Al perseguir un ideal absoluto, asumirlo como verdad
irrefutable e imponérselo a los demás estamos ante una de las manifestaciones
perversas por excelencia. La búsqueda de la perfección absoluta, tanto en lo
social como en lo personal, conduce a un horror absoluto. En lo personal porque
uno queda preso, esclavizado por mandatos tiránicos que cada vez serán más
crueles. El Otro siempre quiere más en esta persecución por una santidad. La
angustia por no poder estar a la altura del deseo déspota termina enloqueciendo
al ser humano imperfecto por naturaleza. En lo social porque el tirano no se
sacia y utilizará todo tipo de artimaña para controlar y subyugar. Suficiente
ejemplificación ha tenido el mundo con el nazismo y el comunismo. No sería
equivocado afirmar que en cualquier caso se trata del mismo mecanismo, la
acción tiránica de un agente cruel, se ubique éste en la psique o se halle
materializado en la vida real.
Como lo expresa Vargas Llosa “los utopistas suelen ser
puritanos que proponen el ascetismo pues ven en el placer individual una fuente
de infelicidad social”. Claro, estas camisas de fuerzas que construyen en todas
las tallas y diseños son para los otros, no para ellos mismos porque de
bonachones no tienen ni el peinado. Seres absolutamente perversos pero por ello
mismo poseen artimañas y recursos que las victimas de su fechoría no poseen.
Montan escenarios para sus propios goces y todo aquel que se ve forzado a
actuar queda inmediatamente reducido a un objeto transitorio, desechable,
intercambiable. Con el mismo valor que podría tener cualquier trasto inservible
en el sótano de su casa, cuyo destino es algún día ser botado. El perverso no
está interesado en un sujeto, no le interesa ni busca el amor, no le importa
sus rasgos personales, su voz, su sufrimiento. El perverso está interesado solo
en la escena que sabe montar, que conoce de antemano y de la única que extrae
placer.
Mientras los mirones, no de palo, sino sufrientes tratan de
interpretar, de entender y se enredan buscando lo que está ausente. Lo que no
van nunca a encontrar estrellándose con el mismo y eterno vacío. El vacío de
humanidad, la desaparición del misterio de la vida, la imposibilidad de
decisiones porque la libertad quedó abolida. Pero allí está el juego perverso,
invitan a escenarios que simulan posibilidades de elección y se ríen
sarcásticamente viendo como por momentos les creemos, se nos iluminan los ojos
y soñamos en tener nuevamente posibilidades de sentirnos sujetos, ciudadanos.
En el trayecto son muchas los desengaños y pérdidas de fuerzas físicas y
morales porque el camino es empinado y lleno de obstáculos. Si lo logramos
remontar y atravesar los escollos, como en realidad lo hemos hecho, nos espera
al final la risita sarcástica, el látigo cruel del sádico.
Mientras todo esto pasa, los ciudadanos pierden el tiempo
encasillando, metiendo en conjuntos a todo aquel que emite una opinión o
muestra su disposición ante la escena perversa. No señor dicen unos, a mí no me
gusta que me amarren y golpeen en mis escenas sexuales. Ese no es mi goce, no
entra en mi fantasma perverso, simplemente no encaja. Así que paso y gano, no
participo, me voy para otro escenario. Suficiente para que los mirones
sufrientes dictaminen y sentencien. Tú eres un cobarde, hay que probarlo todo,
atrévete que a lo mejor te descubres. Atravesemos juntos el Jordán. Si cedes
vas a sufrir y al día siguiente la resaca moral y la herida emocional serán
enormes, necesariamente te tendrás que tomar un tiempo para curar, los golpes
serán físicos y del alma. El perverso no juega suave, solo échenle una miradita
al Marqués de Sade, que si sabía de perversión porque esa era su especialidad.
Si por el contrario ese es tu goce te zambulles en esa piscina y lo vas a pasar
muy bien, por un tiempo, hasta que el vacío te alcance y quieras más hasta que
te aniquile. Pero también te esperan los mirones sufrientes. De un juicio o
encasillamiento no te salvarás, dice un adagio.
No todo es sexual, ya se están diciendo algunos de los
queridos lectores. Pero admitamos que esta orgía colectiva está repleta de
sádicos y de goces muy particulares de los que manejan los látigos. No les
parecen obscenas sus obesidades en un país donde los niños mueren de hambre. No
les parece obsceno el despliegue de dinero mal habido, su desparpajo y esas
risitas sarcásticas. No les parece obscena esta puesta en escena de unas
elecciones que no eligen y fuera de toda normativa constitucional. No les parece
obsceno y repetitivo que nos escojan al candidato en cada falsa elección que
proponen. El candidato a su medida. Si la situación del país no fuera tan
trágica esta escena planteada seria para reír y despreciar. Pero es trágica y
por eso muchos apuestan por encontrar en ella una posibilidad, se apasionan,
gritan y se la juegan en todos los órdenes. Todo mi respeto pero no me puedo
unir a esa pasión y siento más que nunca un vacío enorme, lo que he tratado de
encontrar en esa escena perversa no está, no lo vislumbro, no veo en ella la
posibilidad de la libertad.
Una utopía fuera de foco, una imagen borrosa, una tachadura
en nuestro largo y penoso camino que lo único que deseo es que termine de pasar
a ver si podemos plantearnos otros escenarios realizables, posibles. Oscar Wild
afirmó que “el progreso es la realización de la utopía” y yo creo acompañando a
Vargas Llosa que este tipo de utopía son aceptables en el arte y la ficción. Y
nada más lejos de la poesía que el horror en el que estamos inmersos. Estos
escenarios que despiertan la ilusión de una posibilidad son perversos y están
absolutamente reñidos con la soberanía individual y con la libertad. Mientras
tanto que sigan los encasillamientos y las pasiones desatadas. Siempre llega el
día siguiente, con el consecuente ratón moral y la decepción. El verdadero
deseo colectivo seguirá reclamando su realización y su posibilidad.