28 de mayo de 2019

Hablemos de amor

Iwona Lifsches


¿Me guardas el secreto? Y ¿tú a mí? Es el inicio de una confianza, de la revelación de modos de ser y de vidas transcurridas con sus sufrimientos, picardías y alegrías. Esencial para el inicio de una intimidades el rendir homenaje a las confidencias, reír juntos apaciguando la solemnidad y la gravedad de los recuerdos. Se hace culto a la nostalgia. Se inicia una amistad con las historias compartidas. Las costumbres se nos escapan, la felicidad es precaria. La intimidad tiene valor cuando es compartida con alguien íntimo, con quien te sepa guardar el secreto y con quien intercambias miedos y esperanzas. No se puede con cualquiera, sino con ese ser que te inspire confianza, con quien te deje entrar y descansar en lo sagrado de su secreto. Se preguntaba Luis Castro “por qué la intimidad ofende, avergüenza o es perseguida. La persigue la política, la indecencia de tanta intromisión innecesaria. Cuesta apreciar lo íntimo.”

Estamos consumiendo mucha basura pública, los anzuelos que se lanzan para encausar nuestras ganas no son cultos, carecen de una profundidad. Quizás hay demasiados jóvenes sin una vida transcurrida, sin esa densidad que procura el saber lo difícil que es el riesgo de nuestras propias decisiones. El desgarramiento que causan las muertes de los seres indispensables. El vacío de tanto esfuerzo y logro perdido. No hay cultura, no nos cuidan los medios, la vida luce muy pobre. No hay ideas, no se razona. Es todo un juego fatuo y un llamado a las pasiones por la infidencia. Poco importa cómo se piensa, que ideas sostengo, al servicio de qué me pongo. Importa irrumpir en una intimidad, causar un escándalo, fisgonear, meter las narices en donde no se ha sido invitado. Chismes de pasillo, conversaciones de colegiales.

Mucha inmadurez, ¿serán estas carencias producto de la exaltación de la juventud como valor supremo? Del desprecio que causa envejecer, del miedo a la muerte. No lo sé, pero es un error cuando ese joven no se ha cultivado, cuando ha permanecido frente a un espejo y voltea a ver a sus mayores como pobres vejetes. Así no vamos a hacer nuestra vida pública distinta, despreciando nuestra historia, sin oír los cuentos de los abuelos. Con el país hay una relación de afecto que debe ser correspondido. Sin una comprensión mutua no podemos hablar de afecto. El país debe reconocernos y nosotros a él. Es hablar de amor, de sus peligros, de sus heridas, de sus tiempos tranquilos, de sus tormentos. No siempre fuimos este amasijo de chatarras, fuimos distintos y lo logramos con mucho esfuerzo e ideas acordadas. Fuimos fruto de entendimientos y de intercambios, incluso de renuncias. Pero si no se escuchan las historias cómo se sabe.

Si no se escucha la experiencia no se rectifica. No se hace justicia con un país al que mucho le debemos. En el afecto también se debe ser justo, devolver lo recibido de alguna forma, saber que se ha recibido y agradecer con buenas y lindas formas. Se lo debemos a un país que fue muy generoso y que se lo apropiaron secuestradores para maltratarlo. No es morir por la patria, no es un afecto religioso o épico incondicional, de entrega total. Ideas abstractas que quizás hagan levitar a algunos que no saben, ni se interrogan por el amor hacia nadie o hacia nada concreto en sus vidas. Las fantasías que conservo para sentirme un héroe, una persona valiente huyendo de la intimidad y del temblor de un roce o una mirada. La política que nos roza es teológica, los afectos que invoca no son justos, no son mutuos. Se llama a la caridad, al sacrificio y la entrega. Se resalta el valor del sufrimiento y se desprecia y condena el esparcimiento, la distracción, el descanso. Todos jugamos a ser intensos sin saber quiénes somos, sin cuidar lo nuestro. La ética y la estética no son revestimientos del discurso público, deberían ser su esencia. Es la justicia en los afectos.

Es necesario el encuentro con las personas, comprensión de su fragilidad, comprensión con sus errores y torpezas. La patria no es abstracta, la patria es ese ser que tropiezo cuando salgo a mis avatares. Es esa comprensión innata que tengo por sus gestos y movimientos, es la sonrisa del que me ayuda a resolver mis pequeños dilemas, es la compañía o es el recuerdo que dejan las ausencias. Son mis muertos que descansan en tumbas abandonadas. Son tantos seres queridos de quien hoy comprendo tantas cosas que en su momento no entendí. Es historia, es recuerdo, es arraigo. Al país debemos hablarle con amor. No con fanfarronadas épicas que la hieren aún más. Hablemos con sentido, el que surge de un dialogo entre dos personas, imaginemos circunstancias que hagan sentido entre nosotros y el país. Hablemos de amor y encontremos esa cara que una vez ocupó el lugar del mito. El mito que surge del reconocimiento de identidades. El que solo se encuentra con una buena disposición de entrega. Cuando se le hace justicia a una intimidad.

¿Me guardas el secreto?

21 de mayo de 2019

En una sola actuación sin textura

Claude Monet


Los acontecimientos se precipitan, el tiempo se aceleró más de lo usual en tiempos de velocidad. Nos asaltan con furia emociones que hieren, no hay tiempo para sanar, reposar. Solo se actúa reactivamente, se grita, no se escucha. Si la realidad nos maltrata nos unimos a la comparsa cruel y nosotros mismos nos maltratamos. No pensamos, no hay tiempo para el símbolo, la palabras se escupen, no se escogen solo brotan. O quizás ya no podemos, estamos abotargados, aplastados. No discernimos, todo plano, en un mismo nivel. No hay relieves, no hay profundidad, no hay prioridad, no hay textura.

Solo un deseo domina a la mayoría, salir de esta pesadilla y dedicarnos a construir nuevamente al país. ¿Cómo? No importa, como sea. Que piensen los demás y se destrocen entre ellos. Así si, así no. Discusiones acaloradas que no llegan a ninguna parte pero que conforman grupos. Lugares precarios en donde crece la ilusión de ser protagonista, de sentirse importante y trascendente. No tiene cabida el pensamiento, no hay paciencia para  la estrategia política. Soy yo el héroe, el que sé, el que me impongo. Si por esas vicisitudes que tiene la vida y más en tiempos vertiginosos soy relegado, puesto a un lado, arremeto con furia, ironía, sarcasmo, me burlo, desprestigio. Todo menos el decoro, la prudencia y la elegancia.

Una sociedad disuelta, una sociedad donde ya no somos sujetos a nuestros lugares y competencias. Lugares perdidos de sujetos desencadenados del símbolo y atados a un real que vapulea inaprensible y feroz. Suceden eventos muy importantes, signos que podrían darnos cierta orientación, pero se dejan de lado, no se ven en su total dimensión. ¿O es que no vemos la importancia que tiene que Simonovis esté libre? ¿No es acaso Iván un símbolo él mismo? No vemos lo que representa como un quiebre en las líneas de mando. Muchos celebramos con una alegría inmensa su libertad arrebatada por la ira de seres perversos que lo redujeron a ser su objeto condensador de venganza e ira. Hoy es un ser martirizado que va a requerir de un proceso lento para procesar tanto maltrato. Pero ya es otra historia es un ser libre y un ciudadano con derechos.

Pero no, la discusión giró en torno a Noruega y un supuesto “diálogo” entre gobierno y algunos voceros de la oposición. ¡Que a mí no me representan, que con delincuentes no se conversa, que con ese nombre de Stalin no se puede esperar sino traición, que lo hicieron a escondida, que los otros partidos políticos no estaban enterados! Yo me pregunto, cuando me detengo, ¿esto es en serio? Este nivel de reacción y soberbia no pueden ser tomados dentro de los parámetros de normalidad. No estamos razonando porque todo es rápido. Me entero, contesto de inmediato, las teclas siempre están disponibles. Por supuesto algunos con voz cantante resuellan por una herida narcisista. Fui relegado, allí voy como una tanqueta conducida por esbirros. El resto son síntomas de una sociedad disuelta con sujetos despojado de lo suyo y sin límites contentivos. De allí la sensación de locura colectiva.

No hay distancia, no hay historia, todo es un momento tras otro. Llenos de mentiras y de confusiones pero sin tiempo para tamizar y separar las palabras plenas del gamelote. Fernando Yurman expresa con toda claridad lo que pienso es unos de los grandes males de la posmodernidad y en especial de nuestro país en tiempos convulsos “El mismo concepto de experiencia, que suscitaba contemplaciones y debates en épocas de crisis y posguerras, aparece distinto, sin corolario reflexivo, sin ejercicio de memoria larga, como un hueco sin narración” Cuando uno vive inmerso en esta aridez de conceptos el pensamiento se va limitando y volviéndose rígido. De allí que hay que refugiarse en las narraciones de los escritores y dramaturgos. Quedarse sin narrativas y sin lugares conquistados es morir como sujetos.

Necesitamos un poco de silencio y reflexión, necesitamos pensar, interpretar, ordenar antes de reaccionar. Menos actuación y más profundidad en nuestros relatos nos haría mucho bien. Estamos demasiados bombardeados de todo tipo de falacias y cuentos de camino. Enfermos de arrogancia, soberbia y de defensa de un ego más que de una parcela de verdad. Cansa tanta huida hacia adelante. ¿Es tan difícil de entender que vivir atropellados con nuestras angustias actuadas también enferma?

15 de mayo de 2019

El mundo de la vida


Geza Faragó


Vayamos al teatro. Actualmente hay en cartelera una reducida variedad pero muy interesante. Héctor Manrique y Javier Vidal incansable luchadores por no dejar morir la cultura en el país, permanecen produciendo espacios para la reflexión y contacto con nuestras emociones. Buen teatro que a través de sus imágenes, sonidos y diálogos hacen estremecer profundamente nuestro ser en lo más íntimo. Un buen teatro sobrecoge u obliga a una conversación de intercambio de sensibilidad, sensualidad e ingenio. Buena conversación con seres afines renueva nuestro mobiliario interno y nos conecta con lo importante. Nuestra idiosincrasia, nuestras oscuridades y también y sobre todo nuestras luminosidad. Un buen teatro transforma.

Mucho se ha hablado de que estamos habitando un mundo del espectáculo desde que en 1967 Debord escribe su ensayo “La sociedad del espectáculo”. Su tesis gira alrededor del reinado de la economía del mercado que empuja a la gente a vivir de acuerdo a las representaciones. Nuestro aspecto y las adquisiciones de bienes como fuente de prestigio y estatus. Por supuesto que desde esa época a nuestros días aparece la revuelta de la informática y tecnológica que brinda el escenario ideal para montar nuestras obras teatrales, así  toda la actividad humana queda expuesta y representada. La diferencia con un buen teatro es que no hay guiones, ni buenos directores, cada quien ofrece su espectáculo en una suerte de competencia salvaje a ver quién gana más espectadores. Como tenemos un público ávido de fuertes emociones los espectadores irán a la escena que les haga gritar, desmayarse, rasgarse las camisas y largar las prendas íntimas. Pero si ese actor comienza a serenarse el público se aburre y se va a ver al exaltado de turno. Sus minutos de gloria pasaron y a otra cosa mariposa.

Nada parce salvarse de esta puesta en escena globalizada. Salvo el arte y su exposición abierta. La reflexión en la calle y la emoción sosegada, la lágrima disimulada, el silencio y lo sagrado. Lo logran nuestros poetas y seres del mundo de la literatura a quienes se le limitan sus espacios porque solo ellos logran verdaderas e importantes revueltas. No solo la emoción es su terreno, son las imágenes de sitios posibles, de tratos distintos, de encuentros singulares e inolvidables, de sueños posibles que nos hacen concebir distintas sociedades y formas de vivir. Nos sumergen en una estética perdida en nuestro entorno. Es poco el público ganado para el mundo cultural y mucho el sumergido en el mundo de la voracidad adormecedora.

Los espectáculos que nos están ofreciendo los políticos locales están contribuyendo a la masificación y uniformidad de la población. Todos a pensar lo mismo y todos a experimentar las mismas emociones, hoy tienes que estar feliz, mañana arrastrados por el suelo como gusanos. Hoy te levantas, mañana te doy la espalda y te abandono en el desconcierto. No hay que explicar, porque en realidad no hay nada que explicar sino lo que allí se expuso, una pésima actuación y un mal guión. La política se ha reducido a un espectáculo, no solo aquí sino en el mundo occidental. Un buen traje, un buen maquillaje y corte de pelo bastan para que cualquier personaje desenvuelto aparezca en pantalla y conquiste los votos. No son necesarias las ideas, diga lo que la gente quiere oír y ponga mucha emoción en su relato. Así tendrá un éxito asegurado, si el público quiere emoción, emoción tiene. El público no quiere pensar, bien no moleste.

A solo dos semanas del último show ya se comienza a ver un desplome de la ilusión. Otra más al pote de la basura y las consecuencias de lo que produce los derrumbes del pequeño agujero por el que veíamos el fin de una tragedia. Depresiones, desesperación, intranquilidad, angustia y odio descontrolado. Embestir al primero que se cruce en el camino, agredir física o verbalmente al más cercano o al que tenga el atrevimiento de reclamar su privacidad y refugiarse en sus cavilaciones, lecturas y elaboraciones como único medio para cuidar un equilibrio precario y frágil. No veo otra forma, en estos tiempos tan tormentosos, que encontrar algo de paz en ese refugio que nos ofrece el mundo cultural. Mundo que persiste a pesar de ser perseguido y limitado. Vayan al teatro, vayan a ver buen cine, piérdanse en una buena novela, oigan la sabiduría de los poetas. Cultiven sus jardines. Lo que Habermas identifica como el “mundo de la vida”.

7 de mayo de 2019

Hablemos con nosotros mismos

Arpad Racz


Solemos atribuirle a ciertas personas o instituciones, por sus lugares y conocimientos, una especie de infalibilidad. Suponemos que sus afirmaciones son una especie de sentencia, mientras nuestro ánimo oscila al vaivén de las buenas o malas noticias que nos den. Entonces enseguida reaccionamos según la emoción que nos embarga. Si es buena para nosotros la sentencia alabamos reafirmando el mito. Si son malas desprestigiamos, tratamos de tumbar del lugar al ídolo, nos sentimos traicionados. Juegos del lenguaje, jugarretas del imaginario en el que queremos albergarnos para que la realidad sea tamizada y en casos extremos ignorada.

En este momento tiene la palabra los hechos y la actitud que nos embarga es la expectante, al menos debería ser esa. Ya la lectura de acontecimientos que se precipitan es ardua y difícil, obliga a interpretaciones e ir haciéndose una idea del momento. Tan agotador como una sesión de psicoanálisis, en las que estamos atentos al relato del paciente encajando piezas, ordenando sus relatos, pescando los objetos, determinando causas, despejando el deseo. Al mismo tiempo que servimos de escucha al sufrimiento. Como los niños, esponjas de emociones del entorno aunque se traten de disimular. En estos tiempos desconcertantes y críticos podríamos rebanar el aire por el espesor de la carga fantasmal que nos agobia.

La realidad se lee, se interpreta. Sobre ella realizamos conjeturas que orienten, se cambia y se levantan nuevas guías. Siempre la realidad nos supera, generalmente suceden eventos que no esperamos y somos sorprendidos, nadie lo dijo, nadie lo previno porque nadie es adivino. Esos poderes otorgados al otro solo es producto de defensas para aminorar la angustia que produce la vulnerabilidad humana. La angustia que ha estado presente siempre en el ser hablante, lo que cambia con el tiempo son sus amarras. Pensemos como hemos venido cambiando nuestros salvavidas tranquilizantes, en la medida en que nos percatamos que no flotan echamos manos de otro que no ha mostrado aun su función instrumental. Tenemos que hablar, incluso solos, pero sabiendo que el discurso puede cambiar en cualquier momento, lo que obliga a giros inesperados como en las buenas novelas.

Si la precariedad y la incertidumbre es una característica de nuestra época, nosotros la venimos sufriendo de forma cruel. Tenemos la desdicha de experimentar en carne viva los  nuevos modos de la barbarie. Venezuela entró al siglo XXI abriendo sus puertas a los salvajes y nos quedamos sin la intimidad acogedora y creativa. Admira la capacidad que hemos demostrado por no ceder en nuestro deseo de libertad y por mantener visos culturales como gritos de resistencia. No hemos sido fáciles, no han podido a pesar del agobio que nos aplasta. Se dice rápido pero han sido 20 años padeciendo una tragedia, que buscamos por esos cuentos épicos a los que somos propensos en Latinoamérica. Discursos de los “redentores” que nos relata Enrique Krauze en su magistral libro sobre la historia de las ideas en nuestra región.

Culpable somos por la irresponsabilidad pero culpables también seremos de nuestro devenir. Aminorar la angustia es una necesidad pero expulsar nuestra responsabilidad al exterior es seguir en fantasías redentoras. Como todos contamos relatos voy a contar el mío, un sin relato. No veo nada claro y no tengo certezas de nada, no firmo ni me adhiero a ninguna opción “sobre la mesa” solo trato de leer acontecimientos que permanecen desordenados. Trato de hacerme un relato y no lo logro, nada me convence, no hay argumentos que me ganen. No quiero violencia, por supuesto, pero lo que quiero no se me ha cumplido, no ha dependido de mi voluntad. Sin embargo los relatos están ahí y me asombra con la pasión y certeza como se defienden. Bien por los que pueden ver la vía con claridad, quisiera ser uno de ellos. Tranquiliza al proporcionar una voz, un objetivo por el cual luchar. Pero no he podido, la sombra de la duda ha vencido, no ha llegado mi hora de determinaciones, nada me es claro.

Como los relatos no cesan, después vendrán los nuevos que nos orienten en la difícil tarea que nos espera. La construcción de este país que destruyeron.

Hablemos pero hablemos con nosotros mismos y no nos sigamos maltratando. Hablemos con elegancia y amabilidad, querámonos más. La estética y las buenas formas en nuestro trato y en nuestro hablar es parte de la tarea que nos espera.