Cuando hablamos de tener un interlocutor estamos aludiendo,
en primer lugar, a una buena escucha. Otra persona que no solo entienda lo que
estamos diciendo, o tratando de expresar, (quizás de manera balbuciente por lo
intricado del contenido a compartir), sino que también tenga el don de
interpretarnos y pueda devolver con palabras o gestos una íntima conexión.
Cuando tenemos la fortuna, porque no es para nada fácil, de contar con
interlocutores, cualquier soledad queda diluida en por lo menos una esperanza.
De ahí el gran alivio que produce no solo la persona que sabe escuchar sino
cualquier obra humana: escrito, película, expresión artística, poema, en la que
uno se identifica y pueda reconocer sentimientos y expresiones propias que aún
no se tenían bien articulados. La sensación de no estar solos y perdidos en una
oscuridad es inmediata. Estar en una multitud ruidosa, puede divertir por un
rato y sobre todo a ciertas edades, pero en el encuentro con amigos podemos
salir de esa rueda viciosa en que se convierten nuestros pensamientos en
soledad.
Ahora bien, no siempre las relaciones de intercambio son
iguales, ni para el interesado en hablar, ni aquel que se pone en el lugar de la
escucha. Lo más común en las relaciones amistosas es que se produzca una
identificación, generalmente sobresale uno en esta complicada relación que se
sitúa en posición adelantada, sin que haya un árbitro que marque la falta. El
otro de esta relación quiere parecerse a él, lo admira y por lo tanto lo imita.
Fenómeno que se observa con mucha claridad en los grupos juveniles, hay uno de
sus miembros que se destaca por su capacidad de liderazgo y los otros que
siguen en masa y van adquiriendo los mismos rasgos, caminan, hablan y se
comportan de manera muy similar. También se puede observar esta uniformidad en
grupos de adultos como empresas, asociaciones científicas, partidos políticos y
yéndonos a sus expresiones extremas grupos religiosos y comunas de todo tipo.
El ser humano mientras más perdido esta de sí mismo busca pertenecer a grupos
cerrados que le faciliten una identificación masiva. Se comparten ideas,
maneras de ver la vida, sentimientos y con toda seguridad se disfruta y consume
los mismos objetos. “Todos somos uno” es la consigna y es, por supuesto, el
lugar imaginario que ofrece la ilusión de ser comprendido.
Puede haber otro tipo de interlocutor y de relación en una
comunicación. Cuando se trata de un intercambio entre iguales en la que a
ninguno le interesa ofrecerse como autoridad de ningún tipo, podría conseguirse
una escucha desinteresada que tenga como única meta la comprensión del otro y
sus dificultades. Este ser interesado en saber fue el que ocupó Sócrates, quien
se situó como un sujeto que no sabe y que por lo tanto interrogó a los demás, quiso saber. Es una persona seductora porque se ofrece
como el dispuesto a comprender, a escuchar y abre espacios de libertad al
hablante, no le fastidia en las banalidades que se pierda, sabe que en su
cháchara siempre dirá algo que es de crucial importancia para el otro y para él,
puede acceder a la empatía con el sufrimiento y a las ataduras que traban el
acceso al deseo. Escuchar de esta manera es reconocer y respetar la libertad
del hablante y no estar interesado en formar grupos de seres idénticos.
En estas diferentes posiciones de escucha hay una implicación
ética. Se quiere y se concibe los seres humanos como seres únicos,
independientes y libres o se quiere tener masas informes de seres uniformados,
que piensen, actúen y vivan de igual manera. Por lo tanto también el papel del
seductor debe y tiene que tener los límites muy bien marcados, la seducción
solo será permitida para provocar que un discurso se despliegue en libertad, de
ninguna manera para llevar a otro a identificarse con nadie, solo consigo
mismo. Tampoco para provocar acciones que no sean acorde con el deseo
particular de cada quien y que por lo tanto sean de su absoluta
responsabilidad. Podríamos extrapolar estas coordenadas orientadoras a
sociedades y la complejidad que está sobre el tapete, en el mundo actual, con
sus dirigentes. Un dirigente de grupos tiene que ser, en primer lugar, un buen
escucha, un interlocutor. Debe saber pulsar y tener un buen tacto para entender
las situaciones históricas por la que un país atraviesa. De allí que puedan
surgir rufianes seductores que uniforman, o tratan de uniformar a toda una
población o podemos escoger interlocutores que entendiendo las circunstancias y
abran un espacio de respeto y libertad.
Sin embargo, no basta con entender sino que se deben dar
señales de que se está en sintonía. Es
la interpretación que devuelve un enigma pero que apunta a lo que se recogió
con una buena escucha. Vías de conexión humanas que disminuyen
considerablemente los niveles de tensión y angustia que provoca la tragedia de
sentirse atrapados en situaciones de grandes insatisfacciones e
imposibilidades. Dejar en un vacío al otro es, simplemente, un crimen y un
desprecio por los que compartimos la aventura vital. Es la tarea y obligación
primordial del dirigente político, es una posición ética en su supuesta
vocación de servicio público. Si no es ésta su preocupación estamos, entonces,
en presencia de un estafador. Si no quiere saber del dolor y deseo de bienestar
del otro, si no se presta a escuchar porque cree que todo lo sabe, es un
prepotente que terminará, en el mejor de los casos, despreciado por su propia
comunidad.
Hoy las redes sociales están cumpliendo un papel importante,
ofrecen la posibilidad de leernos y entendernos, de denunciar y quejarnos, de
pedir y rechazar. Gracias a estas posibilidades tenemos un mundo donde cada vez
se hace más difícil el engaño y la estafa. Se amplía la posibilidad del
intercambio interdisciplinario y donde lo social y su compleja manifestación se
hacen acontecimientos diarios. Hay que saber usar estas herramientas que
también comportan una responsabilidad. Las usamos para mentir, para tirar al
boleo rumores falsos alarmantes o las usamos para conseguir interlocutores que
están pensando igual y quieren un mismo desenlace colectivo con un respeto
irrestricto por el otro, es una decisión individual pero también es una
responsabilidad colectiva.
Un buen interlocutor abre la posibilidad que uno sea uno mismo
y sea respetado por los demás, es la única posibilidad de sentirse como en casa.
Estamos fallando y de manera importante en la interpretación del país y como
comunicarlo.