Joan Miro |
El humano nunca termina su dificultosa construcción, en cada acto coloca una nueva pieza de lo que lo representa en compañía de otros seres humanos. Son los actos los que hablan de nosotros. Esto es hacerse responsable de una imagen de lo que somos y no andar implorando perdón por las barbaridades perpetradas. Mientras más escandaloso sea su crimen no es merecedor de perdón sino de castigo. El mal radical que implica matar y torturar no admite clemencia, no se perdona ni se olvida. Solo admite un “nunca debió suceder” y el horror colectivo. Estas limitaciones y acuerdos es lo que hace humana la vida de las personas. Recordamos un pasado que compartimos y que nos fue mucho más grato entre otras menudencias porque el trato admitía proyectos conjuntos, sueños de futuro y respeto por nuestros símbolos.
Podemos hacernos los locos como si no fuéramos testigos y dolientes de nuestra destrucción. Podemos escoger vivir fuera de las leyes y tener el dinero como la única meta a alcanzar por cualquier vía. Podemos robar en complicidad con otros sin límites y sin contemplar el daño causado a la nación, pero no es válido después sorprenderse cuando son descubiertos y expuestos al conocimiento público. Fue su responsabilidad, el error de haber traicionado a su comunidad y haberse traicionado a sí mismos. Ahora la justicia es la que debe encargarse del adecuado castigo, debe ser conducida por hombres correctos y no otros asesinos. Ese es uno de nuestros peores obstáculos, todo ha sido permeado por la corrupción.
Ante este panorama de muerte y sufrimiento de gran parte de la población se nos ha hecho muy dura la existencia para andar teniendo clemencia con los principales responsables de que no hayamos podido tener salidas de un régimen que nos agobia y maltrata. Pedimos justicia cada vez más alto, gritamos y me temo se pasará a la acción propia del que patalea porque se ahoga. Las risitas cínicas del que se cree superior por un poder momentáneo, en cualquier momento quedarán congeladas. Dejen la amenazadera y el jueguito sádico con la población. Esto se les está saliendo de las manos y no hay, sino que repasar la historia para saber el destino probable de muchos tiranos.
Al errar el lugar y la responsabilidad en el actuar, los ciudadanos pierden confianza y respeto, solo queda una sociedad desmoralizada y colérica. Con hambre y amenazas se hace difícil acordar, negociar y pactar en futuras elecciones. Es tiempo de aspirar a una excelencia que no se observa ni asomada en las mejores películas. ¿A qué aspiramos? A tener buenos y eficientes gobernantes, que aseguren el confort necesario para vivir con dignidad. Solo entonces es que se puede pedir el interés por el debate público, para volverse a entusiasmar por la integridad social. Mientras tanto seguiremos viviendo como describió F. Nietzsche al hombre moderno “Con esta insatisfacción es como vive el hombre moderno increíblemente mustio en medio de la literatura universal; tembloroso ante el arte y profundamente avergonzado. La voluntad de vivir en él se ha transformado en inercia y su amor por la verdad, el saber y la ciencia se han tornado en erudición. Todo se ha vuelto historicismo”
Recuperemos el orden social en nuestra nación, solo entonces, como individuos podremos retomar nuestros lugares, actuar con responsabilidad y ocuparnos de volver a crecer como personas.