En la reafirmación de la subjetividad -quién soy y cómo
quiero vivir- siempre hay una figura de otro que sirve de referencia. Ese otro es
un rival, un enemigo. Es un malentendido estructural del ser humano observable
desde los primeros pasos del bebé. El hermanito que viene a irrumpir en la
grata cotidianidad de una intimidad sin rivales, aparece como un intruso, como
alguien a quien se desea eliminar y al mismo tiempo conservar porque forma
parte de lo que se está gestando, la diferencia. Es la figura imprescindible
que se va a adversar para marcar las diferencias y para conferir sentido a la
vida, el contraste reafirma el ser. Esta figura es lo que denominamos el
enemigo necesario. El que cohesiona grupos, el que apunta a una finalidad, el que otorga sentido, el que reafirma
razones. La figura ex-íntima por excelencia, que se hace necesaria en toda vida
tanto individual como colectiva. ¡Así como esos no quiero ser y punto!
Hay grupos grandes de seres humanos que no logran conferirle
sentido a sus vidas, una tragedia que si no termina en suicidio produce ese
fenómeno que podemos denominar la esclavitud voluntaria. Se le entrega la vida
a un Otro que marque las pautas de cómo se debe vivir y para qué. Mientras el
mundo se vuelve más complicado y con menos compromisos sólidos entre los humanos, estos grupos van creciendo
y se van haciendo sentir con mayor odio sobre los escogidos como enemigos
absolutos. A estos enemigos, que ellos escogen, tienen que exterminarlos sin
contemplaciones porque esa es la razón de ser de los esclavos voluntarios. Para
eso viven, no sabrían hacerlo de otra forma. Como Héctor Gallo (psicoanalista
lacaniano) lo explica de una manera jocosa, porque estos fenómenos vistos de
lejos pueden causar mucha risa. Dice Gallo, un guerrillero colombiano está para
tirar bombas, eso es lo que quiere hacer, es su emoción. Quítenle eso y lo
verán perdidos en una ciudad sin tener idea como cortejar a una muchacha. Una
vida civilizada les es tremendamente aburrida y sin sentido.
Los enemigos de la civilización son, sin duda, estos seres
comandados por un Otro exterminador, porque aquí ya se trata de conservar las
condiciones de vida que voluntariamente -y con nuestro enemigo necesario en el
imaginario- hemos escogido. Pero ¿cuál es la vía? Si los convertimos en enemigos absolutos
quedaríamos esclavizados por un único sentido, nos dedicamos a exterminarlos en
una guerra sin fin porque las bombas irían de un lado a otro, hasta que solo quede
un nuevo Adán con una banderita blanca pidiendo nuevamente a su Eva que lo
acompañe, para comenzar su rivalidad íntima. No es fácil porque el mundo se
achicó, los seres humanos perdieron el sentido en una vida monótona y aburrida.
Se fue inventando todo tipo de emoción que han perdido sus sabores y por ello
se empuja a aventuras de alta peligrosidad. Se busca un goce extremo que
distraiga hasta que seamos aplastados por la misma bola de nieve que un día
arrojamos por la pendiente, porque inevitablemente se nos devolverá.
El enemigo es inevitable, siempre los habrá, además son
necesarios. Para poder vivir con ese fastidio que significa el otro que quiere
arrebatar lo mío, se han inventado muchas estrategias, ninguna perfecta pero
allí radica lo interesante del juego. Siempre habrá una tensión y siempre el hombre,
porque habla, estará perdido en sus contradicciones, siempre será un
exterminador, siempre conformará la principal amenaza para los otros hombres.
Bien, si se trata de grupos humanos, es la política la vía, esa maraña de
acuerdos, negociaciones, organismos internacionales que se estructuran en una
pirámide de controles siempre incompletos. No hay, tampoco, control absoluto. Si
se trata de lidiar con un enemigo personal, también hay estrategias en último
caso apartarlo de la propia vida (para salir en búsqueda de otro enemigo) Hoy es más fácil, como las interacciones son
principalmente por las redes sociales de comunicación, pues simplemente
bloqueamos o apagamos el aparato.
La negociación es lo que se nos enseñan si queremos actuar de
forma responsable, pero también falla si se trata de enemigos radicalizados,
fanáticos. Estos seres harán lo indecible para no perder su razón de vida.
Mover un dedo, dar una orden y observar desde sus butacas como vuela en pedazos
una ciudad, no tiene precio. Tampoco lo tiene estar por encima de todo control
ciudadano, poseer avionetas y andar por el mundo repartiendo sustancias
prohibidas; amasar fortunas y vivir con la ilusión de ser esclavos sin límites
de cualquier bien de consumo. Al fin y al cabo ¿dueños de qué? dueños de la
ilusión de ser seres superiores que terminarán como muchos enterrados y con su
epitafio “aquí yace un enemigo absoluto”.
Somos seres que transitamos en la búsqueda de una razón de vida, la cual
perfectamente podría ser la virtud, la educación, el compromiso y la
solidaridad, pero estas razones han sido devaluadas en nuestro mundo líquido
(Bauman). Actualmente poseen un mercado reducido.
Enemigos de sí mismos, presas de una constante angustia van
por el mundo restándole humanidad a los otros para así poderlos eliminar con
mayor facilidad. Por ello son tan proclives a insultar con figuras de animales
que no sean tan difíciles de aplastar “cucarachas” “gusanos”. Son seres
controlados por sus objetos, esclavos de una mala apuesta, son seres
identificados a un muerto, al padre que mataron. Ante una amenaza como la que
estos seres representan hay pocas alternativas, pero las hay. O nos conformamos
en seres parecidos con ansias de exterminio o apelamos a las estrategias que
nos ofrece la política para sacarlos del camino y poder retomar la ruta que
nunca debimos dejar. Con la clara conciencia que en democracia también
necesitaremos de enemigos, de esa figura amenazante que nos reafirme en el
estilo. El enemigo necesario para no ser enemigos de nosotros mismos. Para no
terminar esclavizados por un Otro exterminador tenemos que ser recibidos en un
orden simbólico que nos otorgue lugar, donde encontremos emoción y sentido.
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