Aykut Aydogdu |
Es muy difícil sentirse en casa, lugar desde el que se
proyecta un mundo mejor y a nuestra medida. Somos más bien como una especie de
huéspedes sin derecho a opinar o a pedir. Si no estás en tu casa lo mejor es
acostumbrarte a rutinas ajenas, formas de vivir “extrañas” y pasar lo más
desapercibido posible. Así suele ser la vida del emigrante que comienza a ver
su hogar como algo lejano y perdido, irrecuperable. Nos niegan un futuro mejor
y no tenemos la oportunidad de soñarlo sin ser enjuiciados como “caídos de la
mata”, ingenuos e ignorantes. Los hiperrealistas, aquellos que imaginan la
realidad inmutable, gritan un “es que no te das cuenta” sin poder imaginar que
el llamado es a no resignarse y a vociferar en cómo deberían ser las cosas tal
como las conocimos en democracia. Si no está la casa en orden, si no limpiamos
los anteojos nuestro mundo será borroso.
Esos seres atraídos por el poder que se instalaron sin
posibilidades de dudas, reflexión o cambio, en una terca imposibilidad nos
están limitando de todas las formas posibles nuestro derecho a disentir y a
percibir nuestro escollo de distinta manera y por lo tanto a proponer distintos
caminos para recuperar lo nuestro. Agarrados con fuerza a “sus verdades” desde
donde encuentran sentido a su existencia son incapaces de hacer el menor gesto,
voltear un poquito, mirar de reojo, hacerse una pregunta incómoda. Si, esos
mismos hombres atraídos por el poder suelen rechazar cualquier poder ejercido
por otros. Nos ilustra José Antonio Marina que el poder es simultáneamente un
acto y la representación subjetiva de ese acto. Se puede entender las
desviaciones patológicas que sufre un ser que ha tenido éxito creyéndose un
semidiós, pero se hace cuesta arriba entender esos egos hinchados de seres que
solo han cosechado fracasos. ¿Qué desean? se pregunta uno. Que todos abracemos
su ideal pero su ideal personal e inconfesable.
Estas ansias de dominio propio de cualquier poder esta
expandido por todos los ámbitos de la vida. Dos seres se relacionan y enseguida
comienza el gusanito del malestar. ¡Tú no me vas a gobernar! ¡Aquí no mandas
tú! ¡María Cristina me quiere gobernar y yo le sigo, le sigo la corriente! Solo
que a algunos por estos lares nos ha dado por no seguir la corriente y tenemos
que aguantar las explosiones de los globos hinchados. No estamos en casa, se
nos llenó el espacio de pegones molestos. Tenemos un poder, no nos han quitado
todo, tenemos el poder de hacer algo, de decir mucho, de reconocer o no y por
lo tanto de otorgar legitimidad a un poder fáctico o simplemente no hacerlo,
pero eso si unidos y con acciones concertadas. Ese poder lo tenemos y no lo ejercemos porque
titubeamos y reculamos repitiendo sin fin el mismo guion esculpido en piedra. Sentados
con desparpajo en lo imposible no podremos hacer real lo posible.
“Todo poder crea saber” afirmó Foucault al constituir un
régimen concreto que actúa sobre el ciudadano. ¿Cuál es ese saber que tenemos
que entender de nuestro actual régimen dictatorial? Saberlo es esencial para
actuar. No es muy distinto de otros con el mismo corte ya conocidos. Nos
quieren impotentes, en una imprecisión aguda, dispersa y derrotada. Si es eso
lo que quieren, lo lograron con los atraídos por el poder contribuyendo como
los mejores discípulos. Ahora no pregunten, no trates de precisar con la
intención de entender tanto desacierto. Inútil se harán los que no entienden
las interrogantes, se quedarán mirando al vacío como esperando una respuesta
divina, pero una respuesta concreta no la esperes, no la tendrás, no la tienen.
No estamos en casa, somos simples huéspedes a los que se les exige prudencia y
una trágica contemplación. Imperdonable, sentenciaría Derrida, se trata de un
despojo de nuestra humanidad.
Excelente trabajo que leo con mucho interés. Se creó un grupo de poder, una comparsa que le adversa y venezolanos dentro y fuera que no nos reconocemos ni comprendemos. El reino de los paralelismos perfectos.
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