Magritte |
El miedo se apoderó de los habitantes de esta tierra. No es
que antes de la pandemia no sufriéramos de miedo y de incertidumbre, es que se
hizo patente, es que ya no se esconde en reacciones bravuconas y destempladas.
La desconfianza y el miedo nos aislaron aún más y descubrimos que lo aterrador
es constatar que más allá de nuestras cuatro paredes no hay vida. Vida
creativa, cultura de fortalecimiento de lazos sociales, de entendimiento de
nuestros discursos. Sin duda es inevitable tropezarse con otros seres, porque
algunas necesidades obligan a salir del claustro. El otro observa a su debida y
prudente distancia y si te dirige la palabra es para hacerte indicaciones de
como debes protegerte a ti y a los otros. Cada quien sostiene su relato y el
otro escucha con incredulidad.
Este miedo paralizante producirá efectos que son
impredecibles. El mundo que conocimos se terminará de derrumbar o por el
contrario seguiremos en nuestra lenta pero segura destrucción. Quién sabe, no
me atrevo a vaticinar un futuro porque no lo veo. Rara sensación que
experimento por primera vez en la vida, repetir las rutinas diarias sin pensar
o esperar alegrías inesperadas, un mañana iluminado. La magia que descubro
siempre estuvo inseparable de la vida, se esfumó y aparece la angustia de la
fragilidad. Tengo miedo principalmente de continuar por mucho tiempo sin
entusiasmo y despertar de noche con sobresaltos. De haber perdido la confianza
en el rumbo que tomó la humanidad. De no poder encajar en esta gran tragedia en
la que todos participamos. De que la normalidad se transforme en un imposible,
que un virus termine por desencadenar sin contención nuestra locura. De
terminar de despertar, de ver al mundo descarnado y sin adornos.
Estamos programados para encontrarnos y establecer relaciones
de diferentes órdenes. De apoyarnos en verdades arraigadas, en prácticas
simbólicas organizadas en expresiones culturales. Estamos programados para un
mundo ordenado que nos ayude a aplacar nuestros demonios internos. Estamos
programados para formarnos como sujetos políticos y llegar a acuerdo para el
mantenimiento racional de la ley. Hoy observamos como ese mundo que entendíamos
y aceptamos, con las rebeldías que impulsa la razón por diferenciar lo
permitido de lo prohibido, estalla. Un virus destapó no solo los miedos
descarnados sino lo irracionales que podemos ser. Todos con tapabocas porque de
otra forma no te dejan circular los otros que temen por sus vidas, pero
incrédulos de que exista una real amenaza. Incrédulos y desconfiados y por la
misma razón aterrados.
Desapareció esa figura introyectada, simbólica de autoridad
en la que se confía, a la que se teme pero se ama por la tranquilidad que su
presencia causa. Esa creencia última e inconsciente que todos albergamos y con
la cual se establecen lazos libidinales. Un padre protector, un mago poderoso,
un ser superior que te acompaña y ama, un otro que no engaña, numerosas y
distintas representaciones de esa figura ordenadora. Ya no está, por el contrario
el mundo se burló de los lazos amorosos estables y para expresarlo con Bauman
se debilitó la figura que nos hacía desear ocupar con orgullo un lugar que le
diera razón y contenido a la vida. Nuestros enganches libidinales perdieron cuerpo,
se volvió la existencia líquida y se desparrama por las grietas que diariamente
se abren.
El mundo que conocimos desaparece y se vislumbra, muy borrosa
todavía, una globalización regida por las comunicaciones que marcan las pautas
de venta de los medios en competencia. La noticia que nos haga estremecer, que
nos llene de incertidumbre y desvíe uniformemente la atención de grandes masas
es la que gana la partida. Todos hablamos del virus en monólogos porque la
intención no son acuerdos de protección. De repente cambiamos y hablamos del
rescate ofrecido por el Departamento de Estado y la invasión norteamericana.
Las emociones aparecen y desaparecen dejando vacío y cansancio porque nada
permanece. Fugacidad de todo lazo establecido. Tengo miedo de perder arraigos y
creencias en entendimientos culturales mínimos con mis semejantes, con los
seres cercanos.
En términos de Bauman “La inseguridad nos afecta a todos,
inmersos como estamos en un mundo fluido e impredecible de desregulación,
flexibilidad, competitividad e incertidumbre endémicas” No es que no le tenga respeto al coronavirus
y que desprecie las medidas preventivas para que no se me acerque, es que le
tengo más temor a estas otras endemias. Miedo a quedar sin una narrativa
personal.