19 de abril de 2016

Carl Schmitt


Jurista alemán y profesor de la Universidad de Berlín desde 1934 es conocido por su colaboración en las implementaciones de las políticas nazis. Fue muy crudo en las calumnias antisemitas y sin embargo se ha recrudecido el interés en sus pensamiento debido a las críticas penetrantes que hizo al liberalismo contemporáneo. Se opuso a considerar a la deliberación o al consenso nacional como la esencia de la política sino más bien afirmó que esta se fundamenta en la enemistad. Sin el antagonismo y la dinámica inherente a la relación amigo-enemigo no hay política. “La distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo”. Afirmó que en el liberalismo hay políticas culturales, económicas, eclesiásticas y educativas, pero no una política de Estado.


Muchas vueltas dio para clasificar y fundamentar esta relación y su origen. Para explicar por qué es inevitable el conflicto entre los seres humanos, terminó apoyándose en un relato bíblico que, según él, da cuenta de lo inherente a la naturaleza humana que es el antagonismo. Caín y Abel le sirvieron como referencia; como sabemos este fue un conflicto entre hermanos que culminó en muerte. Esta dinámica enemigo-amigo debe ser entendida en el plano existencial, en los hechos reales y concretos y no como metáforas. Los hombres se pelean para defender su “estar” en un territorio determinado y son estas luchas y las defensas de la idiosincrasia de cada región lo que realmente es política. Por lo que termina afirmando que todos los conceptos centrales de las modernas teorías de Estado son conceptos teológicos secularizados. Curioso hecho o quizás no tan curioso que la fundamentación de pensamientos dominadores y criminales se apoyen en revelaciones religiosas. Otros pensadores que llegaron a la misma conclusión de una naturaleza humana con impulsos destructivos no tuvieron que acudir a argumentos teológicos-políticos y además ofrecieron salidas para contener nuestros impulsos destructores. Schmitt no, más bien conminó a estar atentos y no eludir estos conflictos utilizando las armas y métodos que estén a nuestro alcance cuando haya “una amenaza real a nuestra forma de vida”.

Aterra este pasaje en su análisis del actor revolucionario “Pero ¿no será posible que el tipo humano que hasta ahora constituyó al partisano consiga adaptarse al nuevo ambiente técnico-industrial, que sirva de los nuevos medios y que desarrolle una nueva especie adecuada de partisano, digamos el partisano industrial?”. Como muy bien subraya Richard J. Bernstein “pregunta aterradora que adquieren un sentido de urgencia especial después de lo sucedido el 11 de Setiembre de 2001”. Schmitt fue uno de los primeros teóricos en apreciar la importancia de la guerra de guerrillas en el siglo XX, pensador que ha contribuido como ningún otro a la orientación bélica de políticas teológicas que tanto vemos y padecemos en nuestros días. Hay que señalar que comenzó creyendo que era posible separar la política de la moral, terminó siendo un puro de la política y alimentando en el alma de la humanidad los impulsos destructores. Contribuyó de forma privilegiada a la violencia que hoy observamos en nuestro mundo sin tomar en cuenta las valoraciones, ideales, normas con los que debemos estar comprometidos.

Así que no es de extrañar la influencia de Schmitt sobre la izquierda marxista, sobre todo sobre la izquierda partisana de los años sesentas. Señala José Luis López de Lizaga “La crítica schmittiana a la concepción liberal de la política es perfectamente compatible con el activismo revolucionario….el antagonismo de amigo y enemigo ya no se aplica a los conflictos de clase, sino que se hace extensivo a la totalidad de las oposiciones políticas”. La enemistad absoluta que hoy observamos entre oriente y occidente para Schmitt es la máxima manifestación de la política, la devaluación completa de la vida humana y la deshumanización del enemigo. En palabras de Bernstein “Con la aparición de armas cada vez más sofisticadas, matar al enemigo se convierte en algo impersonal. Con frecuencia las guerras y la matanza se realizan sin la más mínima consideración de la distinción entre personal militar y la población civil. Este es el caso para los terroristas como para las naciones que toman represalias contra el terrorismo”. Y en este estado de cosas Schmitt contribuyó con creses, con razón su pensamiento vuelve a tomar el interés de los que debaten filosofía política.

Pues bien, la ponencia de la Corte Suprema de Justicia en Venezuela, acaba de mencionar a Schmitt como sustento de sus argumentos para rechazar la ley de amnistía. Con razón, porque todo lo que suene a reconciliación y paz tiene que ser expulsado por anti político. Todo lo que es acuerdo y tregua entre antagonistas es una impostura, no obedece a normativas morales genuinas. Esos asuntos se deben resolver en campos de batallas y hacia allá nos empujan. No haberles tomado la palabra ha sido uno de los grandes aciertos de la oposición venezolana. Evitar una catástrofe es precisamente la tarea de los que estamos del lado de la importancia de las cuestiones normativas-morales. Establecer estrategias para limitar la violencia y no provocarla como lo manda el pensamiento totalitario. La reivindicación de su pensamiento reaccionario viene principalmente de la izquierda, una vez más comprobamos cómo se están pareciendo al nazismo. Su obra es venerada porque desojó las margaritas del liberalismo. Su obra se está leyendo y alimentando los pensamientos radicales de las guerrillas y el terrorismo. Y nosotros como es costumbre de un tiempo acá descollamos en estos menesteres espantosos.


Qué fácil es deslizarnos en las posiciones que mantenemos, en nombre de la bondad podemos cometer las peores atrocidades. ¿Sera posible que civilizaciones que no se entienden por tantos años se sienten  a hablar? Sin duda Carl Schmitt diría que no, seria para él una impostura de la política neoliberal y del republicanismo. Schmitt interpreta la paz y el acuerdo como el fin de la política. En esas manos estamos.

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