Arpad Racz |
Solemos atribuirle a ciertas personas o instituciones, por
sus lugares y conocimientos, una especie de infalibilidad. Suponemos que sus
afirmaciones son una especie de sentencia, mientras nuestro ánimo oscila al
vaivén de las buenas o malas noticias que nos den. Entonces enseguida
reaccionamos según la emoción que nos embarga. Si es buena para nosotros la
sentencia alabamos reafirmando el mito. Si son malas desprestigiamos, tratamos
de tumbar del lugar al ídolo, nos sentimos traicionados. Juegos del lenguaje,
jugarretas del imaginario en el que queremos albergarnos para que la realidad
sea tamizada y en casos extremos ignorada.
En este momento tiene la palabra los hechos y la actitud que
nos embarga es la expectante, al menos debería ser esa. Ya la lectura de
acontecimientos que se precipitan es ardua y difícil, obliga a interpretaciones
e ir haciéndose una idea del momento. Tan agotador como una sesión de
psicoanálisis, en las que estamos atentos al relato del paciente encajando
piezas, ordenando sus relatos, pescando los objetos, determinando causas,
despejando el deseo. Al mismo tiempo que servimos de escucha al sufrimiento. Como
los niños, esponjas de emociones del entorno aunque se traten de disimular. En
estos tiempos desconcertantes y críticos podríamos rebanar el aire por el
espesor de la carga fantasmal que nos agobia.
La realidad se lee, se interpreta. Sobre ella realizamos
conjeturas que orienten, se cambia y se levantan nuevas guías. Siempre la
realidad nos supera, generalmente suceden eventos que no esperamos y somos
sorprendidos, nadie lo dijo, nadie lo previno porque nadie es adivino. Esos
poderes otorgados al otro solo es producto de defensas para aminorar la
angustia que produce la vulnerabilidad humana. La angustia que ha estado
presente siempre en el ser hablante, lo que cambia con el tiempo son sus
amarras. Pensemos como hemos venido cambiando nuestros salvavidas
tranquilizantes, en la medida en que nos percatamos que no flotan echamos manos
de otro que no ha mostrado aun su función instrumental. Tenemos que hablar,
incluso solos, pero sabiendo que el discurso puede cambiar en cualquier
momento, lo que obliga a giros inesperados como en las buenas novelas.
Si la precariedad y la incertidumbre es una característica de
nuestra época, nosotros la venimos sufriendo de forma cruel. Tenemos la
desdicha de experimentar en carne viva los
nuevos modos de la barbarie. Venezuela entró al siglo XXI abriendo sus
puertas a los salvajes y nos quedamos sin la intimidad acogedora y creativa.
Admira la capacidad que hemos demostrado por no ceder en nuestro deseo de
libertad y por mantener visos culturales como gritos de resistencia. No hemos
sido fáciles, no han podido a pesar del agobio que nos aplasta. Se dice rápido
pero han sido 20 años padeciendo una tragedia, que buscamos por esos cuentos
épicos a los que somos propensos en Latinoamérica. Discursos de los
“redentores” que nos relata Enrique Krauze en su magistral libro sobre la
historia de las ideas en nuestra región.
Culpable somos por la irresponsabilidad pero culpables
también seremos de nuestro devenir. Aminorar la angustia es una necesidad pero
expulsar nuestra responsabilidad al exterior es seguir en fantasías redentoras.
Como todos contamos relatos voy a contar el mío, un sin relato. No veo nada
claro y no tengo certezas de nada, no firmo ni me adhiero a ninguna opción
“sobre la mesa” solo trato de leer acontecimientos que permanecen desordenados.
Trato de hacerme un relato y no lo logro, nada me convence, no hay argumentos
que me ganen. No quiero violencia, por supuesto, pero lo que quiero no se me ha
cumplido, no ha dependido de mi voluntad. Sin embargo los relatos están ahí y
me asombra con la pasión y certeza como se defienden. Bien por los que pueden
ver la vía con claridad, quisiera ser uno de ellos. Tranquiliza al proporcionar
una voz, un objetivo por el cual luchar. Pero no he podido, la sombra de la
duda ha vencido, no ha llegado mi hora de determinaciones, nada me es claro.
Como los relatos no cesan, después vendrán los nuevos que nos
orienten en la difícil tarea que nos espera. La construcción de este país que
destruyeron.
Hablemos pero hablemos con nosotros mismos y no nos sigamos
maltratando. Hablemos con elegancia y amabilidad, querámonos más. La estética y
las buenas formas en nuestro trato y en nuestro hablar es parte de la tarea que
nos espera.
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