La historia de cómo se ha entendido la locura a través de los
tiempos, está llena de anécdotas de todo tipo. Algunas espeluznantes y otras
realmente divertidas. Se destaca la historiografía de Michael Foucault
“Historia de la locura en la época clásica”, quien “consideró al manicomio como
un instrumento del Estado establecido para silenciar a quienes, con su manera
de pensar, sentir o comportarse, cuestionaban o amenazaban los valores de las
clases dominantes” como destaca Cristina Sacristán. El manicomio, sin embargo,
son centros de atención al enfermo mental que no se implementó sino al
principio del siglo XIX, siendo Espinel y su alumno Esquirol los que marcan el
hecho fundacional. Estos dos médicos liberan a los
insensatos de Bicêtre (Hospital cerca de Paris) de sus cadenas y se impone la
implementación de un asilo por cada departamento francés. La obra de Pinel
constituye un cambio radical en la percepción que se tiene de la locura. Su
tesis principal es que en toda locura hay una parte de razón y es hacia ella
que hay que orientar la búsqueda en la dirección de la cura.
Destaca Foucault como en la época del Renacimiento a las
personas que perdían la sensatez, el juicio y se mostraban incapaces de valerse
por sí mismas eran entregadas a los marineros para que se las llevaran lo más
lejos posible en la enigmática “Nave de los locos”. La Iglesia recurría a los
exorcismos; los curanderos y hechiceros apelaban por las hierbas medicinales,
los sortilegios y practicas supersticiosas de todo tipo. Los médicos diplomados
y los boticarios recurrían a diferentes dietas, duchas de agua fría o a las
temibles sanguijuelas. La inquisición quemaba a las “brujas”; un sinfín de
barbaridades se pueden mencionar en relación a lo que se ha hecho con el
enfermo mental. Todas estas prácticas las podemos ver de alguna forma en
nuestra sociedad actual. Es como que nada desaparece o se deja atrás,
sobreviven como capas superpuestas y hacen su aparición en una clara relación
con el grado de primitivismo que haya adquirido la sociedad. Mientras más primitivo
se torne el pensamiento, más primitivo será el comportamiento del ser humano en
todos los órdenes.
Así nos describía Freud el inconsciente usando como símil las
excavaciones que realizan los arqueólogos en una ciudad como Roma. De igual
forma podemos rastrear en el inconsciente como somos una complicada formación
de contenidos arcaicos provenientes de pasados remotos y que no conocemos. La
psiquiatría nunca perdió su poder de ser utilizada como un arma represora y de
abusos insospechados. De vez en cuando el horror nos explota en la cara como un
escándalo que termina salpicando a toda la sociedad, quizás de manera injusta.
Descubrir a un psicópata es difícil por su característica seductora y la
sagacidad que demuestran y mucho más si éste ostenta el título de psiquiatra.
El paciente que puede denunciar siempre es puesto bajo sospecha en su
veracidad; al fin y al cabo queda estigmatizado por su carácter de enfermo
mental. De allí que esta es una profesión en la que se requiere un alto grado
de compromiso ético, respeto y confidencialidad que, como sabemos, no todos
observan. El ser humano es muy plástico y no todo es lo que parece, como
podemos observar en la siguiente graciosa anécdota. No es cuento es historia,
diría Inés Quintero.
En 1939 se destaca un psiquiatra y psicoanalista catalán
llamado François Tosquelles que había combatido en las filas de la Republica
española. Es nombrado medico jefe de los servicios de salud de la armada
republicana, formó parte del estado donde se ocupó de los problemas de higiene
mental. Así nos relata su experiencia que partió del criterio de rechazar a los
psiquiatras que le tienen una verdadera fobia a la locura “La primera cosa que
hice fue elegir por mí. La caridad bien entendida empieza por casa. Elegí
abogados que temían la guerra pero que nunca habían tratado un loco, pintores,
hombres de letras, putas. ¡En serio! Amenacé con cerrar las casas de citas (ya
prohibidas, pero que funcionaban por todos lados), salvo que se encuentren tres
o cuatro putas que conozcan bien a los hombres y que prefieran convertirse en
enfermeras -a condición de no acostarse con los enfermos-. Yo les garanticé de
no cerrar sus casas y si podía, enviarles soldados. Esas casas de prostitución
devendrán anexos de los servicios de psiquiatría. Algunas de esas putas se
convirtieron en enfermeras fabulosas. Es extraordinario, ¿no? Y como por su
práctica con los hombres, ellas saben que todos son locos -incluso los hombres
que van con las putas- su formación profesional es rápida. En un mes una prostituta,
un abogado, o un cura se volvía extraordinario”
“La nave de los locos” el exitoso libro de Sebastián Brant
plasma su visión sobre la sociedad sobre la que le tocó vivir, los albores del
siglo XVI. Nos relata personajes a través de los cuales critica la ignorancia,
la necedad y la estupidez sin dejar por fuera a la Iglesia ya que en latín
“navis” se refiere a la nave de un templo. El Bosco realizó su interpretación
personal de la “Nave de los necios” que se cree forma parte de la serie “los
pecados capitales”. Un hecho real y tan curioso que queda plasmado en dos obras
de arte que lo inmortaliza. Surge, entonces, de la difícil experiencia humana
de convivir con los insensatos dos obras inmortales que plasman lo que ha
costado a la humanidad el trato justo del que deben ser objeto los locos. Antes
se les segregaba, se les montaba en una nave y no se volvía a tener noción de
ellos. Aquellos tiempos bárbaros pero con la clara concepción de que con un
loco no se puede convivir sin terminar todos locos. Hemos progresado, no hay
duda, pero queda la pregunta de si no nos estamos extralimitando al nombrarlos
presidentes.
Como nada pasa sino todo se conserva en el arcaico
inconsciente surgen a veces las ganas de conseguir una nave para embarcar tanto
insensato e ignorante. Mercancía la tenemos y sobrante, así que se solicita una
nave gigante.
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