21 de marzo de 2017

El fantasma del Valle




“Esto parece una pesadilla “se oye esta exclamación con frecuencia. Es una pesadilla por el carácter un tanto onírico con el que vivimos nuestra realidad. No dejamos el asombro por lo absurdo, una escena transcurre tras otra con ese carácter sorprendente con el cual el inconsciente se manifiesta cuando el yo descansa; cuando bajamos la guardia y nos asaltan los fantasmas, los que solo podemos mantener a raya con esfuerzo consciente, con la luz del día y la multitud de distracciones que nos ocupan. La luz se apaga y asaltan las angustias, los ruidos internos que esperaban encontrarnos indefensos, los monstruos que amenazan, la sensación persecutoria, la muerte cercana. Pero las pesadillas al menos tienen la virtud que cuando al fin aparece la figura que intuimos terrible enseguida despertamos. El pulso acelerado, la sensación de maltrato y el ánimo intranquilo pero con la certeza de que sólo se trataba de un sueño y poco a poco recobramos la calma.

Bien, el monstruo apareció en el Valle de Caracas y no despertamos. Esa imagen que pudimos observar con horror, que nos tiró en cara la verdadera naturaleza del régimen que nos agobia y maltrata. La máscara que en realidad terminó de quitar las máscaras. El fantasma de nuestro inconsciente colectivo salió a la luz para recordarnos que solo nos queda la muerte si no despertamos. Esa imagen condesada con multitud de significaciones muestra con ominosidad lo que es imposible de significar, el real que esconde, lo que siendo tan cercano nos resulta imposible de tramitar. El horror en plenitud, el despojo de todo vestigio humano, la crueldad en acción. La escena fue montada en el Valle dejando a su paso muerte y destrucción. Y no despertamos. Esta es una verdad cruda, no fue adornada. La revelación descarnada de lo más oscuro de una sociedad, lo que debe mantenerse a raya y no permitir que surja y se imponga. Pues allí apareció y la sociedad decente quedó petrificada. Lo peor nos dio la cara con un gesto de desprecio y maldad.

Es una imagen pero también es una cosa, ¿Qué está escondido en este disfraz? Es en realidad un ser humano, ¿Así puede ser llamado? ¿Cómo lo imaginamos? ¿Qué hará después de arrasar, escondido, con vidas humanas? ¿Dirá, cuando sea vencido, que solo era parte del sistema? ¿Cómo se comporta sin su vestimenta monstruosa? Es parte del ejercicio que hacemos por el efecto tranquilizante que nos ofrecen las significaciones; es el arte del ser humano civilizado en la muy humana búsqueda por el sentido y la verdad. Pero todo esfuerzo de pensamiento termina tropezando con un núcleo incomprensible, un centro refractario a la comprensión y eso sucede especialmente cuando interrogamos a la maldad. Ganamos terreno pero no todo. Con ello juegan las películas de terror que causan en algunas personas gran atracción. Es lo que intentan cineastas que se dan a la tarea de mostrar imágenes terribles de la guerra para que la humanidad no olvide. Para dejar testimonio de lo que alguna vez ocurrió y puede repetirse. Imágenes que quedan grabadas en nosotros y nos hacen brincar especialmente cuando dormimos. Es también la sombra que portamos todos, oscuridad que tapamos con velos gentiles de la estética y la ética para poder vivir y relacionarnos. Caen los velos y se destapa el horror.

Es nuestra verdad que fue brutalmente puesta en escena despojada de toda ficción, desnuda de todo discurso engañoso, expulsada de un contexto lingüístico. El disfraz que despoja todo disfraz. Podemos también imaginar que adentro de ese revestimiento aterrador no hay nada, solo vacío, un fantasma. “La habilidad que tiene el diablo de convencernos que no existe” como apunta Baudelaire. Podríamos despachar esta aparición como un espectáculo, una puesta en escena como nos las ofrecen los teatros, un semblante, un engaño para que nos comamos el brebaje como hacen las brujas. Pero no olvidemos que es la esencia de nuestros miedos ancestrales, las figuras que persiguen porque el horror nos acompaña. Lo más cercano a la locura cuando no poseemos el don de enloquecer realmente. Retorna siempre lo que acecha y dejamos escapar; el ideal de los locos que no obedecen sino a su propia ley sin reconocerse en los resultados de sus actos. No es que no entiendan que están destruyendo a toda una población, es que esa es su razón de ser, su goce impúdico mostrado con total desparpajo. Un delirio en todo su esplendor.

La peor pesadilla hecha realidad, la sensación de vivir acosados, condenados como objetos de la sevicia y de la crueldad. Tenemos que despertar y constatar que nuestro mundo puede volver a la normalidad si nos hacemos cargo de este fantasma que salió de la oscuridad para aterrar a los habitantes del Valle.

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