Una película de Alexander Payne, relata de una manera
sencilla y sobria, con anécdotas que podrían ser tomadas de una vida común y
corriente, el encuentro de un hijo con su padre ya anciano y acabado. Es una
película de amor, del amor más fundamental que se pueda experimentar en la vida,
el amor de los padres que será la impronta que nos marcará para siempre en la
forma como queremos a los otros. Ese personaje, el padre, que guiará nuestros
primeros paso y de quien recibimos la autorización de convertirnos en hombres y
mujeres autónomos. Si cumple su función, permitirá y aprobará la independencia
y la libertad, el protagonismo en la vida que tendrán que desempeñar los hijos.
Si contamos con la fortuna de tener un buen padre, la vida se nos hará mucho
más grata, pero no solo basta tenerlo, tenemos que ir en su búsqueda,
reconocerlo y quererlo. Esta es la fortuna que se permitió David su hijo, no lo
dejó ir sin tener la oportunidad de ese encuentro fundamental. Una película que
conmueve, divierte y remueve lo más íntimo del espectador.
Woody, el padre, interpretado por Bruce Dern, es un hombre
mayor y muy maltratado por una vida que se le tornó aburrida, que no escogió
sino que se le fue dando de esa manera, recurrió al alcohol como vía de escape,
quedando, como consecuencia, distante afectivamente de sus hijos y esposa. De
esa modorra mortecina lo despierta una propaganda de un revista que le hace
creer es el afortunado ganador de un millón de dólares. Haciéndose la ilusión
de ser millonario se empeña en ir a buscar su fortuna a un sitio lejano,
Lincoln, con tal determinación que nada ni nadie lo detiene. Él va a llegar
aunque sea a pie y es así como comienza la película. Un hombre fundamentalmente
bueno que se pasó la vida complaciendo a los demás, ahora no pide que lo
complazcan a él sino simplemente que lo dejen llevar a cabo su deseo al que de
ninguna forma va a renunciar. Quiere ese dinero para comprarse una camioneta y
un compresor de aire para poder pintar. Sobre todo quiere dejarles algo a sus
hijos cuando muera.
David, su hijo, interpretado por Will Forte, es un hombre con
una vida también aburrida. La mujer con la que vivía lo acaba de dejar y
desempeña un trabajo rutinario que no lo entusiasma. Se muestra sin pasión,
pero es a quien la madre fundamentalmente llama para que vaya a poner orden en
la terquedad del padre. Es, en esas circunstancias, cuando comienza a mirar al
padre de forma interrogante, en realidad ¿Quién es este hombre y qué quiere?
Las miradas de ternura y comprensión hacia su anciano padre, muestran cómo se
va despertando el deseo de conocerlo, intuye que los dos se parecen en algo,
hay algo muerto en sus vidas. Deseos
adormecidos en lo que los dos se reconocen. Decide acompañarlo en este viaje,
sabiendo que lo del premio es un engaño publicitario. Y ante su interrogante de
cómo va a dejar por ese tiempo sus cosas el padre le pregunta ¿Qué tienes que
dejar? Porque en realidad no tenía nada importante que dejar. Comienza a
reconocerse a sí mismo cuando le responde a la madre: “el no necesita un
ancianato, necesita por qué vivir” En realidad los dos necesitan una razón de
vida.
La madre, Kate, interpretada por June Squibb, es el tercer
personaje de importancia en esta historia. Una mujer habladora, regañona y muy
divertida, con ese desparpajo que tienen las mujeres de decir lo que quieren y
cuando quieren. No aprueba el viaje de su hijo con el padre y reclama que están
locos, pero a las primeras de cambio planea un viaje para encontrarse con Woody
y su familia en un pueblo equidistante, donde pasaron su infancia y juventud.
Allí van descubriendo los secretos de Woody, la mezquindad e intereses de
algunos miembros de la familia y conocidos del pueblo. La escena de la madre en
el cementerio es una obra magistral de la cinematografía, la revelación
sencilla y brillante de lo que es una mujer, recuerda muchas escenas de las
películas de Almodóvar. Cuando ella está en escena todo gira a su alrededor,
Woody la conoce y no la interrumpe pero tampoco se deja opacar por ella,
simplemente se hace el que no oyó o no entiendió y continua imperturbable con
sus planes. Sin embargo el hijo no sale de su asombro con tanto desparpajo
alegre e divertido. No cesa de mirarlos en un intento de descubrir los secretos
de esa relación que no carece de ternura.
Ross, su primer hijo, interpretado por Bob Odernkirk, es un
exitoso narrador de noticias. Con mejor posición social y siendo un hombre público
y reconocido lleva una vida diferente al resto de sus familiares. Una familia
bien constituida y con hijos ha logrado convertirse en un hombre con mayor
apertura social y mantiene, al comienzo, una postura más despegada de sus
padres y hermano. Cuestiona a su hermano por seguirle el juego al padre y le
manifiesta “él nunca hizo nada por nosotros”. Esta actitud se va modificando
cuando observa a su padre maltratado por los “caza fortuna” desocupados y vagos
del pueblo. No duda en cuadrarse con los suyos cuando la ocasión lo amerita.
Toda la película, el blanco y negro de su formato, los
paisajes desolados, la casa en ruinas y los personajes sórdidos con los que se
van tropezando, hacen un telón de fondo decadente en donde se destaca la
belleza de los buenos encuentros en esta original y hermosa película que
simplemente recuerda a la vida misma. Las miradas, la comprensión y amor entre
ellos no dejan de evocar la añoranza de las cosas perdidas, el corto camino que
representa la vida y los momentos que no se pueden dejar pasar para dejar una
huella en el corazón de los seres queridos. Miradas de ternura, de
desconcierto, de determinación y de reconocimiento recorren toda la película
dejando un sabor estremecedor como solo el arte cinematográfico puede dejar en
el espectador, cuando se trata de una buena película. Sin duda esta es una de
ellas.
“El suele creer en lo que la gente dice” es la bella frase
como David expresa su recién adquirido conocimiento del padre. Su metáfora de
identidad y su inscripción definitiva en una vida buena.
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