Llegué primero. Siempre lo hago, no creo en las posturas
generales que dictaminan estrategias. A una cita hay que llegar con retraso,
aparentar que se está muy ocupado, que no se le da mucha importancia al
encuentro, que el otro sea el que espere. Siempre llego temprano a pesar de la
costumbre generalizada. Al entrar al Juan Sebastián Bar me invadió un cúmulo de
emociones contrastantes. El local permanecía igual y con sus mismos empleados conocidos.
Habían cambiado los habitué, resaltaba la diferencia y solo eso ya le daba al
ambiente una tonalidad algo distinta. No eran conocidos y sus comportamientos
quizás algo soez, poco elegantes para lo que yo estaba acostumbrada. Me senté
en la barra de Santiago que en seguida se acercó con su amabilidad de siempre y
me hizo sentir nuevamente en casa.
-Caramba qué de tiempo sin verla.
- Sabes Santiago las
cosas han cambiado, ya no nos movemos igual por la ciudad.
- Lo sé y es lamentable. Ya notará que contamos con nuevo
público, nada fácil se lo aseguro.
- Lo noté apenas entré.
- Bienvenida, ¿lo mismo de siempre?
- Si, no todo debe cambiar. -Le dije riendo.
También me fijé que José no estaba, no quise preguntar, lo
intuía. Una lágrima rodó por mi mejilla y se abrió un gran agujero en mi
corazón. Me provocó irme inmediatamente para no seguir padeciendo el ver mi
casa invadida de gente extraña y la ausencia del personaje inolvidable que me
recibía como a una hija. Lo que me había llevado hasta allí poseía una importancia
enorme y no podía, en estos momentos, obedecer a mis impulsos naturales, salir
corriendo cada vez que una situación me era adversa. Lo que si tenía claro es
que debía dejar atrás al Juan Sebastián Bar y solo mantenerlo en el recuerdo,
entre aquellos lugares acogedores de una Caracas que ya no era la misma.
Saboreando mi Buchanan con una conchita de limón me sumergí en mis pensamientos
y emociones exacerbadas, entre nostalgia y miedo.
Cuando entró, media hora más tarde, inmediatamente me
transporté al momento actual. Todo el resto pasó a ser un telón de fondo, como
si una luz prendida solo lo enfocara a él. Resaltaba su buen vestir, su
elegancia en los movimientos, su simpatía natural y amabilidad en su mirada. En
seguida me dije es imposible que este hombre, con tanto don de gente, pueda ser
un ladrón. En ese caso me gustaría poder gritar “con mi choro no te metas”. Me
buscó con la mirada y al verme se acercó calmadamente y me estampó un beso en
la cabeza. No caí desmayada por no hacer el ridículo ante tanta gente vulgar.
Se sentó tranquilamente y pidió un whisky con soda, saludó a
Santiago amablemente, quien también lo conocía y me dijo -vas a escucharme
atentamente y no vamos a pasar todo este rato solo hablando de joyas-, y así
sin más comenzó su monólogo que aclararía todo este misterio.
-Me llamo Marcelo, soy orfebre e hijo de Luigi amigo de tu
papá. Estas joyas que te enseñé me fueron llevadas para su evaluación. No
evalúo joyas robadas cuando me doy cuenta que lo son. Estas son obvias, muy
antiguas y muy valiosas, debieron ser de tu abuela. Me hice el amistoso, gané
su confianza y les urdí un plan para obtener un talismán que se encuentra en tu
casa y según sus creencias es necesario para resolver la “pava” en la que se
encuentra esos “mal nacidos” que han destruido a Venezuela. Esas prendas en
realidad no tienen importancia para ellos, las sustrajeron por ociosidad y
creen que no son valiosas, pero les hice ver que podían ser una carnada para
llegar a su verdadero objeto.
- ¿Y cuál es tu interés en todo esto? -Le pregunté con cara
de perplejidad.
- Conocerte a ti.
Confieso que aún no me daba risa tanta desfachatez. Pero él
imperturbable continuó su monólogo.
-Sé que tus padres están fuera de peligro pues se encuentran
visitando a los míos en Italia. También sé que hace tiempo estas encerrada en
tu casa. Me puedo pasar por ladrón pero no entrar por una ventana. Sonrió con
cara de picardía.
Les juro que no podía creer lo que estaba oyendo y mi cara
debía tener la expresión de una perfecta boba.
-El talismán en cuestión fue sustraído de una urna en el
Cementerio General del Sur y testigos sobornados dijeron se lo había llevado tu
papá cuando remodeló el panteón de la familia. Según les entendí había sido
enterrado con un tío de tu mamá procedente de la Victoria. Es gente muy
ignorantes pero no los presentí especialmente peligrosos, pero tú sabes una
nunca puede estar seguro. Me ofrecí como carnada y tu mordiste el anzuelo
facilito. Se rio alegremente y me rozó una mano tanteando.
Aparté la mano inmediatamente porque ahora sí estaba
realmente indignada. Quizás no por él sino por el hecho de que hasta los desconocidos
te conocían. Caracas era un pueblo de chismosos desocupados.
-Hoy estoy escapado, no saben que estoy aquí contigo. Así que
no me extraña que me hayan perseguido. No tenemos mucho tiempo para hablar de
nosotros.
El tiempo transcurrió volando y cuando salimos ya era de
noche. Estando afuera oyendo unos mariachis y con un clavel en la mano, frenó
abruptamente una camioneta con un niño gritando ¡papá, papá! Una mujer hecha
una fiera se bajó y cacheteó a Marcelo. Con el revuelo que se armó no me di cuenta
cuando fui arrastrada y zumbada dentro de la camioneta, como un saco de papas,
y detrás de mí cayó Marcelo al que solo pude ver con mi clavel en sus manos.
CONTINUA