Si uno verdaderamente pudiera quedarse sin ningún ruido
distractor podría escuchar un solo grito, como aquel grito lejano sostenido y
perturbador que se oyó en el terremoto del sesenta siete. Desgarrador, el
momento de pura angustia y dolor al que aún no se le ha podido otorgar
significación, producto de un acontecimiento terrible que acabó con la vida de cientos
de personas, fuerza destructora que en esa ocasión provino de la naturaleza de
nuestro mundo. El grito colectivo que hoy podríamos escuchar es provocado por
la fuerza aún más destructora del humano que anida en su alma la sed de matar y
que ha arrasado con miles de vidas, bien arrebatándoselas definitivamente o
bien acabando con la alegría, esa fuerza que como expresa Savater, en su propio
grito íntimo, da la fuerza para querer vivir. Porque una cosa es querer morir y
otra es querer vivir lo cual se han empeñado en no dejar. Es peligrosa la
alegría, es peligroso el deseo y su fuerza indetenible de búsquedas por su
realización. Es peligrosa la ilusión y muy peligrosa la búsqueda incesante por
entender y conocer qué es en realidad lo que nos pasa. Muerte a la pasión y a
la razón, por ello gritamos.
La paradoja de nuestro tiempo es la realización del deseo
destructor del padre muerto, el asesinato de una nación. Un padre que aun
después de muerto se obstina en no permitir que sus hijos gocen de una vida,
cada quien a su manera. Su férrea voluntad destructora no respeta pactos
acordados, no hay leyes ni normas que le puedan poner límites a tal voracidad.
Nos engullen, asfixian, nos arrebatan la vida para dejarnos solos actuando como
autómatas sin querer vivir o entregando nuestro entusiasmo poco a poco en una
marcha sin compas. Freud, que no fue optimista con el porvenir de la humanidad,
distinguió y denunció con toda valentía, el vacío estructural de todo sujeto
que lo mueve a obturarlo con diferentes y a veces muy macabros objetos. En esa
búsqueda subjetiva hay seres, no todos, que se sacian solo con la muerte del
otro (en acto) para de alguna forma velar la propia (esa dialéctica del tu o yo).
Pero unos y otros, víctimas y victimarios,
permanecen en ese primer momento de un puro grito de la pérdida. En
realidad todos perdemos porque el que se instala en un solo y puro goce tampoco
vive, se mata poco a poco.
Como señala Eric Laurent identificados a un fantasma que nos
envuelve hace ya un tiempo “el vacío de legitimidad en el cual hoy se toman
casi todas las decisiones. Por un lado el vacío del Otro, expulsado de la
plaza, encarnando el objeto malo, el kakon aquel que no debe estar allí”. Ya no
reconocemos nuestros rasgos comunes, es más los rechazamos “a esto no me
parezco” pero nos identificamos, hacemos lazo social, en este movimiento
fantasmal del kakon (palabra griega
que significa mal). La experimentación del dolor de vivir, la emergencia de la
angustia, el presentimiento de un fatal desenlace. Este movimiento que es el de
doblegarnos, quebrarnos es el que no han logrado a cabalidad, y estamos
gritando es verdad, pero es un grito que busca ser significado y que no ha
cesado de escribirse. Muchas voces se activan y podemos todavía darnos el bello
lujo de ayudarnos en darle sentido a la tragedia que nos obligan a vivir.
¿Acaso había necesidad? Ahora desesperadamente buscamos nuevamente un espacio
vital en el que podamos respirar libremente.
Un grito que rechaza la maldad seductora que engaña,
revestidos de una bondad perversa que la realidad se ha encargado en desnudar.
La maldad que significa el querer doblegarnos por una identificación a una
única idea presentada como “verdad” o por un odio a todo el que se manifieste
en contra. Pues bien ese empeño se devuelve a sus orígenes con toda y la misma
fuerza destructora y ojalá no se manifieste en una violencia desenfrenada, porque
estamos en el dintel. Nuestros síntomas como cuerpo social están determinados
por un objeto de la maldad, el padre muerto. El goce interdicto de los hijos
que se encuentran en un momento de puro grito. Se manifiesta la locura en esas
identificaciones en la que los sujetos se comprometen por su verdad y su ser.
Ese grupo que apostó por ser herederos del kakon
ya están dando muestras de desintegración en ese mundo perdido de la insania.
Nosotros, aunque estemos gritando, no perdamos el rumbo que tanto nos ha
costado. Digámosle no a las drogas porque como señala J. Derrida “Cada
organización fantasmática, individual o colectiva, es la invención de una
droga”.
Toda desintoxicación acarrea dolor, gritos de un goce al que
hay que renunciar, gritemos por las
esperanzas perdidas, por los espejitos que nos vendieron y reflejaban la nada,
por habernos dejado engañar, por el peor error de nuestras vidas. Pero la vida
se vive con valentía, gritemos pero no flejemos, hay que defender la idea de
ciudadanía; una vez aceptado el pacto social al que acordaremos sin los
depredadores, cada quien podrá ser como quiera (Fernando Savater) ese es el
principio de la civilización y hacia allá deben estar encaminados nuestros
pasos.