Jan Toorop |
Vivo nuevamente con la sensación de un tiempo detenido. Comienza la lucha para no dejar que el aburrimiento venza. Cualquier detalle que me haga pensar o reír lo agradezco como un regalo precioso. Sólo predomina la sensación de que no hay una verdadera fuerza y convicción de cambio. Seres irresponsables que se apropiaron de la palestra pública y que desde allí hablan con certezas, verdades irrefutables, ideologías caducas y amenazas inútiles. Provocan molestias, inducen argumentos en intentos de un intercambio, de una conversación, de entendimientos imposibles. Se trata de fanáticos que son, como en todo fanático, refractarios.
El tiempo parece detenido, los acontecimientos de nuestro diario transitar suceden monótonamente, no se agrega nada a nuestro cavilar cotidiano, nada sorprende, todo sigue en un desorden que ya es previsible sin mucho esfuerzo de razonamiento. En este estado nos alcanza el momento de una elección que nos permitiría un cambio radical y una oportunidad de reconstruir estas ruinas. Ruinas del país y de nosotros mismos. Sumergidos en esta suerte de letargo y con una imposibilidad de entendimiento no tenemos nuestro nuevo mito. Una entrega irracional al que nos están invitando volvió a provocar un nuevo fanatismo, “o es eso o no es nada”, y yo creo que no será nada. El futuro se vuelve cada vez más diluido y opaco. Una emoción que se rompió.
Como sociedad no hemos podido lograr una convivencia armoniosa y un intercambio interesante en que nos reconozcamos. No estamos haciendo política mientras nos mantengamos en una repetición con tufo a pulsión de muerte. Quizás tanto horror vivido hizo de nosotros seres hoscos, huraños, indiferentes, mal humorados. Cercanos al pleito, lejanos a una unión solidaria. Llegaremos a la elección con las esperanzas rotas y la derrota esperada. No quiero todavía aceptar que pasaremos cinco años más en este infierno por negarnos a aprender a hacer política de altura. Salir de la argumentación repetitiva y sorprender con ideas y estrategias inesperadas y sorpresivas. Esas que hacen brincar de la silla y sacudirse la modorra. No se puede en las decisiones colectivas tomar la determinación que en su angustia manifestó Pessoa “reducir las necesidades al mínimo, para no depender de los demás”.
Pessoa, el gran escritor portugués, escribió solo y encerrado en una buhardilla de noche, con la íntima convicción que de la vida era mejor no esperar nada. No creía ya en la humanidad y se aferró a los grandes fracasos, a las pérdidas de mitos y a la certeza de un mundo vacío de ilusiones. Un mundo que perdió su norte, que no piensa ni se interesa en un futuro. Decidió vivir aislado y cuando inevitablemente se tenía que mezclar con otros humanos, observaba detenidamente haciéndose cuentos que vertió en una linda prosa y versos desolados. No tenía esperanzas porque nunca las vivió. Se sabía perteneciente a un mundo de la incredulidad, un mundo sin mitos que cohesione a sus habitantes en proyectos comunes.
Esta sensación de pérdida de humanidad está expresada por Yuval Noah Harari con estas palabras “En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”. Tendríamos que consentir con Pessoa “que vivir es no encontrar”. Sin embargo, Pessoa en su corta vida (murió a los 47 años) dejó musicalidad y armonía en sus versos por lo que se hizo inmortal. Supo tocar el corazón de la humanidad y como todo genio se convirtió él mismo en el mito que no encontró para vivir.
Quién les dio a los a los a que se dicen políticos el borrador conque borran la esperanza de los venezolanos?
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