Los seres humanos cada día se muestran mas adoradores de diferentes símbolos, bien encarnados por seres humanos o por simples objetos. Se muestra pasiones hasta el punto que cada día se hace más difícil hablar de cualquier cosa porque siempre hay fanáticos que se ofenden. Siempre me he cuidado de hablar de religión o de figuras religiosas porque sé de antemano que puedo ofender a los creyentes y quiero respetar, pero cada vez se me hace mas difícil saber cuales son las figuras sagradas, son muchas. Un líder político, un emblema nacional, una región particular, un deporte, una película, una obra de arte en general y pare usted de contar porque la lista es interminable. Somos adoradores y vivimos por una causa que erigimos como motivo único de vida, si se cae se cae la vida y eso no se puede permitir.
En el mercado se ofrecen al consumidor estas fábricas de deseos para que pueda llevar la de su preferencia, escoja su fetiche y colóquelo a resguardo de esas lenguas descreídas y desenfadadas, constituyen un peligro para su ideal. No lo ponga en circulación, no hable de sus virtudes porque vendrán los destructores prestos con sus machetes. Defienda su derecho a alucinar para proveerse de mayores alegrías en este valle de lágrimas. Ya la realidad y sus durezas pueden ser pospuestas para otros momentos. Schopenhauer nos habló al respecto, sea un héroe de su existencia, un santo luchador por causas perdidas porque de lo que estamos seguros es de la imposibilidad de ser felices. Una vida heroica, no temeraria que desconozca los peligros, una que asuma el carácter trágico y desde allí, alcanzado el nivel, comience a dictar normas en toda dirección, esto sí, esto no, esto conviene a la causa y esto no. Entre el devoto creyente y el militante comprometido solo hay un cambio de religión nos asegura José Luis Ferri, así nos lo recuerda Víctor Cadet.
Es lamentable este fanatismo atomizado porque encajona la vida, nos coloca gríngolas. Una sola causa nos hace débiles, vulnerables, los ídolos son de barro y se deshacen ante nuestra mirada angustiada, aunque despreciemos la realidad. Debemos tener valores, respetar las creencias y modos de vida, en el proceder ciudadano acorde con nuestro propio gentilicio que nos identifica, pero al mismo tiempo dejar que las ideas circulen, los tiempos cambian nuestra manera de pensar y nuestras creencias. Todo requiere esfuerzo, como recuerda Ana Teresa Torres “Nada es improvisado. Se requiere de una acción persistente por parte de la sociedad misma en la creación de su cultura propia, en mantenerla y respetarla y no menos costearla…”
Aquí estamos contemplando perplejos como afean la ciudad con adefesios fetiches, propios de una cultura que no es la nuestra, sino más bien producto de la brujería y el mal gusto. Eligen nuestras calles como escenarios de dioses paganos y cambian nuestros símbolos sin consultarnos. Estamos espantados, pero también paralizados. No son nuestras esas horribles imágenes porque incluso los objetos productos del sincretismo religioso los conocemos y queremos.
Tendremos un gran trabajo cuando logremos desinfectar Miraflores, hay que sacar toda esa basura y limpiar nuestras calles nuevamente. Cambiar los símbolos que nos arrebataron y volver apropiarnos de nuestros nombres y lenguaje. Algún día la construcción se logrará.
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