17 de abril de 2018

Un escenario perverso



Al perseguir un ideal absoluto, asumirlo como verdad irrefutable e imponérselo a los demás estamos ante una de las manifestaciones perversas por excelencia. La búsqueda de la perfección absoluta, tanto en lo social como en lo personal, conduce a un horror absoluto. En lo personal porque uno queda preso, esclavizado por mandatos tiránicos que cada vez serán más crueles. El Otro siempre quiere más en esta persecución por una santidad. La angustia por no poder estar a la altura del deseo déspota termina enloqueciendo al ser humano imperfecto por naturaleza. En lo social porque el tirano no se sacia y utilizará todo tipo de artimaña para controlar y subyugar. Suficiente ejemplificación ha tenido el mundo con el nazismo y el comunismo. No sería equivocado afirmar que en cualquier caso se trata del mismo mecanismo, la acción tiránica de un agente cruel, se ubique éste en la psique o se halle materializado en la vida real.

Como lo expresa Vargas Llosa “los utopistas suelen ser puritanos que proponen el ascetismo pues ven en el placer individual una fuente de infelicidad social”. Claro, estas camisas de fuerzas que construyen en todas las tallas y diseños son para los otros, no para ellos mismos porque de bonachones no tienen ni el peinado. Seres absolutamente perversos pero por ello mismo poseen artimañas y recursos que las victimas de su fechoría no poseen. Montan escenarios para sus propios goces y todo aquel que se ve forzado a actuar queda inmediatamente reducido a un objeto transitorio, desechable, intercambiable. Con el mismo valor que podría tener cualquier trasto inservible en el sótano de su casa, cuyo destino es algún día ser botado. El perverso no está interesado en un sujeto, no le interesa ni busca el amor, no le importa sus rasgos personales, su voz, su sufrimiento. El perverso está interesado solo en la escena que sabe montar, que conoce de antemano y de la única que extrae placer.

Mientras los mirones, no de palo, sino sufrientes tratan de interpretar, de entender y se enredan buscando lo que está ausente. Lo que no van nunca a encontrar estrellándose con el mismo y eterno vacío. El vacío de humanidad, la desaparición del misterio de la vida, la imposibilidad de decisiones porque la libertad quedó abolida. Pero allí está el juego perverso, invitan a escenarios que simulan posibilidades de elección y se ríen sarcásticamente viendo como por momentos les creemos, se nos iluminan los ojos y soñamos en tener nuevamente posibilidades de sentirnos sujetos, ciudadanos. En el trayecto son muchas los desengaños y pérdidas de fuerzas físicas y morales porque el camino es empinado y lleno de obstáculos. Si lo logramos remontar y atravesar los escollos, como en realidad lo hemos hecho, nos espera al final la risita sarcástica, el látigo cruel del sádico.

Mientras todo esto pasa, los ciudadanos pierden el tiempo encasillando, metiendo en conjuntos a todo aquel que emite una opinión o muestra su disposición ante la escena perversa. No señor dicen unos, a mí no me gusta que me amarren y golpeen en mis escenas sexuales. Ese no es mi goce, no entra en mi fantasma perverso, simplemente no encaja. Así que paso y gano, no participo, me voy para otro escenario. Suficiente para que los mirones sufrientes dictaminen y sentencien. Tú eres un cobarde, hay que probarlo todo, atrévete que a lo mejor te descubres. Atravesemos juntos el Jordán. Si cedes vas a sufrir y al día siguiente la resaca moral y la herida emocional serán enormes, necesariamente te tendrás que tomar un tiempo para curar, los golpes serán físicos y del alma. El perverso no juega suave, solo échenle una miradita al Marqués de Sade, que si sabía de perversión porque esa era su especialidad. Si por el contrario ese es tu goce te zambulles en esa piscina y lo vas a pasar muy bien, por un tiempo, hasta que el vacío te alcance y quieras más hasta que te aniquile. Pero también te esperan los mirones sufrientes. De un juicio o encasillamiento no te salvarás, dice un adagio.

No todo es sexual, ya se están diciendo algunos de los queridos lectores. Pero admitamos que esta orgía colectiva está repleta de sádicos y de goces muy particulares de los que manejan los látigos. No les parecen obscenas sus obesidades en un país donde los niños mueren de hambre. No les parece obsceno el despliegue de dinero mal habido, su desparpajo y esas risitas sarcásticas. No les parece obscena esta puesta en escena de unas elecciones que no eligen y fuera de toda normativa constitucional. No les parece obsceno y repetitivo que nos escojan al candidato en cada falsa elección que proponen. El candidato a su medida. Si la situación del país no fuera tan trágica esta escena planteada seria para reír y despreciar. Pero es trágica y por eso muchos apuestan por encontrar en ella una posibilidad, se apasionan, gritan y se la juegan en todos los órdenes. Todo mi respeto pero no me puedo unir a esa pasión y siento más que nunca un vacío enorme, lo que he tratado de encontrar en esa escena perversa no está, no lo vislumbro, no veo en ella la posibilidad de la libertad.

Una utopía fuera de foco, una imagen borrosa, una tachadura en nuestro largo y penoso camino que lo único que deseo es que termine de pasar a ver si podemos plantearnos otros escenarios realizables, posibles. Oscar Wild afirmó que “el progreso es la realización de la utopía” y yo creo acompañando a Vargas Llosa que este tipo de utopía son aceptables en el arte y la ficción. Y nada más lejos de la poesía que el horror en el que estamos inmersos. Estos escenarios que despiertan la ilusión de una posibilidad son perversos y están absolutamente reñidos con la soberanía individual y con la libertad. Mientras tanto que sigan los encasillamientos y las pasiones desatadas. Siempre llega el día siguiente, con el consecuente ratón moral y la decepción. El verdadero deseo colectivo seguirá reclamando su realización y su posibilidad.  

3 de abril de 2018

Por qué no me voy



Últimamente mucha gente me ha preguntado por qué no me voy. Ni lo había pensado, la verdad que lo natural es quedarte en el país, estemos claros en circunstancias normales, que ya hace mucho tiempo no es lo que vivimos. Emigrar es siempre o casi siempre un acto al que uno es empujado como medida de sobrevivencia. Uno no abandona a su país fácilmente en la mayoría de los casos, es generalmente tu país el que te abandona a ti. Hace tiempo esa familiaridad en las que nos movíamos libremente por nuestro territorio y sus hogares desapareció. Predomina el miedo, lo desagradable, el horror y la nostalgia. Porque no hay salida, te quedes o te vayas la sensación de pérdida es inevitable, este no es el país ni el talante de la gente que amábamos. Todo eso es cierto, sin embargo tampoco era normal este tipo de preguntas, ¿por qué no te vas? A nadie se le ocurría formular tal inquietud, a nadie se estaba botando, a muy pocos se despedían con la sensación de un hasta siempre. Era impensable, era inimaginable.

Pero ahora es lo normal, todos tenemos un vacío enorme porque los seres más queridos se fueron y ahora aparecen en pantallas contando sus experiencias de inmigrantes. Todos sonreímos, así somos, pero en las miradas podemos adivinar ese dejo de nostalgia de despedidas siempre vivas, del abrazo que no damos. Difícil contestar la pregunta que me ocupa. ¿Por qué no me voy? Sabiendo que el que la formula se está debatiendo en esta difícil decisión y por eso pregunta. Muchas podrían ser las respuestas y ninguna daría realmente con la verdadera razón, la que siempre se nos escapa. La razón es una de amor y el amor es inexplicable, obedece a pocas razones que puedan ser comunicadas con un mínimo de sensatez, el amor es insensato y ¿por qué no? es ridículo. Por lo general le tememos mucho al ridículo, yo le temía mucho hasta que oí a Zapata hablar sobre lo ridículo en sus divagancias y se me pasó. Programa que quisiera volver a oír.

Este es mi país de las “divagancias” de ese inolvidable programa de Zapata y Miguel Delgado Estévez que actualmente aún mantiene Miguel con su calidad y fino humor de siempre, pero con la nostalgia y eterna despedida viva por esa ausencia tan añorada. No me quiero ir porque tengo una historia y soy producto de ella. Porque fui al teatro y vi obras de Cabrujas con Rafael Briceño y tantos otros. Porque pude presenciar a Fausto Verdial en “Los hombros de América” basada en la vida de inmigrantes españoles que nos hizo llorar y reír a carcajadas. Porque me gustaba el griterío, la risa desenfadada, la diversión fácil y la bohemia de Sabana Grande en su Gran Café. Porque cuando me provocaba me iba un viernes al Juan Sebastián Bar a oír a José Quintero y sus boleros, porque apenas me veía me cantaba aquellas letras que me desgarraban el alma. Porque había una Cátedra del Humor en nuestra querida Universidad Central, que fue encuentro obligado de tantos caraqueños inolvidables. Porque podía bailar salsa en “El maní es así” después de ver una película clásica escogida por Margot Benacerraf.

Cuando todos corríamos a ver la novela de Ibsen Martínez “Por estas calles” porque después era comentario obligado entre los amigos. Porque tuve a un Billo que amenizó las fiestas y nos puso a todos a bailar. Porque existían clubes maravillosos e hicimos competencias entre ellos. Porque no se sabía que era mejor las fiestas que hacíamos entre los amigos o los comentarios posteriores que prolongaban esa sabor de cercanía y reconfortante empatía. Porque una vez vi a Jesús Soto solo en un restaurant y me puse a hablar con él. Porque Aquiles Nazoa nos regaló su “Credo” y su “Caballo bien bonito”. Porque me encanta el tuteo nuestro, su cercanía y pedir la bendición. Porque tuve una maestra en tercer grado que marcó mi destino escolar. Porque tuve la fortuna de presentar en una conferencia a Salvador Garmendia y me sentí sobrecogida. Porque me movía a mis anchas en mi país que siempre sentí muy acogedor. Porque un querido amigo, Freddy Arreaza, dijo que si se tenía que exilar se iría a Coro. Porque nunca nos quisimos ir, porque estábamos muy bien aquí.

Porque mi casa era una fiesta. Porque oí cantar en ella a Ítalo Pizzolante “una rosa pintada de azul” con Enrique Alberto Urdaneta (El Negro) al piano. Porque Mariachis y la Tuna fueron invitados por mi papá y él cantaba. Porque mi mamá lo veía con ojos de enamorada. Porque semana Santa se vestía de teatro con sus festivales organizados por Carlos Giménez. Porque no habrán Navidades y su Niño Jesús iguales a los vividos. En fin porque no, porque quiero estar aquí. Porque tengo más vida vivida que la que podré vivir. Porque sé que la vida termina por vencerte y quiero que no sea por nostalgia. Porque la desesperanza requiere de mucho coraje y yo no lo tengo. Mucho hemos perdido pero nuevas alegrías sencillas asaltan con sabor casero. Porque te domina la locura, la magia cálida  y vuelves a recordar a Violeta Parra y su “Gracias a la vida”. Aquí estaré, a pesar de todo, y no resignada sino haciendo un homenaje a esa bella patria que tuvimos. Haciendo homenaje a los que se fueron y deseando volver a encontrarlos. Alzo mi copa y brindo para que podamos nuevamente vivir juntos en una Venezuela que clama por un reencuentro.

Desde lejos me llega La voz melodiosa del Tío Simón y su “Caballo viejo”.