Ver en un solo momento mentalidades pertenecientes a
diferentes siglos debatiendo sobre una situación actual es un privilegio que
pocas veces se da en una historia personal. Un tanto vertiginosa la
experiencia, como andar en un tren de alta velocidad con la capacidad de
traspasar los tiempos a su antojo. Una experiencia que combina la tecnología
moderna con la ciencia ficción digna de los trucos imaginativos de los grandes
artistas de los parques de diversión. Uno queda aturdido y tiene,
necesariamente, que dejar pasar un tiempo para asentar la batidora de emociones
que tal viaje del tiempo provocó. Un tanto mareados pero admirados por el
contraste que nos ofrece la civilización, la conquista humana sobre la
barbarie, la razón y la sensatez sobre los dogmas; la libertad en lugar de la
chaqueta de fuerza de las doctrinas; la responsabilidad ante los problemas en
lugar del extrañamiento de la realidad. Dos siglos diferentes, dos temples
diferentes, dos maneras de vivir: arrodillados ante dioses de barro o con la
frente en alto, erguidos encarando las ruinas que el atraso provocó. El país ya
escogió lo que pasa que a los trogloditas no les ha llegado la señal.
En pleno siglo XXI conseguir seres que todavía están
debatiéndose por posturas existenciales que se comenzaron a resolver en el
siglo XIX solo se explica por esa gran dimensión arqueológica que posee nuestra
psique (el inconsciente) donde somos capaces de ir almacenando civilizaciones
una detrás de otras, a las que no damos nunca una total sepultura. Atavismos infantiles
que muestran no solo la historia personal sino la historia de la civilización
por la que se ha derramado tanta sangre y tinta. Si no se ha hecho nunca un
esfuerzo personal, si no se cultivan las buenas maneras y la belleza; si no se
conoce de qué se trata el hacerse humano; si se ha vivido con tanta
irresponsabilidad e irrespeto por las normas elementales de la convivencia
humana, lo que podemos esperar son estos resultados. Seres “cosificados” que al
hacerse del poder derraman su ignorancia, resentimientos y el profundo malestar
que los invade sobre toda un población.
Admirado por esa palabra “cosificar” que no conocía cuando se le debe
hacer patente con solo asomarse a un
espejo. Simples cosas a las órdenes de mandatos que ni siquiera conocen, de los
que no pueden hacerse conscientes sin perder en ello la vida. Lo que gritan los
estudiantes encierra una verdad insoslayable, ¡hay que estudiar….!
Ha sido un tiempo interminable oyendo sólo un discurso
obsoleto que ha atormentado a la población que sí se ha tomado el trabajo de
vivir con alegría y con una gran responsabilidad sobre sus vidas personales y
el de la comunidad. Pues bien al fin se erigen las voces que nos recuerdan que
no hemos regresado a las épocas oscurantistas irremediablemente, que no es así,
que nos encontramos en el siglo XXI; voces que nos hablan con dignidad y
respeto y que no nos tratan como niños que hay que calmar y seducir. La dignidad
regresó a la palestra pública y el alivio que produce tiene dimensiones
incalculables. Imaginemos que estamos saliendo de un loco que se metió en casa
y perturbó toda la vida familiar, que de alguna forma enloqueció a todos y
vició el aire que respiramos. Ese loco está allí todavía pataleando y
vociferando, pero ya se encuentra maniatado y de salida. Tenemos motivos para
sonreír nuevamente y para comenzar a mirarnos con simpatía y complicidad.
Fuimos los artífices de esta nueva y liberadora realidad.
Debemos estar atentos a nuestros propios fantasmas. No vamos
a salir de esta Horda Primitiva adoradores de una imagen para inconscientemente
comenzar a clamar por imagos de igual magnitud. La ley debe funcionar en cada
uno de nosotros, no está afuera y por lo tanto no nos debe ser señalada. El
acuerdo entre los seres humanos pasa por un diálogo, una concertación, escenario
ineludible en las sociedades modernas. Si bien sabemos que con salvajes no se
puede dialogar, porque simplemente no son humanos, el llamado civilizado debe
ser a ello, si no responden eso es otro asunto e inevitablemente surgirán otros
escenarios. No pidamos hombres rudos que insulten y maltraten porque caeríamos
en los mismos errores que tratamos de enmendar. El lenguaje culto, certero, con
contenidos precisos en momentos adecuados causa más efecto que tanques y
granadas. Ese es el camino de la verdadera política, cuando se traspasa la ley
y se incurre en la violencia y la muerte se deja de hacer política. No en balde
cada vez que hay un encuentro entre estas dos visiones antagónicas de
convivencia se saca a relucir los caídos por manos asesinas. Heridas que no
cicatrizan y dejan marcado al cuerpo social.
Vendrán acciones firmes propias de los seres que tienen
claros sus deberes históricos y que no rehúyen a sus responsabilidades. De
hecho fue el comienzo de esta nueva etapa para dejar claro que la política no
es una religión. Mientras tanto torear embestidas, no cazar peleas innecesarias
y manejar las situaciones con destrezas para llegar con salud a buen puerto, es
la gran tarea. Avanzamos hacia nuestro siglo dejando atrás el primitivismo
causado por el Padre de la Horda; dejemos espacio para que sus hijos terminen
por destruirse o comprender que no se puede vivir sometidos a una autoridad
arbitraria.
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