Eneko |
Cuando era estudiante de psicología teníamos que cumplir unas
pasantías en el Hospital Militar de Caracas. Allí había una Unidad de
Psiquiatría que en aquel entonces gozaba de una excelente atención con Fernando
Risquez en la dirección, allí se formaron excelentes profesionales de la
Psiquiatría. A mí me asignaron, sin embargo, a una paciente de Maternidad cuyo
drama consistía en que su vida peligraba como causa de su embarazo. Una mujer
muy joven que clamaba para que no la dejaran morir y deseaba que los médicos le
practicaran un aborto. No se permitió, las leyes, en ese entonces, prohibían
bajo cualquier circunstancia esta práctica. Murieron ella y su bebé de pocas
semanas de gestación. Esa experiencia me hizo, en ese entonces, una abanderada
de la lucha por la flexibilidad de esta ley y me comenzó a preparar en lo duro
de las experiencias de cualquier profesional de la salud. El Dr. Risquez me
ayudó en este difícil trance que me sumergió en todo un revuelo emocional y en
una rebeldía que debía ser encauzada.
Algunos años después me fui con mi familia a hacer un
postgrado en Inglaterra. Al poco tiempo llegó una hermana con su marido y su
bebé. Estando recién llegada y con todos los inconvenientes que significan
acomodarse a una cultura distinta y encontrar un sitio, descubre que está
embarazada. La acompaño a su primera cita y la pregunta de inicio del galeno
fue ¿Ud. quiere continuar con el embarazo? Sorprendidas nos vimos y ella
inmediatamente contestó con un rotundo “si”. Al salir comentamos esta
experiencia para nosotros absolutamente inesperada. Leonor me dijo “me gustó
oírme en voz alta que quiero este hijo”. Sin duda, la posibilidad cierta por su
deseo del hijo que llegaba en circunstancias no ideales. Dos experiencias, dos
sociedades distintas regidas por normativas que revelan diferentes concepciones
sobre la sexualidad, la mujer y la vida.
Hablar de un tema como el aborto siempre ha suscitado
polémica y es compresible que así sea. Pero siempre y cuando el tema sea
tratado con argumentos válidos y bien fundamentados y no partan de los
prejuicios provenientes de los dogmas religiosos que prevalecen en una
sociedad. Hay que distinguir tres fuentes desde donde se normatizan las
conductas humanas: Las provenientes del Estado, las religiosas y las éticas más
personales y privadas que hemos asumido y por la cual nos regimos. No son
ordenes provenientes de seres superiores, allí la fe no es argumento válido. Nuestras
sociedades que suponemos laicas nunca se han desprendido de otorgar al creyente
religioso una superioridad moral y nunca falta la Iglesia normatizando la vida del ciudadano, sobre todo en las
sociedades latinoamericanas. Estas normativas distintas se confunden y provocan
un vaciamiento en el contenido de estos temas delicados y en la argumentación
utilizada. No todos los ciudadanos profesan la misma religión ni todos son
creyentes. Así que, y con razón no tienen que someterse a normativas que
provengan de ningún credo. Las normas que acordamos cumplir en una sociedad determinada
deberían ser producto de nuestra aceptación como ciudadanos.
En una sociedad
democrática la validez de las leyes la otorga la legitimidad que proviene del
acuerdo entre los autores de las leyes y sus destinatarios, y como afirma Adela
Cortina “que plasme en la vida política la idea kantiana de libertad "yo
no puedo obedecer más leyes que aquellas a las que estaría dispuesto a dar mi
consentimiento". No es saludable en una sociedad promulgar leyes contra
las convicciones de la mayoría en una población. Sobre todo cuando la vida
humana queda afectada, cuando se trata de proveer una vida que se considere
digna. Es lo que sucede precisamente en los regímenes autoritarios como el que
padecemos. Las leyes son promulgadas para controlar, doblegar y hasta eliminar
a los ciudadanos no para asegurar normas de convivencias. Se están muriendo los
niños por desidia del Estado, los bebés son abandonados en cajas de cartón,
abundan los niños de la calle luchando salvajemente por su sobrevivencia y a
nosotros se nos ocurre discutir laxamente e irresponsablemente sobre el aborto.
Temas que son convenientes para distraernos de las verdaderas urgencias.
Si nos procuramos un ambiente grato para la vida, si
fomentamos una verdadera política del control de la natalidad. Si el Estado
garantiza a la población sus derechos al trabajo, la educación y la salud,
tendremos cada vez más mujeres que serán felices con su maternidad. De lo
contrario solo tendremos esta tragedia que presenciamos día a día. Aumento de
las tasas de mortalidad materna e infantil. Urge en nuestro país una educación
para lograr formar ciudadanos con capacidad argumentativa, interlocutores válidos
y no exhibicionistas de prejuicios. Lo verdaderamente inmoral es que existan
seres humanos que puedan someter a otros a una tortura como la que padecemos.
Lo verdaderamente inmoral es que haya seres humanos que se crean superiores por
la profesión de una fe. Lo verdaderamente inmoral es no sentir el dolor ajeno. Lo
verdaderamente inmoral es creer que una vida se respeta solo con traer a una
criatura al mundo.
En las sociedades occidentales avanzadas y en los países comunistas, el asunto del aborto es un tema resuelto.
ResponderEliminarEn los países "tercermundistas" se hace todo un show dramático en torno a este asunto.
Pienso que son las mujeres las que deberían tomar la batuta sobre el tema. Celebro mucho tu trabajo.