virtud y sin ello somos seres desalmados. Volveremos a encontrar
nuestro destino articulado y volveremos a ser sujetos de nuestras vidas pero
mientras tanto es la incertidumbre la que reina y la que no hace lazo social al
mantenernos desintegrados. Somos los seres humanos los que articulamos la
realidad pero al mismo tiempo ella nos articula a nosotros y aquí tenemos que
empezar de nuevo. El arsenal subjetivo con el contamos producto de nuestra
experiencias pasadas es realmente nuestra única arma. Huecos, filtraciones,
errores, contradicciones hay y a montones, si somos hábiles es por allí que
debemos colarnos en la búsqueda de nuevas subjetividades, nuevos modelos
discursivos, nuevas posibilidades de relacionarnos con la sociedad. Si en algo estamos
claros es que queremos cambiar esta terrible y mortal realidad.
Es la expresión de una “crisis” que Hannah Arendt definió
como el lugar de reunión conflictivo entre el pasado y el futuro. Este es el
momento, aun no estamos ni aquí ni allá. En el filo de la navaja y en plena
crisis.
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