En un ensayo titulado “In God we trust” Víctor Krebs hace una
interesante reflexión sobre el complejo psíquico que representa el dinero. Su
título es el lema del billete de un dólar americano que nos revela la paradojal
relación que guarda el dinero entre lo espiritual y lo material, a lo que
Víctor se refiere como la “alquimia del dinero”. El dinero nos ofrece la
posibilidad de transformar nuestros deseos y fantasías en realidades palpables;
obtener los bienes que anhelamos; proporcionarnos la calidad y forma de vida
que hemos soñado. Llevado a extremos existenciales cada vez más reales, vivimos
con la firme convicción que sin dinero no es posible acceder a una vida
satisfactoria y plena. Esta paradojal relación (entre lo psíquico y lo
material) que guarda el dinero nos ha conducido a batallar por su obtención a
cualquier costo, sin detenernos a contactar nuestros deseos, a pensar lo que
queremos, a definir y cultivar nuestros gustos; con los que obtendremos y
gastaremos el dinero. Lo importante es el dinero, contarlo, amasarlo e
invertirlo siguiendo las guías de los expertos en el tema; aquellos expertos en
la multiplicación de las monedas. Así el dinero pierde su capacidad transformadora
y se convierte en un instrumento de goce en sí mismo. Dejamos de disfrutar del
mundo a los que nos da acceso el dinero para dedicarnos a reproducir los “In
God we trust” al infinitum. El peligro de la polarización como bien advierte Krebs.
El dinero es el tema central de las ideologías referenciales en las
organizaciones sociales. Unas ideologías consideran que todo sistema de
producción debe estar controlado por el Estado y otras ideologías mantienen que
no hay mejor incentivo, para mantener a los ciudadanos productivos, que ellos
mismos sean los dueños de sus creaciones comerciales. Esto por supuesto no es
banal, el dinero y su capacidad moldeadora de la existencia es el gran motor
que impulsa hoy en día los deseos de un hombre universal. En este aspecto todos
nos parecemos, lo que es distinto es el lugar psíquico que le otorgamos al
dinero. O lo mantenemos en esa bisagra entre lo psíquico y lo material, sin
descuidar la esencia del alma y su alimentación cultural o como bien lo expresa
Krebs perdemos el balance y quedamos sometidos a “La obsesión por la cifra
[que] no es sino el síntoma de un dinero que ha perdido su poder alquímico, que
ha dejado de sostener el fino balance entre la materia y el espíritu del que
surge. Y es entonces, que el alma, en palabras de James Hillman, es desviada
por el camino de la negación y el mundo se abandona a la lujuria, la avaricia y
la codicia”. A lo que nos conduce una sociedad que le ha cerrado las puertas a
la cultura, que ha ahogado en la pobreza a sus habitantes y que la ha doblegado
a través de las dificultades para obtener lo más elemental como es la comida y
la medicina. Herramienta macabra para
que olvidemos nuestra esencia movilizadora, los deseos propiamente humanos.
Yuval Noah Harari en su libro “De animales a dioses” dedica todo un
capitulo al tema del dinero considerándolo una de las invenciones de la
imaginación colectiva de mayor éxito en todo el mundo; de esta forma lo
considera “el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que
jamás se haya inventado” Es así como confiamos ciegamente en un billete de un dólar,
pero también confiamos en el sistema político, social y económico de Los
Estados Unidos y en su secretario del Tesoro que firma el billete. Y no importa
si vociferamos contra este país, todos veneramos al dólar como antes se
veneraba a un Tótem. La moneda de un país deja de ser confiable cuando
desconfiamos de un sistema político, social y económico de una sociedad dada y
cuando esta moneda pierde su capacidad para adquirir bienes y servicios.
Entonces es cuando, más fácilmente,
perdemos el “balance” y nos dedicamos a ver de qué forma obtenemos ese dólar tan
codiciado, por cualquier vía, que para eso no se ha perdido la capacidad
creativa. Es el camino expedito para perder el alma del colectivo y quedar
atados a los múltiples síntomas que estamos padeciendo. En este estado
enfermizo en que nos mantenemos no solo perdemos nuestro dinero sino que
perdemos la confianza. Se empobrece el alma irremediablemente.
Las conversaciones cada
vez más giran sobre la escasez, el costo de los objetos, lo insuficiente de los
sueldos. Giran, por lo tanto, en lo que más nos agobia en estos momentos porque
no estamos viviendo, estamos sobreviviendo. Nos forzaron a reducirnos a meras
cifras y perdemos nuestro valioso tiempo cuantificando objetos y personas.
Encuestas que nos cosifican e índices del valor del “In God we trust” son nuestras
mayores preocupaciones, en una lamentable pérdida del “sentido existencial”
como bien señala Krebs: “Cuando la alquimia del dinero se polariza y éste se reduce
solo a cifra material, nos protegemos de la inversión anímica pero al costo del
sentido existencial”.
Cuando nos vendemos por un
puñado de monedas perdemos nuestra esencia y surgen de las sombras todo tipo de
fantasmas.
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