Nuestros clásicos mitos dejaron de arrastrar a la mayoría en esta nación. Se han diluido poco a poco, ya no nos convence ese talante épico, heroico de nuestros ancestros, ya los comenzamos a cuestionar o por lo menos ya no nos atrae la idea de imitarlos. Se puede observar este desencanto en pequeños gestos. Implementan una nueva medida, arbitraria que nos hace la vida aún más trabada y en seguida se oyen planes de como acomodarse para no trasgredir el mandato. Antes, como nos convencía el poder de la rebeldía, hubiésemos hecho planes para no obedecer al desacertado con poder de intervenir en nuestras rutinas. Las masas que parecieran caracterizan nuestro tiempo digital, como nos explica Fernando Mires, se inclinan por el acatamiento. Estamos vencidos, pensaran algunos, puede ser pero con el cansancio desaparece también un ideal con el que antaño nos identificamos. El venezolano no es ese súper poderoso que una vez creyó ser, se acomodó en la impotencia.
Desapareció también esa idea de un pueblo acogedor, simpático cálido que una vez fuimos o creímos ser. Aislados y comunicándonos con los otros por las redes sociales, sin presencia física y la mayoría amparados en un anonimato dejamos exhibir la mala educación, los caracteres agrios, desagradables. El tiempo y nuestras circunstancias amargaron nuestros tratos, dirán algunos, lo cierto es que desapareció de nuestros valores apreciados la suavidad y el entusiasmo por la bienvenida al otro. El otro es una carga porque está necesitado y no tengo como ayudarlo o no sé cómo hacerlo o me fastidia. La muestra más patente la tenemos con el abandono de las personas mayores y de las mascotas. Ya no convence o al menos cuestionamos esa figura del venezolano bondadoso. Otro mito que había perdurado por largo tiempo.
Desaparecen el mito de no ser discriminadores, ni racistas, ni xenófobos. Comienzan a aparecer los rasgos de exclusión al diferente, se oyen expresiones que antes jamás se oían. “Ud. es extranjero, váyase para su país” (oído en la cola en un automercado). El desprecio por el viejo al que se pretende dejar de lado, se le ofende y desvaloriza por su edad. Ante el maltrato que personas han infligido a los venezolanos en otros países se arremete directamente contra el país. Es que los peruanos, los cubanos, los colombianos son… y se invita al concurso de insultos a ver quién insulta con mayor odio y desprecio. El venezolano aquí es reconocido por sus mañas tramposas pero basta que se les señale afuera para que sea un ciudadano intocable. Muchos dirán que somos invadidos por otros pueblos y maltratados pero lo cierto que hemos desplegado todo un catálogo de desprecios despreciables. Ya el venezolano no es ese anfitrión ejemplar que creímos ser.
Hay mitos que perduran principalmente entre las personas menos instruidas, las brujerías y creencias populares basadas casi todas en una tragedia que mantiene a una persona penando y haciendo estragos entre los incautos. Cuentos que perduran a través del tiempo y en lo que una gran porción de la población cree. Creencias con las cuales se facilita el manejo de la voluntad del rebelde indoblegable. Ese borrachín que no se puede retener y que es amenazado con la Sayona que si se aparece le puede causar un daño irremediable. El daño profundo que causaron y causan los prometedores de paraísos en la tierra, ese libertador por el que suspiramos, no espantaron tanto al venezolano que se creía un superhéroe. Es muy revelador la sentencia de Mires cuando afirma “La mitomanía cumple en América Latina el papel que en Europa corresponde a las ideologías y a las religiones” las cuales también podrían ser entendidas como mitos. En definitiva son cuentos, relatos, que permean el imaginario colectivo y definen las historias de la gente y las sociedades.
Ya no sabemos mucho en qué cree el venezolano, hoy ha cambiado y es difícil decirlo. Estamos descreídos, todos los cuentos se nos cayeron; sin embargo yo me reconozco muy parecida porque he cambiado junto con todos, comparto esta historia triste y de despojos, padezco las mismas angustias y albergo las mismas ganas, deseos e ilusiones. Quiero a mi país y me gusta su gente y sus costumbres. Mucha historia e historias que me formaron. Pero ya no sé cuáles son los mitos que se ajustarían más a nuestro tiempo, ya no sé cuál es mi mito. Quizás tuvimos a Bolívar como inspiración para vivir un presente sin ajustarlo a la realidad. “Por eso tenemos a Bolívar metido en todo” Afirmaba Mario Briceño Iragorry en 1954.
Quizás estemos vacíos para comenzar a producir nuevas ideas, quizás pero aún no se pronuncian o no se producen. Quizás como sostiene José Joaquín Brunner estemos en la puerta de un cambio cultural después de una larga y desbastadora crisis, quizás nos arrope un nuevo relato, un nuevo mito. Solo quizás.
Magnífica y compartida reflexión, Marina. A veces me atormentaba pensando... "¿cómo nos dejamos fregar?". Ahora trato de sublimar nuestra tragedia.
ResponderEliminarBuen planteamiento, queridísima Marina. Punto de partida de una investigación a fondo sobre el particular. Tengo la impresión de que no es exclusivo de los venezolanos. Y afirmaría que aquello de “el fin de los grandes relatos” ahora tiene carne y sangre. Pero no menos cierto es el hecho de que sin el mito la humanidad se extravía, cómo está sucediendo. Y no cabe duda sobre esto: ya vendrá el re acomodo. Ya pasará, en virtud de nuestro empeño, este desvanecimiento, está presencialidad de la nada. Si es que la humanidad decide rehacerse. Hay que tener la paciencia del concepto. Un abrazo grande y fuerte.
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