9 de febrero de 2016

La amenaza es el uniforme


Presenciamos espectáculos grotescos cada vez más repetidos y caricaturesco. Es como que nuestras diferencias como sociedad se fueran haciendo cada vez más crudas y hayan perdido cualquier revestimiento que el pudor y las buenas costumbres exigirían. Por una parte un empresario de gran reputación y comprobada competencia habla ante el país ofreciendo sus recomendaciones para salir de este atolladero en que nos metieron las malas políticas y en seguida brinca un indecente que como única respuesta que tiene a tal colaboración es el insulto, la bravuconería y la amenaza. Aunque, a estas alturas, uno podría reírse por lo predecible de la reacción -la falta de creatividad y reflexión-, la verdad es que causa estupor e invita a interrogar por tal actuación, totalmente contraproducente para lo que a simple vista podrían ser los intereses del poder. Si quieren conservar el poder ¿Por qué hacen peso para perderlo? ¿Por qué no se detienen un momento a reflexionar? ¿Por qué no inventan nuevas estrategias? ¿Qué los hace ser tan autómatas y simples? ¿Es este un momento en donde ya no tiene cabida sino la actuación salvaje?


La ceguera ideológica y la desesperación por haber fracasado en el intento de uniformarnos, ha provocado un extrañamiento absoluto de la realidad, en otras palabras se enloquecieron. Se comportan como las personas que bajo los efectos de estupefacientes (los cuales suprimen las inhibiciones) se disparan con actuaciones insoportables; en un despliegue de comportamientos que no revelan sino impulsos atentatorios de la dignidad humana. Ahora bien ¿Qué busca una actuación? Hace un llamado a otro para que responda, para que contenga la angustia, para que castigue la desmesura, para que de alguna forma vea el estado desesperado, para que ayude a poner en palabras lo que no se ha simbolizado y se mantiene en un real amenazador. Allí tienen lo aterrador que se les devuelve de su deseo mortífero de eliminarnos como seres humanos y tratarnos como deshechos a botar. Allí está, solo abran los ojos y confróntense con su propio fantasma. El país destruido, los pranes imponiendo el mismo deseo mortífero que los gobernantes y los ciudadanos decididos por su libertad. Los ciudadanos exigiendo justicia y con una férrea voluntad por la condena del totalitarismo y por la defensa de los derechos humanos que como recuerda Claude Lefort “no es una cuestión de preferencias”.

No hay vuelta atrás, el pasado no se puede remediar y con miras a un futuro no hay indicios de rectificación, no los habrá. No se argumenta, no se debate, no se llama a una reconciliación, solo se observa la amenaza y la violencia mientras la espiral se los va tragando poco a poco. La espiral de una certeza delirante que los ha hecho creerse en superpoderes amos de una única verdad. Víctimas de sus propias desmesuras e identificaciones mesiánicas -¡qué daño irreparables les hizo su mesías y la venta de su alma al diablo!- algunos, ya viejos y cansados, comenzaron a denunciar de forma tímida todo este gran fraude; intentan ser exculpados de su irremediable responsabilidad, tampoco podrán zafarse de su culpabilidad y de una deuda con la sociedad que no podrán cancelar. Ali está el infierno; queriendo esclavizarnos quedaron esclavizados por sus propios goces desenfrenados. Según la perspectiva de Lacan “siempre yace en una comunidad el rechazo de un goce inasimilable”. Quisieron taponar la falta y tensión que toda comunidad irremediablemente posee en su organización y se quedaron taponados en sus propias trampas y falsedades.

Seguiremos nuestra dinámica y la decisión que claramente manifestamos en las urnas electorales; un nuevo destino se impuso y mientras más dejen escapar sus impulsos salvajes más rápido les alcanzará los símbolos que nos han marcado en nuestra existencia ciudadana y en las representaciones que poseemos de lo que es justo e injusto. Tenemos una historia y ella subyace determinante en los cimientos del poder que construiremos y en su ejercicio; con la convicción de que no podremos nunca eliminar los peligros de la barbarie, la cual siempre estará  latente de forma amenazante. Hemos aprendido o por lo menos eso esperamos. No podemos olvidar las críticas despiadadas y el desprecio que  manifestamos por una democracia, imperfecta por supuesto, pero en la que gozábamos de la pluralidad de poderes y de libertades ciudadanas. Freud lo manifestó con toda claridad, la civilización estará siempre agujereada, pero no por eso alentó por la búsqueda de una instancia exterior al sistema, un superpoder que conduzca a una tiranía y que elimine las fallas que contiene todo conjunto de normas. Al contrario, nos invitó a aceptar la incompletud y tramitar el malestar en la cultura.


No haber aceptado lo irremediable del malestar ha llevado a las diferentes comunidades a una completud imaginaria a través de “religiosidades estridentes, populismos disparatados, comunidades ferozmente replegadas sobre sus identidades” como bien señala Erick Laurent. Nos han conducido a la imposición de comunidades uniformadas, en un pacto social impuesto, que esconden el crimen y el terror de un goce que acompaña tanto a los neototalitarismos como al terrorismo. Manifestaciones desbordadas de nuestro mundo al haberse encerrado en un narcisismo de imposiciones de verdades delirantes. Aseguremos la condición de una vida colectiva real que limite la operatividad de un poder sin libertades políticas y que humille a sus propios ciudadanos. La uniformidad de comunas cerradas es la verdadera amenaza. La amenaza de ser un solo cuerpo que contenga una verdad única. 

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