Buscarse un refugio individual y protegerse de las múltiples
amenazas que nos acechan ha sido nuestra respuesta natural a la desprotección
absoluta que vivimos como sociedad. Construir barreras que aíslen las calles de
las urbanizaciones que transitamos, cámaras de seguridad que vigilen al que se
acerca y mantener un talante de hostilidad y sospecha se ha convertido en
nuestra idiosincrasia actual. Ha desaparecido una disposición amistosa y la
pesadez de nuestra cotidianidad nos ha amargado el carácter por no poder
mantener la paciencia que requiere el soporte del otro diferente. La capacidad
de pensar, la reflexión calmada y el debate de ideas se ha cambiado por la
agresión descarnada y la descalificación del que consideramos un enemigo aunque
en realidad no lo sea. En un ambiente así, de todos contra todos, se hace
imposible la solidaridad requerida para poder combatir juntos a los verdaderos
causantes de nuestro malestar, que en nuestro caso son los saqueadores que se
apropiaron del poder del Estado.
Pero así no acabamos con la pesadilla, al contrario nos vamos cada día volviendo más atormentados por el terror, solo queremos tener todo asegurado para evitar lo que esperamos, la traición. El otro se nos va haciendo cada vez más extraño, perdemos, como nos lo recuerda Zygmunt Bauman, un lenguaje común y la capacidad de comunicarnos. Este estado de cosas tan perjudicial en la meta anhelada de volver a nuestro estado democrático, es lo que estamos presenciando en los actuales momentos entre los “pensadores” de la oposición venezolana. Los celos, las rivalidades individuales, los intereses propios, la sospecha es lo que alimenta el análisis político y como consecuencia la exacerbación de las pasiones encaminadas a destruir al otro moralmente. Una guerra fratricida con la ayuda de las herramientas modernas de internet que permite no dar la cara y mantener las puertas bien cerradas. El país concebido como botín y como posibilidad de adquirir el bien más deseado el “yo tenía razón”, con este talante de irrespeto y mal genio la solidaridad es precisamente el comensal no invitado.
Mientras se debaten no las ideas sino “el que tenía razón” va
apareciendo otro país, silencioso, sencillo, conmovedor, los ciudadanos comunes
que emprenden acciones de verdadera solidaridad. Aquellos que se unen a los
movimientos de protestas porque entienden que es su derecho a manifestarse si
están siendo vejados y asesinados sin compasión en las calles. Aquellos que
organizan recolecciones para los que necesitan del apoyo material y espiritual.
Aquellos que no están poniendo en juego “su sabiduría” sino que se arriesgan en
su caminar al error y que con humildad pueden y tienen la libertad de
rectificar. Los que eligieron cooperar más que sentarse a criticar y a
argumentar por los que tienen la razón. La solidaridad que se manifiesta en una
sabiduría sencilla, sin palabras altisonantes de difícil comprensión, lo que no
necesitan de la erudición para hacerse un nombre público. Esos seres, no
ignorantes en absoluto, pero que saben que llegó el momento de actuar más que
de hablar, son los que están manteniendo la esperanza del país.
La estructura de una sociedad está conformada por las
interacciones sociales, de la riqueza emanada de los intercambios de ideas y
prácticas creativas surge la cohesión y características que como sociedad nos
define. Las expresiones culturales, teatro, cine, libros y todo el despliegue
de reflexión y recreación que viene realizando este sector de nuestra sociedad
constituyen una de nuestras mejores e indispensables muestras de solidaridad.
Estas actividades nos abren un espacio de encuentro en el que es posible el
goce de lo bello y la posibilidad del pensamiento. Los espacios culturales son
indispensables para la conformación de seres éticos, reflexivos y cabalmente
humanos. Espacios que permiten la buena formación del carácter. A pesar de la
destrucción de las bases sociales formales, instituciones y leyes, permanece
este otro cemento social indispensable para la cohesión e identificación que como seres que habitamos un mismo
territorio debemos tener.
Estas dos manifestaciones, las iniciativas de apoyo que surgen de
la sociedad civil organizada y las expresiones culturales que no se doblegan,
son las que nos permiten no ceder ante nuestro deseo a pesar de la dura
realidad que nos agobia. Y son precisamente estas actividades las que están
construyendo los fundamentos de una nueva sociedad que está por nacer. La
arremetida contra las Universidades y su control a través del ahogo
presupuestario y criterios de selección de sus estudiantes son las manifestaciones
de que en el saber está el germen de la subversión, la fuerza más poderosa
contra el sometimiento y las pretensiones de uniformar al ciudadano bajo
imposiciones confesionales. La libertad de pensamiento y las expresiones
emanadas de la sensibilidad nos hacen únicos y a la vez nos proporcionan una
identidad común y nos proporcionan un lenguaje compartido con el cual se hace
posible la comunicación. Como lo expresó Dilthey “Cada expresión de la vida
representa un rasgo común en el reino de la mente objetiva. Cada palabra, cada
oración, cada gesto, cada formula de cortesía, cada obra de arte y cada hecho
histórico resulta inteligible porque la gente que se expresa a través de ellos
y aquellos que los entienden tienen algo en común”.
Así que tenemos dos países en este momento. Aquel que se
manifiesta a través de la pugna, la desvalorizar, el mal carácter y la
frustración, el que invierte sus esfuerzos en figurar destruyendo al otro; y el
otro país que no ha cesado en las muestras solidarias del reconocimiento al
otro, que respeta las diferencias e invierte sus energías en la creatividad,
estudio y pensamiento. Solo nos queda escoger en cual queremos estar para
atravesar estos duros momentos de tempestad.
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