Últimamente mucha gente me ha preguntado por qué no me voy.
Ni lo había pensado, la verdad que lo natural es quedarte en el país, estemos
claros en circunstancias normales, que ya hace mucho tiempo no es lo que
vivimos. Emigrar es siempre o casi siempre un acto al que uno es empujado como
medida de sobrevivencia. Uno no abandona a su país fácilmente en la mayoría de
los casos, es generalmente tu país el que te abandona a ti. Hace tiempo esa
familiaridad en las que nos movíamos libremente por nuestro territorio y sus
hogares desapareció. Predomina el miedo, lo desagradable, el horror y la
nostalgia. Porque no hay salida, te quedes o te vayas la sensación de pérdida
es inevitable, este no es el país ni el talante de la gente que amábamos. Todo
eso es cierto, sin embargo tampoco era normal este tipo de preguntas, ¿por qué
no te vas? A nadie se le ocurría formular tal inquietud, a nadie se estaba
botando, a muy pocos se despedían con la sensación de un hasta siempre. Era
impensable, era inimaginable.
Pero ahora es lo normal, todos tenemos un vacío enorme porque
los seres más queridos se fueron y ahora aparecen en pantallas contando sus
experiencias de inmigrantes. Todos sonreímos, así somos, pero en las miradas
podemos adivinar ese dejo de nostalgia de despedidas siempre vivas, del abrazo
que no damos. Difícil contestar la pregunta que me ocupa. ¿Por qué no me voy?
Sabiendo que el que la formula se está debatiendo en esta difícil decisión y
por eso pregunta. Muchas podrían ser las respuestas y ninguna daría realmente
con la verdadera razón, la que siempre se nos escapa. La razón es una de amor y
el amor es inexplicable, obedece a pocas razones que puedan ser comunicadas con
un mínimo de sensatez, el amor es insensato y ¿por qué no? es ridículo. Por lo
general le tememos mucho al ridículo, yo le temía mucho hasta que oí a Zapata
hablar sobre lo ridículo en sus divagancias y se me pasó. Programa que quisiera
volver a oír.
Este es mi país de las “divagancias” de ese inolvidable
programa de Zapata y Miguel Delgado Estévez que actualmente aún mantiene Miguel
con su calidad y fino humor de siempre, pero con la nostalgia y eterna
despedida viva por esa ausencia tan añorada. No me quiero ir porque tengo una
historia y soy producto de ella. Porque fui al teatro y vi obras de Cabrujas
con Rafael Briceño y tantos otros. Porque pude presenciar a Fausto Verdial en
“Los hombros de América” basada en la vida de inmigrantes españoles que nos
hizo llorar y reír a carcajadas. Porque me gustaba el griterío, la risa
desenfadada, la diversión fácil y la bohemia de Sabana Grande en su Gran Café.
Porque cuando me provocaba me iba un viernes al Juan Sebastián Bar a oír a José
Quintero y sus boleros, porque apenas me veía me cantaba aquellas letras que me
desgarraban el alma. Porque había una Cátedra del Humor en nuestra querida
Universidad Central, que fue encuentro obligado de tantos caraqueños inolvidables.
Porque podía bailar salsa en “El maní es así” después de ver una película
clásica escogida por Margot Benacerraf.
Cuando todos corríamos a ver la novela de Ibsen Martínez “Por
estas calles” porque después era comentario obligado entre los amigos. Porque
tuve a un Billo que amenizó las fiestas y nos puso a todos a bailar. Porque
existían clubes maravillosos e hicimos competencias entre ellos. Porque no se
sabía que era mejor las fiestas que hacíamos entre los amigos o los comentarios
posteriores que prolongaban esa sabor de cercanía y reconfortante empatía. Porque
una vez vi a Jesús Soto solo en un restaurant y me puse a hablar con él. Porque
Aquiles Nazoa nos regaló su “Credo” y su “Caballo bien bonito”. Porque me
encanta el tuteo nuestro, su cercanía y pedir la bendición. Porque tuve una
maestra en tercer grado que marcó mi destino escolar. Porque tuve la fortuna de
presentar en una conferencia a Salvador Garmendia y me sentí sobrecogida.
Porque me movía a mis anchas en mi país que siempre sentí muy acogedor. Porque
un querido amigo, Freddy Arreaza, dijo que si se tenía que exilar se iría a
Coro. Porque nunca nos quisimos ir, porque estábamos muy bien aquí.
Porque mi casa era una fiesta. Porque oí cantar en ella a
Ítalo Pizzolante “una rosa pintada de azul” con Enrique Alberto Urdaneta (El
Negro) al piano. Porque Mariachis y la Tuna fueron invitados por mi papá y él
cantaba. Porque mi mamá lo veía con ojos de enamorada. Porque semana Santa se
vestía de teatro con sus festivales organizados por Carlos Giménez. Porque no
habrán Navidades y su Niño Jesús iguales a los vividos. En fin porque no,
porque quiero estar aquí. Porque tengo más vida vivida que la que podré vivir.
Porque sé que la vida termina por vencerte y quiero que no sea por nostalgia.
Porque la desesperanza requiere de mucho coraje y yo no lo tengo. Mucho hemos
perdido pero nuevas alegrías sencillas asaltan con sabor casero. Porque te domina
la locura, la magia cálida y vuelves a
recordar a Violeta Parra y su “Gracias a la vida”. Aquí estaré, a pesar de
todo, y no resignada sino haciendo un homenaje a esa bella patria que tuvimos.
Haciendo homenaje a los que se fueron y deseando volver a encontrarlos. Alzo mi
copa y brindo para que podamos nuevamente vivir juntos en una Venezuela que clama
por un reencuentro.
Desde lejos me llega La voz melodiosa del Tío Simón y su
“Caballo viejo”.
Gracias Marina ,fraterno abrazo
ResponderEliminarCon todo respeto, pero con nostalgia, recuerdos y añoranzas no se come, no se curar enfermedades, no se convierten en seguridad, en fin, no vuelve nada de las necesidades físicas que requerimos como personas. Obviamente, para usted le satisface el alma, pero con eso no se vive. Mis respetos
ResponderEliminarMuy buen escrito Marina!!! Felicitaciones.
ResponderEliminarMe hizo llorar. Bello texto.Gracias.
ResponderEliminarMe gustó tu trabajo, Marina. Es un tema sensible. A veces, irse a un mejor lugar es la única opción. Cariños.
ResponderEliminarMe gustó tu trabajo, Marina. Es un tema sensible. A veces, irse a un mejor lugar es la única opción. Cariños.
ResponderEliminarLo entiendo Alirio y lo lamento. A los que emigran, como mis dos hijos, les deseo lo mejor y los añoro. Abrazo
EliminarComparto lo que sientes y conozco cada una de las cosas que mencionas, por vividas unas, por compartidas muchas. Es siempre una decisión personal, aunque no siempre se tome sin desgarrarse. Yo he optado por irme a ratos y volver a ratos, sin ahorrarme ni una sóla lágrima. Cada uno hace lo que cree que puede en esta carnicería en la que se ha convertido nuestra vida. Salud, Marina, bello artículo
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