Gusti Ayu Kadek Murniasih |
Si la democracia está amenazada en el mundo entero su principal enemigo es la violencia. La indignación se acumuló por años sin haber encontrado alivio y ahora enfrentamos las consecuencias esperadas. Quizás si había razón para tal indignación que no fue escuchada y mucho menos atendida. Allí las instituciones democráticas comenzaron a perder respaldo y confianza, la mesa estaba servida para la aparición del populismo y sus derivados autocráticos. Lo vemos con toda claridad en Colombia, largos y difíciles años sufriendo los estragos de una guerrilla que mantuvo el control de poblaciones prácticamente secuestradas mientras sus gobernantes se mostraban impotentes. Ahora en las puertas de unas elecciones en la cual ninguno de los dos candidatos tiene en su haber créditos democráticos. Ambos populistas extremos que serán una nueva zozobra para la región.
La violencia es uno de los problemas más graves en América Latina, no solo interfiere en la vida cotidiana y en el desarrollo económico, sino que tergiversa la cultura política y acaba con las democracias. La gente se cansó de esas manos blandengues sin respuestas firmes y decididas y comenzaron a añorar una “mano fuerte” allí sellamos nuestra sentencia a cadena perpetua, quedamos presos. Vendimos nuestra libertad para calmar la sed de venganza y de esta forma buscamos nuestra propia muerte. Se abandonó la participación social y política para solucionar la inseguridad pública y se comenzó a pedir muerte para todo aquel que infrinja la ley. Terminamos los ciudadanos más amenazados e inseguros sin ninguna protección efectiva, la vida perdió valor y los espacios públicos fueron tomados por asaltantes de camino.
El ser humano no es bueno por naturaleza como pensó Rousseau. Mucho tardó Freud en descubrir la pulsión destructiva, la que denominó “pulsión de muerte” y fue nada menos que en el marco de la segunda guerra mundial donde él mismo fue objeto de la maldad humana. Se reclamaba su fuerte bloqueo para darle autonomía a una fuerza de esta naturaleza que requería atención en la vida de los hombres. Terminó por reconocer a esta pulsión como el principal componente de las dificultades para la vida en comunidad. En este universo simbólico de las relaciones humanas la violencia define destinos con su plasticidad para adquirir niveles de sofisticación y crueldad que superan la observada en cualquier otra especie. El animal ataca para comer el hombre ataca para gozar. Mas allá del goce sexual nos tropezamos con el goce de la crueldad.
Atravesamos nuestra era de furia al haberle dado rienda suelta a la “bestia feroz” que tenemos en nuestro inconsciente. Joel Schumacher filma en el año 1993 “Día de furia” para mostrar con toda claridad la problemática en la que se estaba sumergiendo el mundo. Es una ácida crítica a las metrópolis civilizadas que creen que a fuerza de burocracia y normas rígidas impersonales pueden mantener el desorden y el caos bajo límites. En el ánimo de cada habitante se advierte la fragilidad de este pseudo equilibrio que se encuentra permanentemente amenazado. Se desata una paranoia urbana con sus consecuencias de miedos y desconfianza hacia los otros, rabia y refugio en sectas iracundas que protejan sus pequeños territorios de caza. Hay en estos momentos muchas ofertas para cada una de las amenazas imaginarias. Se comienza a manifestar en Venezuela estos estallidos de furia, pero hasta ahora se han escogido como armas sillas de plástico que no son tan mortales. Gentiles criaturas que, si siguen por esa vía, dada la carencia de política pueden fácilmente pasar a otros instrumentos y a correr se ha dicho.
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