Jurista alemán y profesor de la Universidad de Berlín desde
1934 es conocido por su colaboración en las implementaciones de las políticas
nazis. Fue muy crudo en las calumnias antisemitas y sin embargo se ha
recrudecido el interés en sus pensamiento debido a las críticas penetrantes que
hizo al liberalismo contemporáneo. Se opuso a considerar a la deliberación o al
consenso nacional como la esencia de la política sino más bien afirmó que esta
se fundamenta en la enemistad. Sin el antagonismo y la dinámica inherente a la
relación amigo-enemigo no hay política. “La distinción política específica,
aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es
la distinción de amigo y enemigo”. Afirmó que en el liberalismo hay políticas
culturales, económicas, eclesiásticas y educativas, pero no una política de
Estado.
Muchas vueltas dio para clasificar y fundamentar esta
relación y su origen. Para explicar por qué es inevitable el conflicto entre
los seres humanos, terminó apoyándose en un relato bíblico que, según él, da
cuenta de lo inherente a la naturaleza humana que es el antagonismo. Caín y
Abel le sirvieron como referencia; como sabemos este fue un conflicto entre
hermanos que culminó en muerte. Esta dinámica enemigo-amigo debe ser entendida
en el plano existencial, en los hechos reales y concretos y no como metáforas.
Los hombres se pelean para defender su “estar” en un territorio determinado y
son estas luchas y las defensas de la idiosincrasia de cada región lo que
realmente es política. Por lo que termina afirmando que todos los conceptos
centrales de las modernas teorías de Estado son conceptos teológicos
secularizados. Curioso hecho o quizás no tan curioso que la fundamentación de
pensamientos dominadores y criminales se apoyen en revelaciones religiosas.
Otros pensadores que llegaron a la misma conclusión de una naturaleza humana
con impulsos destructivos no tuvieron que acudir a argumentos
teológicos-políticos y además ofrecieron salidas para contener nuestros impulsos
destructores. Schmitt no, más bien conminó a estar atentos y no eludir estos
conflictos utilizando las armas y métodos que estén a nuestro alcance cuando
haya “una amenaza real a nuestra forma de vida”.
Aterra este pasaje en su análisis del actor revolucionario
“Pero ¿no será posible que el tipo humano que hasta ahora constituyó al
partisano consiga adaptarse al nuevo ambiente técnico-industrial, que sirva de
los nuevos medios y que desarrolle una nueva especie adecuada de partisano,
digamos el partisano industrial?”. Como muy bien subraya Richard J. Bernstein
“pregunta aterradora que adquieren un sentido de urgencia especial después de
lo sucedido el 11 de Setiembre de 2001”. Schmitt fue uno de los primeros
teóricos en apreciar la importancia de la guerra de guerrillas en el siglo XX,
pensador que ha contribuido como ningún otro a la orientación bélica de
políticas teológicas que tanto vemos y padecemos en nuestros días. Hay que
señalar que comenzó creyendo que era posible separar la política de la moral,
terminó siendo un puro de la política y alimentando en el alma de la humanidad
los impulsos destructores. Contribuyó de forma privilegiada a la violencia que
hoy observamos en nuestro mundo sin tomar en cuenta las valoraciones, ideales,
normas con los que debemos estar comprometidos.
Así que no es de extrañar la influencia de Schmitt sobre la
izquierda marxista, sobre todo sobre la izquierda partisana de los años
sesentas. Señala José Luis López de Lizaga “La crítica schmittiana a la
concepción liberal de la política es perfectamente compatible con el activismo
revolucionario….el antagonismo de amigo y enemigo ya no se aplica a los
conflictos de clase, sino que se hace extensivo a la totalidad de las
oposiciones políticas”. La enemistad absoluta que hoy observamos entre oriente
y occidente para Schmitt es la máxima manifestación de la política, la
devaluación completa de la vida humana y la deshumanización del enemigo. En
palabras de Bernstein “Con la aparición de armas cada vez más sofisticadas,
matar al enemigo se convierte en algo impersonal. Con frecuencia las guerras y
la matanza se realizan sin la más mínima consideración de la distinción entre
personal militar y la población civil. Este es el caso para los terroristas
como para las naciones que toman represalias contra el terrorismo”. Y en este
estado de cosas Schmitt contribuyó con creses, con razón su pensamiento vuelve
a tomar el interés de los que debaten filosofía política.
Pues bien, la ponencia de la Corte Suprema de Justicia en
Venezuela, acaba de mencionar a Schmitt como sustento de sus argumentos para
rechazar la ley de amnistía. Con razón, porque todo lo que suene a
reconciliación y paz tiene que ser expulsado por anti político. Todo lo que es
acuerdo y tregua entre antagonistas es una impostura, no obedece a normativas
morales genuinas. Esos asuntos se deben resolver en campos de batallas y hacia
allá nos empujan. No haberles tomado la palabra ha sido uno de los grandes
aciertos de la oposición venezolana. Evitar una catástrofe es precisamente la
tarea de los que estamos del lado de la importancia de las cuestiones
normativas-morales. Establecer estrategias para limitar la violencia y no
provocarla como lo manda el pensamiento totalitario. La reivindicación de su
pensamiento reaccionario viene principalmente de la izquierda, una vez más
comprobamos cómo se están pareciendo al nazismo. Su obra es venerada porque
desojó las margaritas del liberalismo. Su obra se está leyendo y alimentando
los pensamientos radicales de las guerrillas y el terrorismo. Y nosotros como
es costumbre de un tiempo acá descollamos en estos menesteres espantosos.
Qué fácil es deslizarnos en las posiciones que mantenemos, en
nombre de la bondad podemos cometer las peores atrocidades. ¿Sera posible que
civilizaciones que no se entienden por tantos años se sienten a hablar? Sin duda Carl Schmitt diría que no,
seria para él una impostura de la política neoliberal y del republicanismo. Schmitt
interpreta la paz y el acuerdo como el fin de la política. En esas manos
estamos.
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