Una película conmovedora en la
cual su director, Tom Hooper, vuelve a mostrar su gran sensibilidad en el
manejo de historias reales que no dejan al espectador indiferente ante la
complejidad y sufrimiento del ser humano. Después de “El discurso del Rey” nos
ofrece esta extraordinaria versión del caso de Lili Elbe, un transexual de
principio de siglo pasado. Einar y Gerda Wegener fueron una pareja de artistas
daneses que contrajeron matrimonio en 1904 y atravesaron juntos el descubrimiento
de una sexualidad desconocida por el discurso médico y reprobada por la
sociedad. Las actuaciones de Eddie Redmayne como Einer y Lili es sencillamente
magistral. Pero la que cabe destacar como una verdadera actuación
extraordinaria es la de Alicia Vikander como Gerda, con ese toque femenino tan
especial, su ternura y amor incondicional. La ambigüedad en su manifestación
sensual.
Las dificultades de la sexualidad
en su máxima manifestación. No es tan simple como que la biología nos determina
en relación al lugar que queremos ocupar como hombres y mujeres. Nos tenemos
que hacer en cuanto a cómo queremos se nos vea y ame; decisiones que vamos
tomando en la vida orientados por las experiencias de goce y que muchas veces
se transforman en verdaderos tormentos para el que tiene que decidir por una
sexualidad no marcada por lo que se espera. Este drama existencial que todavía
hoy se debate en el mundo, a principio del siglo pasado comportaba riesgos de
muerte. La sociedad no admitía la diferencia y el psicoanálisis estaba dando
sus primeros pasos. La ciencia médica mantenía su discurso de catalogar estos
cuadros como patológicos y aplicaba cualquier tipo de tratamiento bárbaro a
estos seres perdidos en su propia “ciénaga” como Einer describió su propio
padecimiento. Es en este ambiente donde se desarrolla la vida de dos artistas
excepcionales que rompen las barreras de lo “permitido” no solo en sus vidas
privadas sino en el arte que expresan. La
historiadora de arte española Beatriz Sánchez
Santidrián describe esta época como “una promesa, la de la transformación en el
modo de concebir la creación, la de la llegada de un estado de absoluta
autonomía creativa, de autoafirmación del yo del autor, la encarnación del
arte, puro y genuino, un arte libre de imposiciones, ajeno a las reglas,
subversivo y antiburgués”.
No es de
extrañar, entonces, que dos seres adscritos a un discurso que intenta romper
las barreras de lo convencional, se ayuden mutuamente a no permitir que sus
vidas queden paralizadas por el miedo inspirado “por lo que debe ser”. Es
precisamente Gerda quien ayuda que “Lili” salga a la luz y no quede opacada por
un Einer sufriente. El matrimonio sufre los estragos de la manifestación de los
deseos pero se trató de un matrimonio marcado, más que por el goce sexual, por
la camaradería de sus espíritus rebeldes. En este caso presenciamos una problemática
no solo de identidad sino de goce; Lili gozaba con la mirada masculina, quería
ser amada como una mujer. En cambio Gerda jugaba a la ambigüedad, quería ser
amada por un hombre pero al mismo tiempo hace de su arte la manifestación del
amor lésbico. Lili se convierte en la modelo que la catapulta en el mundo
artístico. Amaba tanto a Einer como a Lili. Podríamos expresarlo como una
manifestación radical del amor, en el cual el sexo interviene como un error sin
poder destrozarlo. El empuje hacia el lado femenino que clama por su
manifestación y que dos mujeres reconocen de inmediato: Greda en primer lugar y
Anna Larsen (la original modelo) quien manifiesta con toda claridad “Einar, o
bien en otra vida has sido mujer, o la Naturaleza se ha equivocado contigo esta
vez”. La mujer que no retrocede ni se asusta ante la manifestación del otro
goce.
Es este
reconocimiento pleno de la sexualidad femenina lo que hace a Gerda reconocida
en el mundo del arte. Pablo Ortiz de Zarate escribe sobre las obras de Gerda
“una de las primeras artistas en pintar a las mujeres no como sumisos objetos
de deseo para los hombres, sino como personas independientes y fuertes. Las
chicas de sus cuadros se muestran sensuales, incitando con la mirada al
espectador y siempre dispuestas al filtreo, pero al mismo tiempo conscientes de
su poder sobre el sexo opuesto y encantadas de utilizarlo”. De esta misma forma
la película nos atrapa en esta seducción de imágenes, explosión sensual,
miradas, gestos e insinuaciones de gran delicadeza y glamour femenino. Todo
ello en un drama que no pierde fuerza en ningún momento de su desarrollo. Una
manera magistral de hacernos ver lo que el psicoanálisis, con gran esfuerzo,
introdujo en el mundo como una verdad sobre la sexualidad que ya no puede ser
desconocida: las vicisitudes del discurso sexual, su error implícito y las
posibilidades creativas en sus manifestaciones inéditas donde especialmente
hace su aparición la mujer.
Einer como Lili
ya no vuelve a pintar, queda totalmente tomado por su figura femenina y por la
mirada del espectador, “Lili no es artista” su arte será su imagen femenina.
Sin embargo su terquedad por querer ser madre nos revela su aceptación de no
quedar atrapada por otro posible error de querer ser “La mujer” para todos los
hombres. La maternidad puede ser también la aceptación de la castración que no
solo busca en las cirugías, sino en el deseo de un hijo. La vida no le dará esa
oportunidad. Quizás fue víctima de sus ciénagas internas, quizás busco una
solución errada, quizás confundió el discurso con lo real, quizás le costó la
vida, quizás… Pero vale la pena preguntarse, si con mayor o menor intensidad,
¿no es este el drama de todos los seres humanos? El error implícito de toda
sexualidad.
Geldre no lo
salvó, optó por dejarlo volar.
MARAVILLOSO ,GRACIAS MARINA ,ABRAZOS
ResponderEliminarMuy bello comentario: la mirada profunda de la psicoanalista, frente a tanta incomprensión de este asunto tan delicado. Turing, al igual que Wilde, tuvo que pagar por ese "delito": el de no tener la definición exigida. Sus muertes tuvieron relación con las penas a las que fueron sometidos. En el caso de Turing, que terminó siendo héroe de guerra sin haber estado en batalla, la Corona lo "perdonó" hace unos años. Cuando menciono ese "perdón", me provoca moler la corona con una trituradora.
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