Cada vez que nos acercamos a una acción concreta para cambiar
nuestro destino político, surgen las amenazas. Pero no cualquier amenaza porque
en realidad vivimos amenazados. Se amenaza con marginar al ciudadano, quitarle
su empleo es una de las más recurrentes y esto tiene un significado importante
en el empeño estratégico de conformar seres despojados de su inserción en la
sociedad y por lo tanto desubjetivados, excluidos, anónimos. Vencidos por no
pertenecer a nada e impotentes para la más mínima defensa en las vidas
particulares. Infunden miedo, para qué negarlo, si se amenaza con ser despojado
de un derecho fundamental, si se amenaza con la posibilidad de quedar inactivos
y sin defensas. Si se desprecia la calidad humana y se conmina a la desperanza
y la soledad. Amenazas no banales y que apuntan a un blanco mortal, parte del
juego, sin duda, porque el juego es la destrucción de seres íntegros dueños de
su porvenir. Metidos en nuestros actos, aspirantes a ser dueños de nuestra
integridad. No han podido, pero amenazan.
Una herramienta sabida por su uso descarado; la tendencia que
están tomando las democracias occidentales hacia el autoritarismo y para lo que
Bernstein nos encomió a estar expectantes y alertas. Estrategia que pretende
monopolizar y manipular todo lo que sea manifestaciones de la voluntad,
expresiones del deseo, gustos y creatividad. Los actos más simples y
espontáneos, allí caerán las garras de estos depredadores del bienestar.
Mientras van hacia sus metas destructoras, vociferan por el camino amenazas y
con sus botas aplastan todo signo de vida, solo levantan polvaredas, lodazales
y se van enredando en sus propios laberintos. Les dio por lloriquear ante
nuestra irreverencia de reír, burlarnos de sus muecas retorcidas, porque aunque
a veces dudamos, en realidad no han podido. Nos despojan, nos amenazan, nos
matan, nos dejan sin patria y seguimos dando la pelea. El papel y la tinta los
aterran porque por allí se cuelan las ideas y las rúbricas. Si amenazar es
parte del juego, no doblegarnos y colarnos en las rendijas de la libertad es
parte del nuestro. Estamos en esos pocos momentos en que los estamos haciendo
bailar al son de nuestra alegre música y salen a zapatear, a mostrarse con todo
el peso de sus naturalezas maltrechas.
Nos arrebataron nuestra seguridad ciudadana y hemos tenido
miedo, pero no ha sido suficiente, solos y desprotegidos seguimos impertérritos
mostrándoles que por medios civilizados y decididos podemos hacerlos
lloriquear. Sigan amenazando y les seguiremos demostrando nuestro libre
albedrio. Les dolió en el alma la manifestación de nuestra voluntad de querer
que se vayan y nos dejen vivir tranquilos, pues bien seguiremos. Restringen
nuestra libertad, niegan la posibilidad del terreno político, usan las leyes y
las armas para encarcelarnos, pues bien, votamos y firmamos aunque en ello se
nos vaya la vida. El miedo y la
inseguridad que utilizan como herramientas para volvernos seres maleables
comienzan a perder la fuerza que suponían. Malos cálculos, estrategias erradas,
batallas perdidas. No nos sentimos diferentes, somos de este mar caribe, con
nuestras pieles tostadas y nuestro temple alegre y firme, ¿Deshumanizarnos?
¿Despojarnos de lo nuestro? ¿Expulsarnos de nuestro país? No, no han podido.
Para Sloterdijk el hombre de la cultura moderna ha perdido su
mirada crítica y con ella su capacidad de vincularse con otros fuera de la
escena mediática, ha inventado al “perdedor” y al “resentido” como emociones
paralizantes. Así vemos como estos usurpadores solo se comunican por una pantalla
con sus manifestaciones épicas y militaristas que producen ya un rechazo
masivo. Envueltos en sus resentimientos y ahora con miedo de ser realmente
despojados del poder que los ampara de sus fechorías, se han desdibujado y
vuelto repetitivos, caricaturas de los que pretendieron mostrar como semblantes
de autoridad y fuerza. Si, dan risa y nos burlaríamos hasta el cansancio sino
fuera por lo delicado del momento. Caminamos todavía por una cuerda floja y es
precario el equilibrio. Pero haciendo malabarismos hemos llegado a incomodarlos,
los extraños son ellos, ellos, los autoritarios, son los distintos. Hannah
Arendt lo expresó con todas sus letras “la despersonalización y el
instrumentalismo pueden hacer más daño a una sociedad que cualquier otra cosa” y
no han podido. Las pocas oportunidades de encontrarnos en un acto ciudadano que
nos convoca volvemos a encontrarnos con lo que siempre hemos sido.
Al respecto enfatiza C. Robin “si a algún otro pensador le
debemos nuestro agradecimiento, o nuestro escepticismo, por la noción de que el
totalitarismo fue antes que nada una agresión contra la integridad del yo
inspirada por una ideología, es sin dudas, a Hannah Arendt”. Así como para
Hobbes el miedo lleva al forzamiento de una pacificación, para Arendt la sumisión no es otra cosa que la falta de
una confianza personal, un yo cada vez más fragmentado y débil. Rasgos que aún
no se observan en nuestra sociedad combativa. Por ello Fernando Mires nos
recordaba que la política está hecha por seres humanos con sus múltiples
complicaciones psicológicas y no hay que descuidar las categorías que arroja el
psicoanálisis para poder entender muchos de los fenómenos en los que nos vemos
envueltos. Pareciera que fuera obvio pero no lo es, solemos descuidar las patologías
de nuestros análisis sociológicos y filosóficos, incluso en la comprensión para
la orientación de nuestras vidas prácticas. Basta ver a nuestros ancianos,
adultos y jóvenes alegres con sus bolígrafos en mano, para deleitarnos en la
firmeza de nuestros actos decididos.
Doblegarnos, no, no han podido.
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