Joan Miró |
La palabra perversión en psicoanálisis indica una posición que asume el sujeto ante su angustia. No la vamos a entender como una enfermedad que amerita una cura, solo señala la meta y el objeto de la pulsión (desvío presente en toda sexualidad) independientemente de la estructura del sujeto. No es entendible la dinámica perversa y su dificultad si no es articulada a la ley, fuera de una regulación no tendríamos nada que indicar de esta estructura y sus múltiples manifestaciones. Una solución que les permite a algunos sujetos hacerse de un lugar y hacer lazo social. Generalmente no se asume como un campo de investigación sino se le despacha con simples calificaciones.
Atravesamos un tiempo de debilitamiento del “Nombre del Padre” (la ley interna) que alerta sobre una descomposición en todo orden, no solo sexual. No es que las sociedades se volvieron permisivas, es más bien una falta de regulación en los deseos de los padres al tener un hijo. Una madre que no permite la acción de la ley que ponga límite a su deseo devorador del hijo. Una madre que coloca al hijo como el objeto de su satisfacción sin que sea posible una intervención separadora.
La perversión después de Freud la entendemos, junto con las Neurosis y las Psicosis, como una estructura más, en el difícil desarrollo de un ser vivo por conformarse en sujeto. Es una posibilidad de ser y de existir con una dinámica propia, inherente a la condición humana. Antes de Freud y con los prejuicios de la época fue considerada una aberración y sometida la persona a los más aterradores castigos o métodos de cura que constituían más torturas que intenciones sanadoras. No estamos lejos de volver a aquella época, los juicios morales que se oyen apuntan al deseo de exterminarlas con pelotones de fusilamientos como se hizo en Cuba y otros lugares reformadores del hombre actual. El “hombre nuevo” debe ser puro es decir debe ser “no humano”. No es posible establecer normas para la sexualidad lo que sí es posible es establecer normas para el comportamiento dentro de una sociedad establecida. Toda relación sexual debe ser mutuamente consentida.
En 1905 Freud define, en Tres ensayos de teoría sexual, lo que se entiende como perversión: un desvío o cambio de objeto en la meta sexual. Explica que en ninguna persona falta algún elemento perverso y describe la sexualidad infantil como perversa polimorfa, indicando que varias metas actúan y la satisfacción no está al servicio de la reproducción. Aun no se han conformados los diques de contención que serían “vergüenza, asco y moral” y se manifiestan las pulsiones sin represión. No hay censura social efectiva si el sujeto no logró formar su propia contención y entonces si es justificable que actúen los medios culturales para limitar conductas dañinas para terceros. Las violaciones, la pedofilia son prohibidas porque el objeto elegido es forzado o no tiene madurez para aceptar una relación sexual. Dañan de forma irreparable a las víctimas, es un acto criminal.
Terminan siendo sujetos peligrosos dentro de la sociedad al tener certeza de cómo obtener su goce no contemplan al otro. Saben muy bien cómo, dónde y con qué o quién alcanzar la satisfacción sexual. Ellos si saben cómo obtener el goce por eso actúan mientras el neurótico sueña. Como todo sujeto debe ser sometido a la ley social lo que se le hará más dificultoso porque su propia contención debe irla conformando, no la tiene de antemano. Por último, no todo perverso debe ser juzgado de la misma forma porque no todo perverso se comporta de igual forma. La ley social actúa sobre los actos que causan daños a un tercero, no sobre los deseos.
Este es un tema difícil y duro de tratar no solo por su complejidad clínica sino por los prejuicios que aun manejamos en nuestra sociedad, solo pretendo introducir algunos puntos de reflexión para contribuir a un debate que no se está llevando a cabo con la altura requerida. La ley está fallando no solo en el perverso, el Nombre del Padre dejó de actuar en un mundo volcado a la maldad, un mundo que no le pone límites al goce.