Ellos se disfrazan y nosotros miramos. Imaginamos que también
se vieron en un espejo que les ha debido devolver sus patéticas figuras en
forma invertida. ¿Acaso se ven como los vemos? Nunca resultan exactas las
imágenes que devuelven las percepciones. Cada quien mira desde su propia
búsqueda de signos, de significados y significantes. Lo interesante sería saber
que miran cuando el espejo los refleja y se prestan a la observación de
atónitos mirones. No lo sabemos pero podríamos especular al respecto, porque la
imagen es repulsiva pero a la vez
provocativa. ¿Desafían? quizás, ¿quieren jugar y causar hilaridad?
quizás, ¿no tienen idea de lo grotesco del espectáculo? quizás, ¿no tienen idea
de lo que son o por ello mismo se disfrazan? quizás, ¿obedecen a un ritual? quizás.
Más y más especulaciones podríamos inventar, pero con ello solo nos reflejamos
a nosotros mismos. ¿Qué pasa por esas cabezas locas? Difícil de descifrar ni
que los acostemos en un diván. No todo caso tiene curación o alivio. Pero se
nos hace evidente que esto no es normal, la pareja dictatorial está loca, y los
síntomas se desbordan en disfraces hirientes al más mínimo sentido
estético.
La metáfora que sintetiza la experiencia de vida es la
mirada. Cuando nos mostramos queremos seducir, al menos ser apetecibles a los
demás. Es la vía expedita para enamorarnos de los signos que captamos, de los
que con ansia buscamos en la persecución del deseo. Por lo general estamos
atentos a esa mirada y a las señales que nos devuelven los signos de haber sido
vistos de alguna manera. La mirada puede orientarnos o puede aterrarnos.
Generalmente le huimos a esta última sensación, que puede provocar la
repugnancia de ser vistos de forma descarnada. No se ve la piel, se ven las
entrañas, la maldad, el desprecio, la insania, el hedor. Nos hieren de
cualquier forma, con el verbo y con la imagen. Mayor desprecio no se puede
concebir. Realmente se nos escapan las significaciones, ¿De qué se tratará todo
esto? No es agotable el hecho con solo pensar que son piezas extraídas de la
Corte de los Milagros, esa zona de París Medieval habitada por mendigos,
ladrones y prostitutas. Porque si bien nuestro país está dando claras
manifestaciones de una regresión al medioevo, estos mamarrachos viven en el
siglo XXI y los síntomas son posmodernos.
Aquí ya estamos con la necesidad de encontrar la puerta de
emergencia. Nos metieron en un manicomio, sin habernos dado cuenta o quizás si
nos dimos, no lo sé. Pero ya el espectáculo que están dando los carceleros, esa
ominosa combinación de muerte y risas demoníacas, imágenes oníricas de las
peores pesadillas emulan las mejores imágenes de las películas de Federico
Fellini combinación de política y sátira o las indescifrables escenas de las
películas de David Lynch. Estar
sumergidos en este mundo surrealista nos terminará de enloquecer y meterse en
esas cabezas es perderse también en la locura. Peligro que nos acecha porque es
contagioso y colectivo. Da miedo esa visión de signos desconocidos, porque nos
remite a un destino incierto. Es constatar, una vez más, que el país está en
mano de locos malos. La banalidad del mal mostrada sin velos defensivos, allí
esparcida por cualquier espacio público. Y siempre una cámara para inmortalizar
los momentos de agravio a una población que padece sus desprecios. La rabia
crece y se desborda.
¿Es perversión? ¿Estamos ante una escena de exhibicionismo? La
que solo podría exorcizarse quebrando la escena. Se muestran para provocar el
sobresalto, la angustia, con solo ignorarla el actor se desploma. Pero no
podemos quitarnos los lentes, tenemos que mirar con incredulidad. Sí, no la
creíamos cierta, pensamos es un mal chiste, un fotomontaje, como tanto se hacen
y estamos acostumbrados, para luego caer en cuenta que fue verídico, que allí
con sus cuerpos envueltos en extrañas y ridículas vestimentas se mostraban los
que figuran ante el mundo como los representantes de nuestro país. Solo por
ocupar un lugar, tomado por asalto, podrían encontrarse en ese sitio y actuar
tan inapropiadamente. Vergüenza dan y de la que causa repulsión. No podemos
evitar mirar-mirándonos, en eso convirtieron a nuestro país, en un mal disfraz
de lo que fuimos. Militares disfrazados, escenas “patrióticas” sacadas de
teatros marginales y una población famélica registrando basuras para extraer
algo de alimentos descompuestos. Un instante, una sola mirada, una imagen
reveladora que nos echa en cara lo obsceno de nuestra situación. La masacre
ofrecida a nuestra mirada.
Solo quedan las interrogantes ¿De qué se trata esta escena?
¿O no habría que buscar nada en un gesto vacío, carente de todo contenido
significativo? Lo siento es humano, muy humano, ir tras las huellas de las
significaciones para poder calmar la angustia antes que se haga incontenible.
Estamos en manos de locos malos, allí hay un mensaje que debemos interpretar.
Recuerdo en este instante a Hermes, semidiós que traía mensajes a los humanos
de los dioses pero los disfrazaba, tergiversaba utilizando disfraces y argucias
de todo tipo. No descuidemos las simbolizaciones y actuaciones que nos hablan a
gritos de la ausencia absoluta de lo bello de ciertos modales. No perdamos
nuestra humanidad que solo con ello contamos.
Gracias por este extraordinario trabajo lleno de simbolismos, Marina.
ResponderEliminarGracias mi querido Alirio
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