En un mundo en que se marcha a altas velocidades se hace muy
difícil soportar una abrupta parada. No se entiende sino con un gran esfuerzo
reflexivo que no todos están dispuestos a ejercitar. Menos cuando la situación
es apremiante, cuando las fuerzas morales se han usado exhaustivamente hasta
convertirlas casi en actos de fe. Mantener las esperanzas es un ejercicio
religioso, una ilusión a la que nos aferramos para no terminar de caer en un
vacío que nos precipitaría a actos insensatos de los cuales no podríamos
regresar. Se aminoró la marcha para tratar de evitar el horror de una masacre a
la que un régimen, sin ninguna clase de escrúpulos, nos precipita. La ética,
guía para dirimir conflictos, se encuentra en un estado de extrema debilidad,
no podemos aprehenderla con facilidad e incluso ni la echamos de menos.
Situaciones límites que revierten las conquistas de la humanidad. El deber de
agotar los recursos que eviten una violencia sin control ya nos parece una
tarea muy pesada y sin valor. Hay explicación para entender este clima que se
ha hecho preponderante en el sentir nacional, no proviene de la nada, no
obedece a una locura colectiva.
Adela Colina escribe un libro al que se le otorga un premio
nacional español, “Para qué sirve la ética” en el que afirma “ningún país puede
salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos
sigue proliferando con toda impunidad” Pues bien, se sigue mintiendo, robando,
secuestrando, maltratando con total impunidad. Seguimos abandonados a la
inanición y las imágenes de personas que mueren de hambre y comen de la basura están
ya colgadas en las paredes nacionales, es la visión del espanto cotidiano. En
este escenario se plantea sentarse a conversar, teniendo como mediador a un
enviado del Papa, representante de Dios en la tierra. No es, sin duda, un lugar
simbólico cualquiera, unos y otros alegan “no podíamos negarnos” y con toda
razón, no se podía descartar de antemano un acuerdo que evite una guerra. Pero
el mismo representante de la divinidad manifiesta estar espantado con la
situación infrahumana con la que se tropezó al aterrizar en estas tierras
desbastadas. Así tenemos que no es fácil desde afuera tener la fotografía de lo
que significa oler la fetidez que exhala el criminal. La náusea es el síntoma
nacional.
No nos es posible el autoengaño, tan necesario para vivir.
Cuando los estómagos crujen y el dolor domina dejamos la civilización a un lado
y nos arrojamos unos contra otros como bestias sin control, no se pueden
contemplar las buenas costumbres en las selvas repletas de plantas carnívoras.
Detener o tratar de detener lo que parece irremediable, pensándolo bien, es
hasta un gesto heroico. Que tenga resultados o no es harina de otro costal, no
haberlo intentando seria señal de que todos, masivamente, perdimos por completo
y sin retorno cualquier contemplación por los valores humanos. Tenemos muchos
valores aun intactos y ese si es nuestro recurso no renovable que debemos
proteger como el más valioso tesoro. Cuarenta años de democracia no fueron en
vano, nos dejaron las lecciones que victorias duraderas solo se alcanzan por
las normas constitucionales acordadas. De ese camino no debemos salir y si fue
necesario que la Santa Cede nos haya conducido a sentarnos con el diablo
procuremos que las llamaradas de odio que exhalan no terminen por aniquilarnos.
No deja de ser paradójica la situación, la mesa está servida con un simbolismo
eclesiástico tratando de ganarle terreno a un real que nos ha acechado por
mucho tiempo envuelto por un imaginario de desconfianza y escepticismo.
Si no nos manifestáramos con escepticismo y desconfianza no
seriamos humanos. Quien se ha visto envuelto en un engaño constante no puede
sentarse con confianza. Es más, el solo sentarse puede ser catalogado como un
acto de locura, de haber extrañado todo un aprendizaje, de negar la
realidad. Estamos desconfiados y es sano
que lo estemos, es una realidad ineludible que debatimos con tramposos y
malvados. No es la ingenuidad la que nos conduce, es la estrategia y la
sagacidad necesaria la que no podemos traicionar ¿si hemos llegado hasta aquí,
sin duda, con una buena conducción porque no creer que seguimos siendo bien
conducidos? Manifestarse con un talante despreciativo e insultante hacia los
encargados de tan difícil tarea solo revela una necesidad de ser superiores, de
hacer las muecas del no engañado al resto o haber hecho de la mala fe su ser en
el mundo. Extremos más que injustos reveladores de sus portadores. No es la
crítica necesaria lo insoportable es el desprecio.
Walter Benjamín destaca, como si lo hubiera escrito para
nuestro momento “¿es acaso posible una resolución no violenta de conflictos?
Sin duda lo es. Las relaciones entre las personas privadas ofrecen abundantes
ejemplos de ello. Dondequiera que la cultura del corazón haya hecho accesible
medios limpios de acuerdo, se registra conformidad inviolenta. Y es que los
medios legítimos e ilegítimos de todo tipo, que siempre expresan violencia,
puede oponerse los no violentos, los medios limpios. Sus precondiciones
subjetivas son cortesía sincera, afinidad, amor a la paz, confianza y todo
aquello que en este contexto se deje nombrar (…) Posiblemente, el mejor ejemplo
de ello, el de más alcance, sea la conversación como técnica de acuerdo civil.
En la conversación, no solo la conformidad no violenta es posible, sino que el
principio de no utilización de la violencia se debe expresamente a una
circunstancia significativa: la no penalización de la mentira. Quizás no haya
habido en el mundo legislación alguna que desde su origen la penalizara. De
ello se desprende que existe, precisamente en la esfera de acuerdo humano
pacifico, una legislación inaccesible a la violencia: la esfera del mutuo
entendimiento o sea el lenguaje”
No se trata de los héroes
religiosos como muy bien expresó Federico Vegas ni de los escépticos por
convicción, se trata de un intento, en condiciones muy adversas, de lograr
trascender el horror por medios civilizados. Ojala tengamos suerte, por lo pronto
votemos por la confianza, aunque solo nos estemos agarrando a una ilusión. Pero
¿quién dijo que sin ilusiones se puede vivir?
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