Adam Martinakis |
Un núcleo emocional ancestral nos acompaña toda la vida y nos identifica. Cuando menos lo esperamos se nos hace presente y nos recuerda quienes somos y de donde venimos. Me inspiró escribir sobre este tema una experiencia muy agradable e inesperada que tuve viendo nuevamente un partido de futbol. Sentí ese efecto protector y cálido de mi casa paterna. Siempre fue una fiesta seguir los partidos con mi papá y mis hermanos, eran motivo de festejos, encuentros y diversión. Entendí que esa era yo, que hay sensaciones e identificaciones que se adormecen y cuando menos te lo esperas surgen llenando de recuerdos y nostalgia el momento. Puede ser cualquier detalle, el olor de una flor, una brisa y el sonido de las hojas, un nombre, una música. Cuando creemos que nos hemos desprendido de lo perdido este nos asalta para decirnos “no puedes”. Solo con esa referencia podrás entender a los demás y al mundo.
Gran parte de lo que nos conforma está constituido por sentimientos que pueden acompañar y teñir a algunas representaciones; otros sentimientos quedan libres y están constantemente buscando su interpretación que encontrarán porque no se calman, no cesan de reclamar. Las épocas que nos tocan vivir están impregnadas de una cualidad que no es otra cosa sino la emoción que embarga a la mayoría de los seres que viven el mismo tiempo. Es lo que diferencia a un grupo humano de otro, no es la ciencia, no es la técnica en ello somos igualitos cuando tenemos acceso a su uso. Es la emoción lo que nos diferencia. No podemos negar que estamos infectados por emociones tristes, diría Spinoza. Rabia, tristeza, odio nos invaden. Hemos sido muy maltratados y se nos ha apartado de nuestra morada cálida en la que crecimos. “Se acuerdan” … es el inicio de la mayoría de las conversaciones entre nosotros. Se acuerdan de aquel lugar, aquella playa, aquel paseo, aquel paisaje. Hermann Hesse lo recordó en varias oportunidades, “vivimos nuestras vidas esencialmente a través de los sentimientos”.
Mientras estén predominando los sentimientos de rabia los pensamientos serán de guerra, muerte y exterminio. No hay cabida para el sosiego que muchos se van del país en su búsqueda. Nunca será una tarea concluida, cuando menos lo esperamos surge esa emoción de reclamo por haber sido arrebatado de lo que naturalmente nos pertenece, nuestra historia. Caminamos por el borde de un peligro mortal por carecer de espacios de sosiego que nos ayuden a elaborar los duelos, tenemos necesariamente que enfermar, no hay descanso. No poder sentir interés, alegría y facilidades para reponer las pérdidas y los inconvenientes, no ver salidas ni posibilidades es lo que llamamos depresión. Nuestro talante es depresivo y aumentan los suicidios sin que nos demos cuenta que es nuestro fracaso como sociedad lo que empuja a muertes prematuras. A veces el daño es tan profundo que nunca se podrá llegar a una reparación efectiva y total. Pensemos, por ejemplo, en Hitler y sus crímenes contra los judíos y en menor escala en los atentados terroristas.
Los sentimientos son altamente contagiosos, sobre todo si aparece un gurú y con su fuerza persuasiva conduce a los seres que no están inmunizados a llevar a cabo tareas destructivas que dobleguen al resto no sugestionables. Al fin y al cabo, quedaremos todos dañados por igual y llenos de mucha rabia. No hacemos nada ignorando esta realidad que avasalla y que no va a ser calmada con discursitos de amor y tolerancia. Solo la justicia podrá ofrecer cierto sosiego y de ello estamos lejos. Comprender no es un símbolo de debilidad como tampoco es buena conductora el generalizar metiendo en un mismo saco a todo el que está en lugares de interpretación y lectura de la sociedad. Eso sería caer en otro fanatismo igual de dañino y equívoco.
Dice Javier Marías en boca de Tomás Nevinson, en su novela Berta Islas “Pero si uno no mantiene alguna lealtad simbólica, digamos simbólica, está perdida del todo y se olvida de quien fue, de quien es verdaderamente. Y por muchas anomalías que recorran su vida, uno espera volver a ser ese algún día. Ya se tambalea la identidad bastante, cuando uno finge largo tiempo y se acomoda a una existencia prestada. Algo hay que conservar intacto. Ya le digo algo simbólico, lo demás es casi imposible. No sé, como el exiliado que no cambia de nacionalidad, aunque lleve fuera de su país treinta años y su país lo haya maltratado y echado”.
Ocupamos un lugar que no debemos abandonar sin perdernos de nosotros mismos. Por eso vuelve la nostalgia.
Muy bueno Marina, gracias al sosiego, tenemos ya 14 años de haber emigrado y aunque seguimos esperando justicia lo hacemos sin rabia, sin perder la nacionalidad primigenia y con algunas erupciones del guayabo. Abrazos
ResponderEliminar