20 de octubre de 2020

Desestructuración social

 

Jhon Albert Bauer

Por supuesto que sufrimos de una importante crisis política pero poco nos damos cuenta de qué forma se trastocó la sociedad. Queda poco o nada de las normas con las cuales nos orientamos en un pasado cercano. Estamos sacudidos profundamente en nuestras formas de vida y como consecuencias desintegrados. De esta sensación desagradable de andar a la deriva,  batallando constantemente y sin descanso surgen exclamaciones como “ya no tenemos país”. Es que lo que realmente no tenemos es esa cohesión social que nos facilita identificarnos y adoptar los códigos de conductas vigentes en el tiempo que nos toca vivir. Toda sociedad, en un periodo determinado de tiempo, posee sus propias costumbres, formas de expresión, normas educativas y sobre todo sus indicadores de lo que está permitido y lo que no. Pues bien, es inexistente en la actual crisis que nos arrolló.

De allí que extrañemos lo que nos era conocido porque es muy desagradable e incierto vivir sin tener referentes sociales y como consecuencia haber perdido nuestras rutinas que nos hacen la vida más fácil y llevadera. No nos sirven ya nuestras costumbres pasadas porque las dificultades a sortear son nuevas y la mayoría de ellas sin solución individual. Cada vez más vulnerables y cansados hemos perdido fuerza y deseos de continuar batallando. Mucho tiempo sorteando el vendaval y poco o ningún resultado, por el contrario cada vez más maltratados. Hay varias consecuencias de este estado de anomia que padecemos: el aumento de las muertes violentas, el cambio del carácter por el cual nos conocíamos y la profunda falta de criterios para distinguir qué se puede tolerar y qué no.

Ha aumentado considerablemente la tasa de suicidios en el país. La falta de perspectivas, el estancamiento social, el desempleo o los sueldos de miseria junto a la carestía de la vida provocan estados de desesperación y desgano por seguir viviendo sin ningún futuro promisorio por el cual luchar. Han aumentado los accidentes en los cuales pierden la vida jóvenes en carreteras en mal estado y vehículos imposibles de mantener en estados aceptables. Pierden la vida nuestros médicos por ser mal protegidos por un Estado indolente -lo cual podemos sumar a las muertes por violencia-. Es una violencia que ejercen las autoridades llamadas a velar por la seguridad del ciudadano. Súmese las muertes que ocasionan los mismos cuerpos de seguridad en un sistema represor y en el que no se respetan los derechos humanos. Se inculca el miedo, se asesina y tortura, se le cambia el nombre a todo lo que nos resulta familiar. Nada es producto de la estupidez humana (o todo lo es) sino constituyen medidas para desestructurarnos como sociedad. Es la forma de debilitarnos y quitarnos las ganas de resistir y vivir.

Reaccionamos como se espera, todo parece obedecer a un guión previamente escrito. Se altera el carácter, se amargan los tratos, el malestar se transforma en rabia, se agrede, se culpabiliza, se desprecia a todo el que sostenga una opinión distinta a la mía. Surge la queja, se exhibe el sufrimiento se manipulan los sentimientos de los otros, se comercializa y se obtiene réditos de la compasión. En pocas palabras se generalizan las psicopatías. De allí la expresión “somos otros”. No se sabe a quién se dirige uno ni cuando el otro se molesta. No contamos con los mismos códigos. Todo sorprende.

Ya no participamos de una vida social. Emile Durkheim hace más 100 años teorizó sobre la magnitud y las variaciones de las tasas de suicidio que las sociedades experimentaban. Estas tasas pueden entenderse a partir de las creencias colectivas y los vínculos que predominan en cada sociedad. La densidad del tejido social hace sentir su influencia sobre cada uno de los individuos que la integran. Suscitan la adhesión a un grupo y refuerzan el sentido de pertenencia. Se pertenece a un conglomerado que comparte los mismos intereses y preocupaciones por la vida en común. De esa forma se quiere y respeta a los amigos con los cuales trabajamos por un mejor país. Se perdió en Venezuela, la mayoría de las familias se desintegraron y los amigos se fueron. De allí esa terrible sensación de soledad.

La crisis podrá ser política y económica pero la consecuencia es esta profunda desorganización en nuestra vida cotidiana. El resultado es esta dolorosa desestructuración social.

 

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