Presenciamos espectáculos grotescos cada vez más repetidos y
caricaturesco. Es como que nuestras diferencias como sociedad se fueran
haciendo cada vez más crudas y hayan perdido cualquier revestimiento que el
pudor y las buenas costumbres exigirían. Por una parte un empresario de gran
reputación y comprobada competencia habla ante el país ofreciendo sus
recomendaciones para salir de este atolladero en que nos metieron las malas
políticas y en seguida brinca un indecente que como única respuesta que tiene a
tal colaboración es el insulto, la bravuconería y la amenaza. Aunque, a estas
alturas, uno podría reírse por lo predecible de la reacción -la falta de creatividad
y reflexión-, la verdad es que causa estupor e invita a interrogar por tal
actuación, totalmente contraproducente para lo que a simple vista podrían ser
los intereses del poder. Si quieren conservar el poder ¿Por qué hacen peso para
perderlo? ¿Por qué no se detienen un momento a reflexionar? ¿Por qué no
inventan nuevas estrategias? ¿Qué los hace ser tan autómatas y simples? ¿Es
este un momento en donde ya no tiene cabida sino la actuación salvaje?
La ceguera ideológica y la desesperación por haber fracasado
en el intento de uniformarnos, ha provocado un extrañamiento absoluto de la
realidad, en otras palabras se enloquecieron. Se comportan como las personas que
bajo los efectos de estupefacientes (los cuales suprimen las inhibiciones) se
disparan con actuaciones insoportables; en un despliegue de comportamientos que
no revelan sino impulsos atentatorios de la dignidad humana. Ahora bien ¿Qué
busca una actuación? Hace un llamado a otro para que responda, para que
contenga la angustia, para que castigue la desmesura, para que de alguna forma
vea el estado desesperado, para que ayude a poner en palabras lo que no se ha simbolizado
y se mantiene en un real amenazador. Allí tienen lo aterrador que se les
devuelve de su deseo mortífero de eliminarnos como seres humanos y tratarnos
como deshechos a botar. Allí está, solo abran los ojos y confróntense con su
propio fantasma. El país destruido, los pranes imponiendo el mismo deseo
mortífero que los gobernantes y los ciudadanos decididos por su libertad. Los
ciudadanos exigiendo justicia y con una férrea voluntad por la condena del
totalitarismo y por la defensa de los derechos humanos que como recuerda Claude
Lefort “no es una cuestión de preferencias”.
No hay vuelta atrás, el pasado no se puede remediar y con
miras a un futuro no hay indicios de rectificación, no los habrá. No se
argumenta, no se debate, no se llama a una reconciliación, solo se observa la
amenaza y la violencia mientras la espiral se los va tragando poco a poco. La
espiral de una certeza delirante que los ha hecho creerse en superpoderes amos
de una única verdad. Víctimas de sus propias desmesuras e identificaciones
mesiánicas -¡qué daño irreparables les hizo su mesías y la venta de su alma al
diablo!- algunos, ya viejos y cansados, comenzaron a denunciar de forma tímida
todo este gran fraude; intentan ser exculpados de su irremediable
responsabilidad, tampoco podrán zafarse de su culpabilidad y de una deuda con
la sociedad que no podrán cancelar. Ali está el infierno; queriendo
esclavizarnos quedaron esclavizados por sus propios goces desenfrenados. Según
la perspectiva de Lacan “siempre yace en una comunidad el rechazo de un goce
inasimilable”. Quisieron taponar la falta y tensión que toda comunidad
irremediablemente posee en su organización y se quedaron taponados en sus
propias trampas y falsedades.
Seguiremos nuestra dinámica y la decisión que claramente
manifestamos en las urnas electorales; un nuevo destino se impuso y mientras más
dejen escapar sus impulsos salvajes más rápido les alcanzará los símbolos que
nos han marcado en nuestra existencia ciudadana y en las representaciones que
poseemos de lo que es justo e injusto. Tenemos una historia y ella subyace
determinante en los cimientos del poder que construiremos y en su ejercicio;
con la convicción de que no podremos nunca eliminar los peligros de la barbarie,
la cual siempre estará latente de forma
amenazante. Hemos aprendido o por lo menos eso esperamos. No podemos olvidar
las críticas despiadadas y el desprecio que
manifestamos por una democracia, imperfecta por supuesto, pero en la que
gozábamos de la pluralidad de poderes y de libertades ciudadanas. Freud lo
manifestó con toda claridad, la civilización estará siempre agujereada, pero no
por eso alentó por la búsqueda de una instancia exterior al sistema, un
superpoder que conduzca a una tiranía y que elimine las fallas que contiene
todo conjunto de normas. Al contrario, nos invitó a aceptar la incompletud y
tramitar el malestar en la cultura.
No haber aceptado lo irremediable del malestar ha llevado a
las diferentes comunidades a una completud imaginaria a través de
“religiosidades estridentes, populismos disparatados, comunidades ferozmente
replegadas sobre sus identidades” como bien señala Erick Laurent. Nos han
conducido a la imposición de comunidades uniformadas, en un pacto social
impuesto, que esconden el crimen y el terror de un goce que acompaña tanto a
los neototalitarismos como al terrorismo. Manifestaciones desbordadas de
nuestro mundo al haberse encerrado en un narcisismo de imposiciones de verdades
delirantes. Aseguremos la condición de una vida colectiva real que limite la
operatividad de un poder sin libertades políticas y que humille a sus propios
ciudadanos. La uniformidad de comunas cerradas es la verdadera amenaza. La
amenaza de ser un solo cuerpo que contenga una verdad única.
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