29 de septiembre de 2015

El derecho a tener derechos

Mucho hablamos de la dignidad humana en términos discursivos, pero tendemos a pasarla desapercibida cuando nos enfrentamos día a día a las experiencias atropellantes que debemos sortear. La imagen que nos hacemos cuando se nos dice que en un país se está violando la dignidad humana, es que se está abusando del ciudadano, que no se le está garantizando su derecho a la vida, a la salud, a la libertad. Nos imaginamos, entonces, a personas desprotegidas por el abuso de autoridades que no respetan los derechos humanos y creemos que esto es un asunto que solo compete al ámbito político y por lo tanto dejamos que sean las personas con poder las que solucionen los atropellos e injusticias. Mientras esto sucede, si es que sucede, pareciera que se vive con una especie de resignación los vejámenes de que somos objeto todos los días. La libertad y la igualdad ante la ley son conceptos que el ser humano conquistó producto de sus luchas a lo largo de la historia; y sobre todo el gran impulsor para esta conquista fueron las dos mortales heridas que nos dejaron las dos guerras mundiales. A partir de allí y con la clara conciencia, por haberla experimentado, supimos que puede haber otros seres humanos que se propongan arrebatar los derechos de otros humanos.
 
Solo por el hecho de ser humanos debemos concebirnos libres para pensar y proporcionarnos una vida digna de ser vivida. No importa el lugar, etnia, credo religioso o preferencia sexual. Ninguna persona puede ni otorgar ni quitar lo que por derecho tiene un ser humano desde el momento en el que nace, su derecho a ser respetado y tratado con la deferencia del reconocimiento a su dignidad. Así mismo como se debe tratar con respeto a un niño y por respeto también educarlo para que tenga conciencia de su inalienable importancia y de la igual inalienable importancia de los demás; así mismo, como adultos, no deberíamos pasar por alto, no deberíamos dejarnos herir constantemente con el bochornoso espectáculo de los maltratos inferidos a través de sentencias truncadas, de atropellos xenofóbicos a destacados comunicadores sociales, con la tortura y muerte a mansalva de los valientes ciudadanos que ejercen a plenitud su dignidad. Cuando vemos a un hombre justo tras las rejas o cuando una digna persona nos debe recordar que “la libertad es una fiesta” es porque en nuestro país se nos están violando nuestros derechos constantemente y se nos está negando una vida digna. No es posible ser espectadores de un circo macabro sin salir de la experiencia mortalmente heridos.
Lo que nos pasa es que no hay un reconocimiento práctico, una conciencia plena de la conquista humana irreversible del lugar que ocupamos en la vida; de los derechos individuales, intocables, indisolubles con los que estamos dotados. No hay conciencia cuando maltratamos a un animal, no hay conciencia cuando arruinamos al medio ambiente y de esa misma manera salvaje como tratamos a nuestro entorno, de esa misma manera salvaje nos tratamos a nosotros mismos. No ocupamos con dignidad la condición de la existencia y vamos dejando en el camino las huellas del desprecio por la titánica tarea que conquistaron nuestros antepasados. Nuestros derechos y el respeto por la existencia es una conquista de todos los días, es tarea del diario vivir; requiere levantar la voz cuando las circunstancias lo ameritan, requiere de la manifestación de la indignación, requiere del reclamo por el despojo de nuestra condición de humanos. Pero para ello antes teníamos que habernos conformados en humanos y en esta importante tarea nos descuidamos. Esta facultad de reconocer y respetar la esencia humana la posee el hombre por su condición de poseer un lenguaje, pero así mismo puede desestimarla, como bien nos recordaba Sandra Pinardi en su conferencia sobre los Derechos Humanos. Pueden quedar relegados a un plano de la idealidad o bien solo escritos en tratados internacionales que muy pocos leen.
Se trata de inscribirse en una ley ética y cultural que  haga posible una convivencia armoniosa. Sin estar sujetos a estos ordenadores morales no es posible la racionalidad ni el ejercicio pleno de nuestras obligaciones y derechos. Ignorando o expulsando las leyes fundamentales que demarcan y definen lo propiamente humano lo que podemos esperar es el primitivismo y la locura. Ya vemos con qué facilidad se logra la barbarie utilizando como medio operador ideologías que desconocen por completo al ser humano en su esencia; lo cosifican y utilizan como herramientas para su perpetuación dominadora. Mientras más atrasada se mantenga una población en cuanto a la concientización de los derechos humanos, más fácil victima será de los atropellos ejercidos por otros. De esta forma recuerda Sandra que la concientización de nuestros derechos constituye un “micropoder”, capaz de modificar estructuras, instituciones; de modificar un orden político. Mantener un estilo de vida digno, a pesar de la insistencia por doblegarnos, es la mejor manera de resistirse a un tirano; ejercer a plenitud y con verdadera responsabilidad las tareas a la que cada quien se dedica y no ceder a imposiciones ni vejaciones en cualquier lugar que estas aparezcan. Ejemplos de dignidad no nos han faltado y conmueven hasta las lágrimas. Reconforta oír en una peluquería, en un restaurant, en las humillantes colas por comida, como la gente comenta emocionada el valiente y emotivo discurso de un hombre que no vende su dignidad por nada. Esas acciones son las que hacen patria.
Heridas profunda dejó a la humanidad el nazismo y el comunismo, pero estamos ahora presenciando otras profundas heridas que se le infringe a la humanidad en nombre de fundamentalismos y populismos que recrudecen en todo el planeta. Personas que tienen que abandonar  su país porque no se les ofrecen condiciones adecuadas para poder desarrollar sus vidas de formas dignas. Allí a donde vayan se llevan consigo lo que nadie les puede arrebatar, su derecho a tener derechos. Y esa es la gran batalla que se libra hoy en el mundo y en nuestro país en particular. Digámosle pues NO a este atropello constante.

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