“Esto parece una pesadilla “se oye esta exclamación con
frecuencia. Es una pesadilla por el carácter un tanto onírico con el que
vivimos nuestra realidad. No dejamos el asombro por lo absurdo, una escena
transcurre tras otra con ese carácter sorprendente con el cual el inconsciente
se manifiesta cuando el yo descansa; cuando bajamos la guardia y nos asaltan
los fantasmas, los que solo podemos mantener a raya con esfuerzo consciente,
con la luz del día y la multitud de distracciones que nos ocupan. La luz se
apaga y asaltan las angustias, los ruidos internos que esperaban encontrarnos
indefensos, los monstruos que amenazan, la sensación persecutoria, la muerte
cercana. Pero las pesadillas al menos tienen la virtud que cuando al fin
aparece la figura que intuimos terrible enseguida despertamos. El pulso
acelerado, la sensación de maltrato y el ánimo intranquilo pero con la certeza
de que sólo se trataba de un sueño y poco a poco recobramos la calma.
Bien, el monstruo apareció en el Valle de Caracas y no
despertamos. Esa imagen que pudimos observar con horror, que nos tiró en cara
la verdadera naturaleza del régimen que nos agobia y maltrata. La máscara que
en realidad terminó de quitar las máscaras. El fantasma de nuestro inconsciente
colectivo salió a la luz para recordarnos que solo nos queda la muerte si no
despertamos. Esa imagen condesada con multitud de significaciones muestra con
ominosidad lo que es imposible de significar, el real que esconde, lo que
siendo tan cercano nos resulta imposible de tramitar. El horror en plenitud, el
despojo de todo vestigio humano, la crueldad en acción. La escena fue montada
en el Valle dejando a su paso muerte y destrucción. Y no despertamos. Esta es
una verdad cruda, no fue adornada. La revelación descarnada de lo más oscuro de
una sociedad, lo que debe mantenerse a raya y no permitir que surja y se
imponga. Pues allí apareció y la sociedad decente quedó petrificada. Lo peor
nos dio la cara con un gesto de desprecio y maldad.
Es una imagen pero también es una cosa, ¿Qué está escondido
en este disfraz? Es en realidad un ser humano, ¿Así puede ser llamado? ¿Cómo lo
imaginamos? ¿Qué hará después de arrasar, escondido, con vidas humanas? ¿Dirá,
cuando sea vencido, que solo era parte del sistema? ¿Cómo se comporta sin su
vestimenta monstruosa? Es parte del ejercicio que hacemos por el efecto
tranquilizante que nos ofrecen las significaciones; es el arte del ser humano
civilizado en la muy humana búsqueda por el sentido y la verdad. Pero todo
esfuerzo de pensamiento termina tropezando con un núcleo incomprensible, un
centro refractario a la comprensión y eso sucede especialmente cuando
interrogamos a la maldad. Ganamos terreno pero no todo. Con ello juegan las
películas de terror que causan en algunas personas gran atracción. Es lo que
intentan cineastas que se dan a la tarea de mostrar imágenes terribles de la
guerra para que la humanidad no olvide. Para dejar testimonio de lo que alguna
vez ocurrió y puede repetirse. Imágenes que quedan grabadas en nosotros y nos
hacen brincar especialmente cuando dormimos. Es también la sombra que portamos
todos, oscuridad que tapamos con velos gentiles de la estética y la ética para
poder vivir y relacionarnos. Caen los velos y se destapa el horror.
Es nuestra verdad que fue brutalmente puesta en escena
despojada de toda ficción, desnuda de todo discurso engañoso, expulsada de un
contexto lingüístico. El disfraz que despoja todo disfraz. Podemos también
imaginar que adentro de ese revestimiento aterrador no hay nada, solo vacío, un
fantasma. “La habilidad que tiene el diablo de convencernos que no existe” como
apunta Baudelaire. Podríamos despachar esta aparición como un espectáculo, una
puesta en escena como nos las ofrecen los teatros, un semblante, un engaño para
que nos comamos el brebaje como hacen las brujas. Pero no olvidemos que es la
esencia de nuestros miedos ancestrales, las figuras que persiguen porque el
horror nos acompaña. Lo más cercano a la locura cuando no poseemos el don de
enloquecer realmente. Retorna siempre lo que acecha y dejamos escapar; el ideal
de los locos que no obedecen sino a su propia ley sin reconocerse en los
resultados de sus actos. No es que no entiendan que están destruyendo a toda
una población, es que esa es su razón de ser, su goce impúdico mostrado con
total desparpajo. Un delirio en todo su esplendor.
La peor pesadilla hecha realidad, la sensación de vivir
acosados, condenados como objetos de la sevicia y de la crueldad. Tenemos que
despertar y constatar que nuestro mundo puede volver a la normalidad si nos
hacemos cargo de este fantasma que salió de la oscuridad para aterrar a los
habitantes del Valle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario