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Egon Schiele |
Cuando más discutible y controversial es la realidad que enfrenamos más aparece el llamado a la tolerancia. La tolerancia es una impostura en última instancia. No es natural, no nacemos siendo tolerantes se nos enseña, para salvaguardar a un posible hermanito a quien tenemos ganas de desaparecer. Después puede ser que lo queramos, pero realmente fastidian. Nada, a tragar grueso y a ser tolerantes. A cambio pedimos tolerancia para con nosotros. Según sea el atrevimiento de nuestros actos puede ser que la cadena se rompa, somos sancionados de alguna forma nos vengaremos, por lo menos un empujón injustamente recibirá el hermanito como venganza. Tendremos irremediablemente que volver al redil de la tolerancia impuesta por la cultura y la educación (llámese padres).
Es difícil porque siempre implica una contradicción, es aceptar como bueno lo que nos parece malo, como verdadero lo que nos parece falso, como bello, lo feo. Su dosis de irracionalidad tiene la tolerancia, entonces. Debemos admitir que solo se tolera por amor. Porque te amo te tolero sería el eslogan, pero no abuses, porque todo tiene su límite y es mejor que no conozcas las consecuencias. Esas paradojas a las que nos obliga la vida social, si no transigimos, aunque sea con las narices tapadas, terminaríamos exterminándonos. A eso pareciera nos encaminamos porque el mundo da muestras de un deseo de control y dominio intolerables. Es aquí donde en gesto seductor se nos llama a ser tolerantes, aguanta y verás es parte del discurso que intenta detener las fuerzas rebeldes. Con las ganas que se tienen de ir a empujar al hermanito.
En forma jocosa pero que da en el blanco Alfredo Vallota nos recordaba la anécdota de Paul Claudel “entre burlona y resignadamente, salía por la tangente diciendo ¿tolerancia? Hay casas para eso”. Sin embargo, la palabra remite a una búsqueda de acercamiento al diferente, a considerar sus posturas y a tomarlo en cuenta. Un espíritu de convivencia que nace con la democracia que se pensaba en Grecia. Como contradicción los griegos nunca cedieron ni dejaron de cuestionar todo lo que se les atravesaba. Esto le costó la vida a Sócrates que no dejó de interrogar pero que abrió las condiciones para aceptar al otro más allá de las diferencias. El otro puede ser que esté en lo cierto y tu seas el equivocado, ábrete a un interrogatorio franco y después vas y le pegas al hermanito de la frustración que te dará, pero al menos sales de un error. Se requiere valor.
Análisis crítico y convicciones fundadas, en alguna parte he leído eso, pero hace tiempo que no los veo. Ese intercambio honesto y arriesgado no es frecuente hoy en día, predomina la arrogancia y la imposición. También la manipulación emocional y el otro se defiende como lo hago yo, con sarcasmo. Estamos ya a nivel de caricatura. Solo a los perdedores se nos llama a la tolerancia cuando ya estamos bajo una bota militar, que de eso si sabemos. Concedamos que los individuos son distintos, pero nadie, entiéndase bien nadie, está autorizado a pisotear al otro. Allí nadie, entiéndase bien nadie, está obligado a ser tolerante y de autoritarismos sabemos bastante en américa Latina. Ser sumisos termina en una inevitable violencia. Respeto a los Derechos Humanos, a la diversidad a los gustos y creencias individuales dentro de los límites de la racionalidad y la educación.
Las interacciones sociales fundan en cada uno de nosotros una posición ética y nos determina a ser tolerantes con algunos pensamientos y actos ajenos y a ser radicalmente intolerantes con otros. Una vez entendida y aceptada nuestra ley nuestro hermanito estará tranquilo.