Zapata |
Este régimen que nos agobia es de reciente creación y quizás uno de los más difíciles de combatir. Sin dejar de ser autoritario se disfraza con instituciones que solo funcionan bajo su mando. Andreas Schedler los denomina “autoritarismos electorales”, aunque celebren elecciones multipartidarias, violan los derechos democráticos de manera sistemática. Constituyen, según Schedler, la forma más común de dictaduras en el mundo. Pero como toda forma de organización social poseen una debilidad que es bueno conocer. Su permanencia en el poder nunca es segura y, por lo tanto, padecen de una constante incertidumbre. Incertidumbre que se acrecienta en tiempos electorales. Es cuando más se acrecienta el nerviosismo del tirano y se le puede observar cometiendo todo tipo de torpeza. Es peligroso, pero también vulnerable.
Nunca están suficientemente informados porque viven como aturdidos. Saben de su vulnerabilidad. Todo este movimiento altera la lógica del conflicto mientras la oposición debería ir ganando terreno con sus estrategias electorales. Digo deberían porque a veces no se observa organización. Se pierden en sus luchas internas. Esto es una lucha política para la que los líderes tienen que estar preparados. Estos regímenes son más resistentes al cambio de lo que fueron sus antecesores. La resistencia consiste, principalmente, en su fachada institucional. Convierten su debilidad en su fortaleza, “las instituciones”. Las autocracias electorales abren la posibilidad de las urnas de votación, pero no se descuidan en su manipulación. Procuran unas elecciones controladas.
Por un tiempo la oposición estará entregada a los partidos políticos que juegan en dos niveles: la competencia de los votos y las reformas institucionales que permitan que los votos cuenten. Se debería dejar la competencia por los rangos sociales de los diferentes líderes para enfocarse únicamente en la distribución del poder. El conflicto planteado es político no es asunto de estatus social. Es importante conocer las flaquezas del régimen para ir horadando en su opacidad. No son populares, pero indagan hasta que punto son despreciados, de allí su incertidumbre y su incapacidad de real información. No pueden andar por las calles haciendo campaña, tienen miedo, y con razón. El período electoral es un desafío que no pueden evitar. No cuentan con un apoyo popular libre.
Muchos de sus militantes comienzan a dudar de su verdad y añorar un mundo organizado y seguro, de allí que se vean disidencias y movimientos internos en sus partidos. Temen por una derrota electoral. El sistema ya no se ofrece prometedor, el escenario no es firme. “En un escenario aún más optimista una victoria firme en una elección verdaderamente democrática promete a los autócratas un periodo de mando fijo: un resultado deseablemente seguro que ni la versión hegemónica ni la competitiva del autoritarismo electoral podrían garantizar con seguridad en algún momento” afirma Schedler. Riesgo que algunos asumen, sin duda. De una u otra forma las elecciones mueven a los actores. Pero es necesario que las elecciones se den a nivel nacional; que sean pluripartidistas, regulares e incluyentes, y que se desarrollen bajo un mínimo de capacidad y soberanía del Estado. Mi supuesto es que todos los demás tipos de elecciones no tienen el mismo efecto transformador para la política nacional de un régimen. Son los hombres y mujeres en un país que han asumido la ciudadanía de forma activa. Ser ciudadano es nuestra principal responsabilidad.
Excelente. Tema de interés que es bueno difundirlos, poro menos yo lo hago.
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