La expresión más clara de la descomposición social la
representa el estado de terror que impera en el país. Se están viendo, cada vez
más y con mayor intensidad, fenómenos de una criminalidad organizada y con
visos de sadismo que no tiene antecedente en nuestra historia, por lo menos no
en nuestra historia reciente. Este estado de cosas, realmente amenazantes, ha
provocado que nos mantengamos encerrados e invadidos por un sentimiento de
desprotección y acoso permanente. El miedo nos domina y este es un estado
psíquico muy conveniente a un régimen que pretende doblegar a su población. El
miedo paraliza y hace impotente a las personas para enfrentar los escollos que
se presentan en sus proyectos personales y sociales. Este ha sido un medio
utilizado desde que se manifestó el autoritarismo nazi y el comunista con
muchísima efectividad y ha sido el medio utilizado por las dictaduras militares
en América Latina. Desaparecidos, torturados, asesinatos por encargo,
secuestros y ahora un fenómeno que nadie nos explica pero que viene a sumar con
mayor claridad el estado ominoso que padecemos, asesinatos masivos. Los medios
de comunicación se encargan de revelar con todo el desparpajo esta terrible
escena sin que por otro lado tengamos alguna investigación seria que nos
expliquen las causas de tan macabros actos.
Se oye todo tipo de conjeturas en el ambiente en ese esfuerzo
tan humano de calificar la fenomenología para poder tener ciertos parámetros
explicativos, pero ninguna hipótesis esgrimida por la población, no
especialista en criminalidad, ha podido aproximarse a este fenómeno macabro que
se agudiza y muestra lo peor de nuestra sociedad. No sabemos de dónde salió
tanto bicho sádico, que utilizan métodos y operan de una manera ajena a
nuestras costumbres y con una total impunidad. No caeremos entonces en dar
explicaciones que desconocemos pero lo que sí conocemos son los efectos que
estos actos producen en el ser humano y estos efectos son, sin temor a
equivocarnos, muy convenientes para los proyectos autoritarios, lo que se ha
denominado Terrorismo de Estado.
Fenómeno que ha sido tipificado porque ya se ha hecho evidente en el mundo su
utilización con fines hegemónicos, su objetivo es muy claro, mantener en la
población un estado psicológico débil, vulnerable, implorando protección para
poder conservar la vida. Una población sometida por un fuerte sentimiento de
impotencia ante una clara y real amenaza. El valor que representa la vida y el
derecho inalienable de preservarla se degrada y se siembra la certidumbre de
tener como condición para vivir: el sometimiento, la obediencia y la esclavitud.
Parecieran ser estos los precios y el que no esté dispuesto a pagarlos o se va
del país o vive con miedo. Para los efectos de estos métodos le debe quedar claro
a la población que no existe nada inalienable y menos los derechos humanos, así
lo expresa Hannah Arendt, “El mismo término de `derechos humanos` se convirtió
para todos los implicados, víctimas, perseguidores y observadores en prueba de
un idealismo sin esperanza o de hipocresía chapucera y estúpida”
Aún se discute en torno a cómo denominar a un régimen que
utiliza estos métodos, pero en todo caso, sí salta a la vista que se trata de
burócratas que representan una estructura estatal que no admite disidencias de
sus filas sin castigar duramente al que se atreve; que no permite oposición y
que prefieren, con satisfacción además, que los ciudadanos abandonen su patria
que el tener que soportar diferentes puntos de vistas de personas sin miedo que
imponen su voz y que por supuesto pagan muy duro su osadía. Hemos perdido la
protección del Estado y este se ha convertido, por el contrario, en un ente
amenazante. Entonces si no se atreven a denominar a este estado de cosas como
un régimen terrorista al menos admitamos que somos una población apátrida. Una
población acorralada, asustada y desprotegida. Sumergidos en una absoluta
oscuridad.
A qué nos arroja entonces nuestra condición de apátridas, de
personas sin leyes y sin trabajo, es decir marginados de los derechos humanos,
sin duda al delito. No importa si los métodos delictuales son autóctonos o si
los importamos, lo importante es que la población es empujada a delinquir y en
esas lides estamos. Ya se ha perdido, incluso, los límites de lo que es legal o
no, batallamos en solitario por sobrevivir y evadir una justicia amañada con
agentes que se han convertido, más que en representantes de la ley, en verdugos
a la orden de sus amos que dan órdenes a escondidas y en la oscuridad. El
torturador, el verdugo es un ser dependiente, instrumento del poderoso que solo
puede ver satisfecha sus aspiraciones de dominio jugando al dispensador de la
vida y de la muerte. Personas con una severa perturbación psicológica y con
altas dosis de psicopatía, generalmente resentidos sociales y con un muy bajo
nivel intelectual. Estos seres gustan de la más absoluta oscuridad para cometer
sus fechorías y cuando aparece la luz del día son capaces de actuar como seres
incluso sensibles. Nadie podría creer capaz a un padre de familia abnegado y
tierno con su hijo, ser ejecutor de torturas y asesinatos. Y este es
precisamente el perfil de estos indeseables, que son muchos y por ellos un
régimen terrorista puede llevar a cabo sus planes macabros.
Pero también tienen miedo, miedo a ser descubiertos, miedo a
caer en desgracia con sus dueños, miedo a ser eliminados -como en efectos lo
son- en retaliación por los crímenes cometidos. Como también tienen miedo las
cabezas de estas bandas, sin el poder y las fuerzas armadas del Estado que
usurpan, su potencia se viene abajo y quedan desnudos ante los ciudadanos
maltratados y vejados que, como es natural, han venido acumulando odio, mucho
odio y pueden terminar sus lamentables existencias de la manera más cruel
imaginable. No fantaseamos, el mundo ha dado muchos ejemplos de cómo terminan
los tiranos.
Muy buen articulo. Muy real. Esperemos que estos maleficos satanicos sientan mucho miedo, del grande, que solo Dios puede infundir por estas ofensas a sus hermanos y a la propia vida.
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