30 de junio de 2015

El interlocutor

Cuando hablamos de tener un interlocutor estamos aludiendo, en primer lugar, a una buena escucha. Otra persona que no solo entienda lo que estamos diciendo, o tratando de expresar, (quizás de manera balbuciente por lo intricado del contenido a compartir), sino que también tenga el don de interpretarnos y pueda devolver con palabras o gestos una íntima conexión. Cuando tenemos la fortuna, porque no es para nada fácil, de contar con interlocutores, cualquier soledad queda diluida en por lo menos una esperanza. De ahí el gran alivio que produce no solo la persona que sabe escuchar sino cualquier obra humana: escrito, película, expresión artística, poema, en la que uno se identifica y pueda reconocer sentimientos y expresiones propias que aún no se tenían bien articulados. La sensación de no estar solos y perdidos en una oscuridad es inmediata. Estar en una multitud ruidosa, puede divertir por un rato y sobre todo a ciertas edades, pero en el encuentro con amigos podemos salir de esa rueda viciosa en que se convierten nuestros pensamientos en soledad.
 
Ahora bien, no siempre las relaciones de intercambio son iguales, ni para el interesado en hablar, ni aquel que se pone en el lugar de la escucha. Lo más común en las relaciones amistosas es que se produzca una identificación, generalmente sobresale uno en esta complicada relación que se sitúa en posición adelantada, sin que haya un árbitro que marque la falta. El otro de esta relación quiere parecerse a él, lo admira y por lo tanto lo imita. Fenómeno que se observa con mucha claridad en los grupos juveniles, hay uno de sus miembros que se destaca por su capacidad de liderazgo y los otros que siguen en masa y van adquiriendo los mismos rasgos, caminan, hablan y se comportan de manera muy similar. También se puede observar esta uniformidad en grupos de adultos como empresas, asociaciones científicas, partidos políticos y yéndonos a sus expresiones extremas grupos religiosos y comunas de todo tipo. El ser humano mientras más perdido esta de sí mismo busca pertenecer a grupos cerrados que le faciliten una identificación masiva. Se comparten ideas, maneras de ver la vida, sentimientos y con toda seguridad se disfruta y consume los mismos objetos. “Todos somos uno” es la consigna y es, por supuesto, el lugar imaginario que ofrece la ilusión de ser comprendido.
Puede haber otro tipo de interlocutor y de relación en una comunicación. Cuando se trata de un intercambio entre iguales en la que a ninguno le interesa ofrecerse como autoridad de ningún tipo, podría conseguirse una escucha desinteresada que tenga como única meta la comprensión del otro y sus dificultades. Este ser interesado en saber fue el que ocupó Sócrates, quien se situó como un sujeto que no sabe y que por lo tanto  interrogó a los demás, quiso saber.  Es una persona seductora porque se ofrece como el dispuesto a comprender, a escuchar y abre espacios de libertad al hablante, no le fastidia en las banalidades que se pierda, sabe que en su cháchara siempre dirá algo que es de crucial importancia para el otro y para él, puede acceder a la empatía con el sufrimiento y a las ataduras que traban el acceso al deseo. Escuchar de esta manera es reconocer y respetar la libertad del hablante y no estar interesado en formar grupos de seres idénticos.
En estas diferentes posiciones de escucha hay una implicación ética. Se quiere y se concibe los seres humanos como seres únicos, independientes y libres o se quiere tener masas informes de seres uniformados, que piensen, actúen y vivan de igual manera. Por lo tanto también el papel del seductor debe y tiene que tener los límites muy bien marcados, la seducción solo será permitida para provocar que un discurso se despliegue en libertad, de ninguna manera para llevar a otro a identificarse con nadie, solo consigo mismo. Tampoco para provocar acciones que no sean acorde con el deseo particular de cada quien y que por lo tanto sean de su absoluta responsabilidad. Podríamos extrapolar estas coordenadas orientadoras a sociedades y la complejidad que está sobre el tapete, en el mundo actual, con sus dirigentes. Un dirigente de grupos tiene que ser, en primer lugar, un buen escucha, un interlocutor. Debe saber pulsar y tener un buen tacto para entender las situaciones históricas por la que un país atraviesa. De allí que puedan surgir rufianes seductores que uniforman, o tratan de uniformar a toda una población o podemos escoger interlocutores que entendiendo las circunstancias y abran un espacio de respeto y libertad.
Sin embargo, no basta con entender sino que se deben dar señales de que se está  en sintonía. Es la interpretación que devuelve un enigma pero que apunta a lo que se recogió con una buena escucha. Vías de conexión humanas que disminuyen considerablemente los niveles de tensión y angustia que provoca la tragedia de sentirse atrapados en situaciones de grandes insatisfacciones e imposibilidades. Dejar en un vacío al otro es, simplemente, un crimen y un desprecio por los que compartimos la aventura vital. Es la tarea y obligación primordial del dirigente político, es una posición ética en su supuesta vocación de servicio público. Si no es ésta su preocupación estamos, entonces, en presencia de un estafador. Si no quiere saber del dolor y deseo de bienestar del otro, si no se presta a escuchar porque cree que todo lo sabe, es un prepotente que terminará, en el mejor de los casos, despreciado por su propia comunidad.
Hoy las redes sociales están cumpliendo un papel importante, ofrecen la posibilidad de leernos y entendernos, de denunciar y quejarnos, de pedir y rechazar. Gracias a estas posibilidades tenemos un mundo donde cada vez se hace más difícil el engaño y la estafa. Se amplía la posibilidad del intercambio interdisciplinario y donde lo social y su compleja manifestación se hacen acontecimientos diarios. Hay que saber usar estas herramientas que también comportan una responsabilidad. Las usamos para mentir, para tirar al boleo rumores falsos alarmantes o las usamos para conseguir interlocutores que están pensando igual y quieren un mismo desenlace colectivo con un respeto irrestricto por el otro, es una decisión individual pero también es una responsabilidad colectiva.
Un buen interlocutor abre la posibilidad que uno sea uno mismo y sea respetado por los demás, es la única posibilidad de sentirse como en casa. Estamos fallando y de manera importante en la interpretación del país y como comunicarlo.

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