Una película chilena que relata la campaña que se realizó en
1988 con motivo de un plebiscito convocado por Augusto Pinochet. Este militar
dictador que estuvo en el poder quince largos años sometió a la población a un
régimen tiránico donde se observaron atroces atropellos a los Derechos Humanos.
Miles de desaparecidos y una población muy valiosa que tuvo que irse al exilio
huyendo de persecuciones y masacres. Dividió a los chilenos y hundió a su
patria en la historia más lúgubre del oscurantismo de América Latina. Cedió a
convocar a una consulta popular el 5 de Octubre de 1988 por las presiones
internacionales, teniendo la seguridad que ganaría la consulta por el apoyo
militar y por el control de las instituciones. Pues bien lo perdió y tuvo que
dejar el poder para que Chile comenzara su construcción democrática.
Después de quince años de una censura férrea la televisión se
vio obligada a ceder un espacio de quince minutos diarios para la campaña del
NO y la oportunidad para difundir un mensaje. Tarea nada fácil y una
oportunidad única para abrir un futuro de libertad por tantos años conculcados.
La película de Pablo Larraín, que no fue premiada como mejor película
extranjera, muestra no solo la importancia de la publicidad para mover a los
sujetos y lograr que un objeto le sea deseable, sino la habilidad del
publicista para reconocer qué es lo que necesitaba la ciudadanía chilena. Un joven publicista, René Saavedra, que residía
en el extranjero es traído a Chile junto con su socio Luis Guzmán (Alfredo
Castro) para marcar las pautas del mensaje. Con una conmovedora interpretación
de Gael García Bernal la película logra sumergirnos en el dolor de un país y su
entusiasmo por revertir su destino.
Un joven con una mirada triste y recién separado de su esposa
a quien ama, con la frescura de una juventud plena y con las ganas de soñar y
jugar como un niño, se impone a diecisiete partidos políticos para vender la
idea de la alegría y la esperanza. Con el lema “Chile, la alegría ya viene” se
le enfrenta a Pinochet. Saavedra se opone enérgicamente a seguir utilizando
mensajes de odio, a manipular con el dolor de lo sucedido, a presentarse como
héroes en una escena épica, deja eso para la campaña del Si como en realidad
fue enfocada. Uno ve el contraste de señales y queda realmente impresionado con
el poder de la imagen y los sentimientos que inmediatamente despiertan. El NO
rodeado de canciones alegres, bailes, campos hermosos, del despliegue de la
vida, del goce particular de cada sujeto, inmediatamente conectan con los
símbolos de la libertad y el bienestar. Esquiva la dolorosa realidad de la
dictadura para abrir un escenario de creatividad y movimiento. Un plebiscito
que se convirtió en un referendo que dio término a la corrupción y la
violencia. El éxito de la campaña fue el contraste de cómo se debe concebir la
vida, lo estancado del dolor a la creatividad vital de las individualidades en
libertad; del terror sembrado en una sociedad a la pérdida del miedo.
Como las verdades generalmente son reveladas por los poetas
Mario Benedetti le canta bellamente al valor no renunciable de la alegría
“Defender la alegría como una trinchera/defenderla del escándalo y la rutina/de
la miseria y los miserables/de las ausencias transitorias y de las
definitivas”. Fue el No con que se inaugura el lenguaje, el No que posibilita
la subjetividad, el No que funda la civilización. El No a las contradicciones y la mentira, el
No a la muerte en vida, el No del rebelde que no se deja arrebatar lo suyo, el NO
que devolvió la libertad a Chile. La alegría que se siente cuando se realiza un
acto voluntario y libre para decirle un No al atropello y al abuso, nos
devuelve en lo inmediato la fuerza indetenible de los lazos que nos une. El
dolor no hace lazo social es muy íntimo y nos repliega a nuestras intimidades;
la alegría es una explosión de rasgos que se comparten, la necesitamos y la
sentimos en los momentos que se requiere un movimiento colectivo. Acabamos de
firmar la petición de un revocatorio, se levanta nuevamente la alegría de la posibilidad.
Hacemos lazo social, la expansión de la vida.
La alegría tiene que ver con la ética, lo sabemos desde que
la filosofía se fundó. Los griegos llamaron como deber ético al vivir bien, el
vivir en la tristeza es precisamente el abandono del deseo, una cobardía moral.
A Spinoza lo silenciaron cuando revivió el ingreso del mundo a una ética de la
alegría por su carácter altamente subversivo. No se trata de la venta populista
de una felicidad, se trata de una afirmación particular por la vida. Y esta es
la alegría que se desborda en pequeños actos simbólicos con la reafirmación de
nuestra voluntad. Nadie tiene derecho a quitárnosla porque reside en nuestras
propias entrañas. Fernando Savater la describe como “un jubilo vital, albricias
por durar sin perecer, felicidad, agradecimiento por estar todavía en el mundo,
sintiendo miedo y carencias, esforzándose, conociendo la eminencia irrevocable
de lo fatal. Es de hecho una nueva afirmación del humanismo, pero de un
humanismo impenitente”. Necesitamos imaginación, sin duda, entonces capacitemos
esa facultad. La creatividad del vendedor de deseos aplicado a los valores
éticos sin los cuales nos atropellaría una realidad que solo sentencia al
mundo.
Nos llegó el momento de nuestro NO, vamos con todas las
ganas, sorteemos las enormes dificultades. Tenemos la certeza de estar pensando
y actuando con la alegría que las circunstancias demandan. No callemos,
elevemos nuestra voz con un contundente y certero NO.
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